Andrew Fletcher, el hombre tranquilo de Depeche Mode

El teclista británico, que falleció a los 60 años, aportaba el punto de equilibrio en una banda tan famosa como turbulenta

Andrew Fletcher durante un concierto de Depeche Mode.THIERRY LE FOUILLE / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO (Europa Press)

Andrew Andy Fletcher, teclista y miembro fundador de Depeche Mode, murió el jueves 26 en su casa de Londres, por “causas naturales”. Fletcher, de 60 años, era el miembro misterioso del grupo, con discretas aportaciones musicales pero esencial para mantener la estabilidad de una formación caracterizada por su evolución tormentosa y su extraordinaria popularidad mundial.

Conviene saber que nadie daba un duro por Depeche Mode en sus inicios: se les consideraba provincianos y lo eran...

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Andrew Andy Fletcher, teclista y miembro fundador de Depeche Mode, murió el jueves 26 en su casa de Londres, por “causas naturales”. Fletcher, de 60 años, era el miembro misterioso del grupo, con discretas aportaciones musicales pero esencial para mantener la estabilidad de una formación caracterizada por su evolución tormentosa y su extraordinaria popularidad mundial.

Conviene saber que nadie daba un duro por Depeche Mode en sus inicios: se les consideraba provincianos y lo eran. Venían de Basildon, una ciudad de nueva creación pensada para acoger a los londinenses damnificados por los bombardeos de la Luftwaffe. Las tendencias llegaban con retraso a Basildon y fueron una banda de sonido convencional hasta que escucharon atentamente a Orchestral Manoeuvres in the Dark, dúo de Liverpool que usaba instrumentos electrónicos.

Tomaron su nombre de Dépèche Mode, una revista francesa de tendencias. Se presentaron en sociedad en el recopilatorio Some Bizzarre, que pretendía lanzar un movimiento de “estética futurista”, en compañía de grupos como Soft Cell o B-Movie. Para entonces ya habían sido detectados por Daniel Miller, que les fichó para su sello, Mute Records.

Miller, muy inteligentemente, procuró que mantuvieran su inocencia y que (al menos en el principio) huyeran de la pedantería. Cuando se presentaron en la sala Rock-Ola madrileña, colocaron sobre un amplificador el muñeco de un simio “tocando” una batería, ironizando sobre la ausencia de instrumentos de percusión convencionales. Miller entendió que su gran baza era la capacidad para elaborar temas eminentemente pop, aunque camuflados bajo texturas digitales. A su debido momento, Miller resolvió un conflicto que podía haber acabado con el grupo: facilitó la marcha de Vince Clark, el compositor principal, que detestaba girar y que luego fundaría Yazoo o Erasure.

Depeche Mode se recompuso con un músico eficaz, Alan Wilder. El rol de proveedor de canciones recayó en Martin Gore, que se instaló en Berlín y exploró estilos de vida alternativos, sin renunciar a la accesibilidad básica para los singles. Con su irrupción triunfal en el mercado estadounidense, Depeche Mode entró en la primera división del rock, con conciertos en estadios e histeria general. Lo testimonió el documental 101, firmado por D. A. Pennebaker, el autor del Don’t look back dylaniano.

El grupo ganó peso específico con las sombrías aportaciones del fotógrafo holandés Anton Corbijn, que también firmó sus vídeos más inquietantes. Esa continuidad visual les permitió disimular la natural evolución en sus arreglos, el añadido de guitarras y otros instrumentos convencionales, aparte de coros. También se superó la deriva vital hacia las drogas duras del cantante David Gahan, que milagrosamente sobrevivió a sobredosis e intentos de suicidio.

Alguien podría preguntarse por las funciones de Andrew Fletcher dentro de Depeche Mode. Fue el único miembro del cuarteto que se ocupó regularmente de supervisar la intrincada jungla de contratos que les rodeaba. Tantas precauciones no le impidieron patinar en algunas inversiones que le amargaron la existencia en los años noventa, incluyendo un sello discográfico de escasa fortuna, Toast Hawaii. Encontró más satisfacciones como pinchadiscos, tanto en clubes como en festivales, con sesiones donde no faltaban las rarezas de Depeche Mode.

Menos ególatra que el resto, solía aportar el voto decisivo cuando chocaban las cornamentas de Gore y Gahan. Ejercía de diplomático en Madrid, por ejemplo, donde Depeche Mode alquiló un chalet en 1992 para grabar lo que sería el magistral Songs of Faith and Devotion. El grupo podía quedar al mediodía para una entrevista y el periodista descubría que la mitad de los miembros estaba perdido en algún after hours madrileño o vaya usted a saber. A Fletcher le tocaba pedir disculpas e invitar a desayunar al plumilla. Detalles nada frecuentes en estrellas británicas de su estatura, debo añadir.

Depeche Mode se ha convertido en una pasmosa máquina de hacer dinero, con constantes reediciones de sus discos y sus infinitas remezclas. A juzgar por el tono mesurado del comunicado de sus compañeros tras el fallecimiento de Fletcher, no hay peligro de desaparición del grupo.

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