Las fecundas rondas de Muñoz Molina por el Museo del Prado

La pinacoteca madrileña presenta el libro que resume la cátedra dirigida por el escritor en 2019

Antonio Muñoz Molina, escritor y académico de la Real Academia Española, fotografiado este jueves en el Museo del Prado.Olmo Calvo

A lo largo del mes de noviembre de 2019, el escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 66 años) impartió cuatro conferencias dentro de la Cátedra del Prado, que dirigió en el año del Bicentenario. Como en toda su extensa obra, el escritor recurrió a su propia experiencia y se aplicó el máximo nivel de exigencia para, ...

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A lo largo del mes de noviembre de 2019, el escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 66 años) impartió cuatro conferencias dentro de la Cátedra del Prado, que dirigió en el año del Bicentenario. Como en toda su extensa obra, el escritor recurrió a su propia experiencia y se aplicó el máximo nivel de exigencia para, a modo de zoom, recorrer cada rincón del museo con ojo de detective y descubrir historias y detalles que parecen ocultos, narrar historias de otros tiempos y de los artistas que las pensaron o tratar de conocer al detalle cómo se ha podido crear una obra de arte. Esas conferencias se publican ahora en forma de libro, Rondas del Prado (Abada Editores). La obra fue presentada este jueves en el auditorio del museo durante una conversación del autor con Andrés Úbeda, director adjunto de Conservación, y Javier Arnaldo, director del Centro de Estudios.

Arnaldo abrió el debate planteando si el libro de Muñoz Molina tiene algo que ver con el clásico Tres horas en el Museo del Prado de Eugenio d’Ors o se trata de una mirada personal cargada de episodios autobiográficos para armar un recorrido sobre los misterios más gozosos del museo. “Hace 40 años que empecé a publicar”, respondió el escritor, “y este libro significa para mí la culminación de una vocación. Yo no respeto a D’Ors ni ese tipo de prosa tan ‘brillante’ como ‘frívola’. Mi modelo son los escritores que se acercan al arte como aficionados con una cierta preparación. Me he inspirado en la idea de crítica ambulante de los Salones de Diderot y Baudelaire. No soy indulgente conmigo a la hora de escribir. Me impongo el máximo rigor y no me permito vaguedades ni disparates. En este país hay muchas cosas hechas de mala manera, pero el Museo del Prado es un ejemplo de máxima competencia. No sólo hablo de sus colecciones, sino de todo un engranaje que trabaja a la perfección. Como español querría que mi país funcionara con la misma excelencia con la que lo hace el Prado”.

Promesas de felicidad

Contó Muñoz Molina que la primera vez que visitó el Prado fue a los 14 años acompañado de su abuelo durante un viaje a Madrid para asistir a una feria agrícola. Las Meninas le parecieron oscuras, pero no le disuadieron de estudiar historia del arte en Granada y de ahondar cada vez más en su gusto por todo el arte. Tanto el antiguo como el contemporáneo sin olvidar la fotografía.

A lo largo de su vida adulta y más desde que se instaló en Madrid, el Prado ha formado parte de su escenario cotidiano. Citando a Stendhal (“El arte es una promesa de felicidad”), Muñoz Molina asegura que eso es lo que siente ante cada una de las obras: una promesa de felicidad. “Cada cuadro requiere una contemplación muy personalizada. Hay que pararse ante la obra y observar de manera creativa. Cada vez vemos más cosas porque creo que el continuo fluir de la vida tiene un reflejo tanto en el arte como en la literatura”.

El escritor está convencido de que cuanto más se sabe, mejor se mira y más cosas se ven. Por eso a lo largo de los meses dedicados a preparar la cátedra, con despacho en la biblioteca del Casón del Buen Retiro (desde junio hasta noviembre), alternaba el tiempo de tomar apuntes de los volúmenes de la pinacoteca con el de tomar notas ante cada uno de los cuadros de su personal recorrido. “Cada mirada es un palimpsesto de miradas: el rastro de lo que uno ha visto antes y todo lo que ha ido aprendiendo de quienes le precedieron hasta llegar a la mirada de la obra originaria, la del pintor”, escribe Muñoz Molina en el libro.

Historias secretas

Sumando esas miradas, el libro va adentrándose en diferentes categorías de narraciones. A la pregunta de Javier Arnaldo sobre posibles historias secretas descubiertas en la contemplación, Muñoz Molina responde que lo que hay son historias no descritas de manera explícita pero que pueden verse a partir de detalles poco destacados en la composición. Como ejemplo señaló el cuadro La Virgen y el Niño entre María Magdalena y Santa Úrsula (Hacia 1490), en el que al autor, Giovanni Bellini, le basta con colocar una flecha en la mano de la santa para contar que murió martirizada. La proyección de este mismo cuadro sirvió a Muñoz Molina para bromear sobre lo mal que se pintaba a los niños en el mundo antiguo, una observación compartida por sus compañeros de mesa.

Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013, Muñoz Molina tiene una admiración infinita por Velázquez, algo que se refleja sobradamente en el libro, según le recordó Andrés Úbeda durante la presentación de la obra. “Tienes una gran afinidad con Velázquez, pero Rubens es el mejor narrador del Prado. Aparece de manera casi marginal en el libro y se le describe como engreído”, casi lamentó el director adjunto del museo. “En el libro se recoge mi sensibilidad. Admiro mucho a Goya, pero el hilo narrativo le deja prácticamente fuera. Hay artistas a los que admiro pero no me estremecen y ese puede ser el caso de Rubens. Mi interior se revuelve ante una obra de Nicolas Poussin. O ante un lienzo de Juan Gris, pero no de Picasso. Todo Velázquez me conmueve. Hasta el punto de que si estoy en un museo extranjero y me encuentro con una tela suya hace que me reconozca como español y que me sienta orgulloso de serlo”.

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