La primicia de García Márquez e Indira Cato que no fue y no será

Dos periodistas en México y Colombia se lanzaron a revelar una historia familiar que muchos otros comunicadores no contaron y que sus protagonistas no querían revelar. Unos ven una obligación pública, otros el derecho a la intimidad

El escritor colombiano y premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, en Cartagena, Colombia, en 1991.Ulf Andersen (Getty Images)

Siete años antes de que el diario cartagenero El Universal hiciera viral su noticia sobre la historia secreta de Indira Cato, la hija desconocida de Gabriel García Márquez, un pequeñísimo medio local en la ciudad mexicana de San Luis Potosí ya se había atrevido a lanzar la primicia. Lo hizo primero en julio de 2015 y la republicó en 2019. Pero ahí se quedó, solo para lectores locales, muy lejos de la viralidad internacional y de la polémica sobre contar...

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Siete años antes de que el diario cartagenero El Universal hiciera viral su noticia sobre la historia secreta de Indira Cato, la hija desconocida de Gabriel García Márquez, un pequeñísimo medio local en la ciudad mexicana de San Luis Potosí ya se había atrevido a lanzar la primicia. Lo hizo primero en julio de 2015 y la republicó en 2019. Pero ahí se quedó, solo para lectores locales, muy lejos de la viralidad internacional y de la polémica sobre contar o no la vida secreta del escritor y su hija.

‘Indira Cato: la hija no reconocida de Gabriel García Márquez’ se titulaba el artículo en Expresión San Luis, una revista local fundada en 2006 por Lucero Aguilar Fuentes, una mujer de 50 años, oriunda de Ciudad Juárez, quien se define a sí misma como activista feminista. En el año 2000, cuenta en su medio, Aguilar trabajó como directora de comunicación de la delegación de Coyoacán, una alcaldía en Ciudad de México, y allí conoció a Susana Cato, guionista y periodista, madre de Indira y quien en ese momento era directora de cultura. Las dos habían llegado a trabajar allí con la actriz María Rojo, delegada entonces de Coyoacán. El artículo viene acompañado de fotos de las tres en la Ciudad de México hace casi 20 años.

“Me contó del amorío de Susana con el premio Nobel de literatura y aseguró que ambos tenían una niña de nombre Indira”, dice en el texto Aguilar sobre lo que le cuenta Rojo. Luego ella misma habla del tema con Susana Cato, confirmando una historia muy similar a la que contó en enero el periodista Gustavo Tatis en El Universal. “Me contó que se habían conocido en La Habana, a principio de la década de los ochenta, cuando él impartía el taller ‘Cómo contar un cuento’”, dice el artículo.

Pero, a diferencia del artículo de El Universal que dice que a Gabo “no le alcanzó la vida para reconocerla” y “no pudo escapar a los hados del destino”, Aguilar describe a García Márquez como un hombre “muy machista” que no quería reconocer con su apellido a la niña. “Susana quedó embarazada, situación que a él le molestó, por lo que se dejaron de hablar mucho tiempo”, dice sobre Cato y el escritor. “Se reencontraron cuando la nena tenía unos tres años”.

Un expolítico en México que coincidió con las tres confirmó a EL PAÍS que ellas –Aguilar, Cato, Rojo– efectivamente trabajaron juntas en la alcaldía de Coyoacán. María Rojo no respondió a una solicitud de entrevista. Susana e Indira Cato no han querido hablar con la prensa desde que salió el artículo de El Universal. Gustavo Tatis también prefirió no hacer comentarios a El PAÍS. Y el hijo del escritor, Rodrigo García, también dijo que prefería no decir nada. Los detalles de lo que ocurrió –quién decidió sobre el apellido o cómo fue la relación de las Cato con García Márquez– solo podrían confirmarlos con veracidad cuatro personas que no pueden ser entrevistadas. Dos ya fallecieron (García Márquez y su esposa Mercedes Barcha) y dos no quieren dar declaraciones a la prensa (Indira y Susana Cato).

“Sí me desanimó un poco que no llamara la atención”, cuenta Aguilar a El PAÍS sobre su primicia ignorada. “Quienes sabían de esta noticia [en Ciudad de México] son todos los de la revista Proceso, pero protegían a García Márquez porque Don Julio Scherer [fundador de Proceso y fallecido en 2015] era íntimo amigo de García Márquez. A partir de ahí, nadie de la revista iba a publicar esto, que ellos lo conocen mejor que yo, porque vieron el embarazo de Susana, vieron a Gabriel García Márquez ahí, vieron a Indira. Y de hecho la tutela de Indira la asume un amigo de Susana, Armando Ponce, editor de cultura de Proceso.”

