Muere el editor Mario Muchnik, descubridor de Primo Levi y Elias Canetti, a los 91 años
Argentino afincado en España, introdujo en la cultura en español la gran literatura del Holocausto
El editor argentino Mario Muchnik ha fallecido este domingo en Madrid a los 91 años, según informó su familia. Nacido en la provincia de Buenos Aires en 1931, se doctoró en Física y ejerció desde muy pronto como fotógrafo, pero la vocación de su vida fue la edición, que practicó en todas sus variantes: familiar, multinacional y, en su última etapa, unipersonal.
Nacido en una familia de judíos de origen ruso, era un...
El editor argentino Mario Muchnik ha fallecido este domingo en Madrid a los 91 años, según informó su familia. Nacido en la provincia de Buenos Aires en 1931, se doctoró en Física y ejerció desde muy pronto como fotógrafo, pero la vocación de su vida fue la edición, que practicó en todas sus variantes: familiar, multinacional y, en su última etapa, unipersonal.
Nacido en una familia de judíos de origen ruso, era un veinteañero estudiante en las universidades de Columbia (Nueva York) y Roma cuando su padre, Jacobo, fundó la mítica Fabril Editora, germen del sello que poco más tarde colocaría su apellido en el Olimpo de la edición. En 1978 se instaló en Barcelona y nunca más abandonó Europa. En la capital catalana continuó con la labor de Muchnik Editores, en la que hizo un paréntesis para trabajar como director literario en Seix Barral y Ariel.
Tres son las líneas principales en las que ejerció de absoluto pionero: el diálogo entre ciencias y humanidades, la literatura latinoamericana y la cultura judía. En un tiempo en que el Holocausto estaba lejos de ser el subgénero literario que es hoy, publicó, en traducción de Pilar Gómez Bedate, la emblemática trilogía de Primo Levi formada por Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados. También fue el primer editor de Maus, cuando el cómic de Art Spiegelman que transformó la forma de contar la Shoah era conocido solo por los aficionados. Algo parecido cabría decir de la obra de Irène Némirovsky y Amos Oz. O de la microhistoria de Carlo Ginzburg, hijo de Natalia Ginzburg y autor de El queso y los gusanos, un título que revolucionó la historiografía medieval. Además, apostó contra viento y marea por un exigente narrador y ensayista búlgaro sefardí de lengua alemana que terminaría ganando el Nobel en 1981, cuando ya formaba parte de su catálogo: Elias Canetti. A veces, sin embargo, el tiempo tardó en darle la razón. Hace apenas unas semanas la traductora Sofía Noguera recordaba que hace ya 24 años Muchnik le propuso traducir a “un escritor tanzano que vive en Inglaterra y escribe en inglés”. Se refería a Abdulrazak Gurnah, galardonado en octubre pasado, para sorpresa de muchos, por la Academia Sueca.
Su amigo Julio Cortázar, al que fotografió en Segovia meses antes de su muerte en 1984, publicó con él uno de sus últimos títulos: Nicaragua tan violentamente dulce, surgido del compromiso del autor de Rayuela con la revolución sandinista. Fruto de su doble formación ―las ciencias y las letras― fue la presentación al lector general de un nombre pronto convertido en referencia: el neurólogo y ensayista Oliver Sacks, autor del celebérrimo El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Igualmente, apostó por la literatura universal de viajes de Bruce Chatwin cuando, de Castilla a la Alcarria, el género seguía en España anclado en el periplo doméstico de los autores de las generaciones del 98 y la posguerra. Prescriptor de largo recorrido, también tuvo ojo para acertar con fulgurantes superventas como De parte de la princesa muerta, de la autora francesa de origen turco Kenizé Mourad. “Yo nunca he editado literatura de consuelo”, afirmaba. “Mi lema editorial lo adopté de Giulio Einaudi: un libro se publica si es bueno, no se publica si no lo es, y toda consideración comercial ha de plantearse después de la decisión puramente literaria”. Ese lema le ha garantizado un lugar en la historia de la cultura contemporánea en español pero le llevó a chocar con una industria cada vez más poblada de gerentes y jefes de márketing.
Profesional exigente y hombre de carácter, Mario Muchnik vendió su marca al grupo Anaya pero continuó al frente del mismo. Con el tiempo, el sello fue bautizado como El Aleph dentro de Edicions 62 (hoy parte del grupo Planeta). Despedido de todas sus empresas y de varias ajenas, desencantado de la experiencia pero irreductible, decidió fundar en 1988, con su esposa —Nicole— “y un ordenador”, Del taller de Mario Muchnik, que se adelantó al bum de las independientes que terminarían revolucionando el panorama en España y Latinoamérica. Fue también un tiempo en que puso orden a su inmenso legado ―más de 50.000 negativos— como fotógrafo. Del París de los sesenta a sus amigos escritores, algunos de los retratos más icónicos de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, André Malraux, Daniel Cohn-Bendit, Gabriel García Márquez, Italo Calvino o el propio Cortázar salieron de su Leica. En riguroso blanco y negro. “El color nunca me dijo nada”, argumentaba. “Para mí, el blanco y negro ya era suficientemente expresivo. El color fue solo un arreglo de las compañías de fotografía”
Aunque nunca dejó de escribir y traducir, la publicación de sus memorias en 1999 volvió a ponerlo bajo los focos. El título —Lo peor no son los autores— y la sinceridad —poco habitual en un gremio que no suele decir en público lo mismo que en privado— lo convirtieron además en un referente de la escritura autobiográfica. “¡El Hola del mundo literario lo llaman!”, se reía al tiempo que afirmaba haberse autocensurado “un poco”. Obras como Banco de pruebas, Léxico editorial o Ajustes de cuentos continuarían, con menos escándalo, la estela de un trabajo redactado sin paños calientes: ya se tratase de desvelar los egos de los escritores —y escritoras—, los de sus colegas y amigos —Carlos Barral― o los intentos de algunas viudas —como la de Rafael Alberti— por manipular su legado. El año pasado, maltrecho ya de salud, publicó Mario Muchnik, editor para toda la vida (Trama), un libro de conversaciones con el periodista Juan Cruz.
Dividida entre unas pocas multinacionales y cientos de pequeños sellos, la industria editorial en español parece una fotografía de Mario Muchnik. Unas y otros serían muy diferentes sin su trabajo.