Aguilar aclara que no habla de una tutela legal, sino más bien que Ponce fue una figura paterna para Indira Cato. Armando Ponce es aún editor cultural de Proceso, medio en el que han escrito las dos Cato. Al ser consultado por EL PAÍS, Ponce también prefirió no ser entrevistado. “Es un tema personal”, respondió.

Indira Cato en una fotografía de archivo.CORTESÍA

El mundo de las Cato, que no querían hacer de esto un tema público, ha cambiado radicalmente con la noticia: al teclear sus nombres en Google, lo primero que aparece no son los libros o películas que han hecho. El algoritmo solo habla de la relación que tuvieron con el Nobel. Un giro radical en sus vidas públicas por una primicia que no querían dar.

Tatis dice en su reportaje que no publicó nada antes “por respeto a Mercedes Barcha y lealtad a Gabo”. Pero no deja claro allí por qué considera que es de interés público revelarlo después de que los dos hayan fallecido. Aguilar, por su lado, no duda de que sí es de interés público. “Porque siempre llama la atención la vida de una figura del nivel de Gabriel García Márquez, contar que es un hombre tan común como todos los demás machistas”, dice ella a EL PAÍS. “El hecho de que fuera un premio Nobel, el hecho de que fuera el mejor escritor contemporáneo, no le quitaba ser un vulgar macho”.

La figura de Gabo ha quedado entre la del “vulgar macho” que refiere Lucero Aguilar y la del “padre amoroso y dulce” que asegura Gustavo Tatis que fue. El biógrafo de Márquez, Gerald Martin, que tuvo recientemente que defenderse por no haber publicado el secreto de la hija en su libro en 2008 (“yo no sabía nada de una posible hija del escritor en aquel entonces”), cuenta que cuando escribió de otra infidelidad del escritor a Mercedes Barcha lo hizo después de haber podido contar con el testimonio de esa amante, Tachia Quintana. Ella sí accedió a contar su historia. Pero además, dice Martin, él decidió incluir esta historia personal a pesar de que Gabo y su esposa no querían porque ella “había inspirado varios personajes importantes y sendos temas centrales en la obra narrativa de García Márquez”. La inspiración literaria es su forma de justificar, en este caso, por qué era un tema de interés público.

Sin el escritor colombiano, es difícil saber si las Cato también inspiraron algunas de sus reflexiones, pero el amor y la infidelidad fueron sin duda fueron temas que le interesaron hasta el último día. En las memorias de Rodrigo García, publicadas el año pasado, cuenta el hijo que Gabo en sus últimos años quería trabajar en un guion sobre una mujer que descubre que su esposo tiene una amante. Pero cuando hijo y padre se sentaron a escribirlo, “su menguante memoria dio lugar a conversaciones frustrantes. Me resultaban dolorosas, y con frecuencia yo las aplazaba o interrumpía”.

En Agosto no nos vemos, la última novela de García Márquez (que no alcanzó a publicar), es sobre una mujer casada que viaja todos los años a una isla donde conoce a su amante. En El amor en los tiempos del Cólera (1985), el protagonista Florentino Ariza dice mantenerse fiel a la mujer que ama profundamente, pero esto no le impide acostarse con quien desee. Diatriba de amor contra un hombre sentado (1987) es un monólogo escrito para teatro en el que una mujer le reclama una larga infidelidad a su marido. “Solo Dios sabe las que he pasado para no prestar oídos a los chismes de sus aventuras”, le reclama en un momento la protagonista.

La noticia de la hija de Gabriel García Márquez siempre fue solo eso entre periodistas: chismes. Los protagonistas prefieren no hablar con la prensa, así que la noticia está filtrada por lo que alcanzan a reportear o recordar dos viejos amigos. El día en que la escritora Susana Cato y la cineasta Indira Cato quieran afilar su pluma o enfocar su cámara no necesitarán de periodistas desleales o leales para contar su historia. Las dos, se alcanza a percibir por lo que han publicado estos años, sabrán si realmente vale la pena o no dar la verdadera primicia.

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