Michael Schmidt, el retratista de la Alemania más gris
El Museo Reina Sofía acoge una retrospectiva del fotógrafo, con 340 imágenes de su medio siglo de trayectoria
Desde la primera fotografía de la exposición, la de una niña tendida de la que solo se ven su cabeza y un hilo de sangre que parte desde su nariz, hasta los retratos finales, de mujeres jóvenes vestidas casi idénticas, pasando por los paisajes urbanos de Berlín, las imágenes de la retrospectiva que el Museo Reina Sofía dedica al alemán Michael Schmidt (1945-2014) transmiten una inquietud, un misterio, una invitación a preguntar qué hay más allá de lo que vemos. Fotógrafo autodidacta, “no muy conocido en E...
Desde la primera fotografía de la exposición, la de una niña tendida de la que solo se ven su cabeza y un hilo de sangre que parte desde su nariz, hasta los retratos finales, de mujeres jóvenes vestidas casi idénticas, pasando por los paisajes urbanos de Berlín, las imágenes de la retrospectiva que el Museo Reina Sofía dedica al alemán Michael Schmidt (1945-2014) transmiten una inquietud, un misterio, una invitación a preguntar qué hay más allá de lo que vemos. Fotógrafo autodidacta, “no muy conocido en España”, como ha dicho en la presentación este martes el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, esta muestra con 340 imágenes, casi en su totalidad en blanco y negro, permite conocer la trayectoria de casi medio siglo de quien se afanó en buscar rincones berlineses vacíos de personas y, a la vez, a quienes habitaban la urbe, para elaborar un fresco alejado de la visión de una Alemania como eufórico motor de Europa.
Michael Schmidt. Fotografías 1965-2014, la primera retrospectiva desde que el creador falleció, puede verse hasta el 28 de febrero de 2022 y está comisariada por alguien que conoció y cooperó con Schmidt, el también fotógrafo Thomas Weski. “Él trabajaba en un estilo hasta que lo dominaba, entonces decidía abandonarlo”, ha señalado. Así saltó del fotoperiodismo a la abstracción, de las imágenes muy contrastadas a las que despliegan toda una gama de grises. Schmidt nació en octubre de 1945, entre las ruinas que dejaron las bombas de la Segunda Guerra Mundial, y vivió la división de su ciudad y el levantamiento del Muro comunista. “Su familia vivía en la parte occidental, pero tenía su negocio en la oriental. Con el Muro no podían pasar al otro lado, así que lo perdieron y cayeron en una situación de pobreza. Por eso Michael recibió una educación muy básica”, ha añadido Weski. Aunque empezó su formación como pintor, el interés por la fotografía le impulsó a ofrecer sus servicios a las autoridades de los diferentes distritos para documentar los cambios urbanísticos y sociales.
El primer encargo fue en el barrio donde vivía, Kreuzberg, al que estaban llegando inmigrantes del sur de Europa por la falta de mano de obra alemana debido a la división de la capital. Lo plasmó con un estilo sobrio, que remite a maestros de la tradición documental estadounidense, como Walker Evans. Entre esas imágenes, realizadas entre 1969 y 1973, destaca la de unos niños sonrientes, sentados en el bordillo de una calle con los pies descalzos metidos en un gran charco. Schmidt publicó ese trabajo en un exitoso libro que él mismo diseñó, germen de una constante en su carrera: pensar en cómo debía mostrarse su obra, ya fuese en papel o en las paredes de un museo. A entender ese proceso ayudan las maquetas, libros y contactos en las vitrinas de las salas. El Reina Sofía ha respetado el criterio del artista, por eso el montaje es cambiante según cada proyecto que realizó: las imágenes tienen diferentes formatos, distintos marcos, o a veces carecen de ellos; se muestran en series... La exposición pudo verse en Berlín y París, y después de Madrid viajará al Museo Albertina, en Viena.
El primer giro en su recorrido lo dio Schmidt con el siguiente trabajo, otro encargo, entre 1976 y 1978, del distrito de Wedding. En él optó por una fotografía más documental para mostrar a personas en sus hogares con gestos hastiados, vidas grises en tonos grises. “Michael decía que ‘la vida no es una fiesta’, quería reflejar la normalidad, por eso domina la seriedad en esos retratos”, ha contado el comisario. El autor teorizó entonces sobre las razones de esta apuesta: “El gris es un color de la diferenciación, por muy raro que suene, y el blanco y el negro son dos estados fijos. Pensé que el mundo no se define con claridad, sino que se presenta en múltiples matices. Eso es lo que intenté al eliminar el blanco y el negro”. Con esa idea fotografía rincones de una ciudad de cielos cubiertos y aspecto desangelado, y ahonda en ella en su proyecto Berlín tras el 45, de 1980, una sucesión de descampados, edificios de paredes desconchadas, casi una ciudad fantasma, una visión abstracta con una cámara de gran formato.
Schmidt, para quien cada imagen debía “albergar en su interior una conmoción”, lleva su entrega a la fotografía al campo de la enseñanza. “A veces era brusco, hostil por su discurso sin rodeos sobre la fotografía, pero también podía ser encantador y persuasivo”, ha apuntado Weski. En 1976 fue uno de los fundadores de un taller de fotografía para adultos en un centro vecinal de Kreuzberg que se convirtió en foro para el intercambio de ideas y exposiciones de fotógrafos europeos.
Es significativo que con la reunificación alemana, en noviembre de 1989, Schmidt decidiera poner el foco fuera de Berlín, en parte porque se compró una casa en el campo. Entonces creó la que, según el comisario, es una sus grandes aportaciones, U-ni-dad, que se expuso en el MoMA, en la que hizo fotografías de fotografías y continuó con sus motivos anteriores, retratos y la ciudad, para repasar los sistemas políticos alemanes del siglo XX, con numerosas referencias al Muro. Es un proyecto denso, más difícil de digerir para el espectador.
Con el cambio de siglo, se fijó en la juventud alemana, sobre todo en ellas, “porque cree que están más sometidas a las imposiciones sociales”, según Weski. Siempre a la búsqueda de nuevas maneras de expresión, pese al riesgo de fracasar, se define como un fotógrafo “de callejones sin salida”. Su último gran trabajo es Alimentos, de 2008, con el que viajó por varios países europeos para documentar la industria de la alimentación. Schmidt usó por primera vez el color, una metáfora del empleo de colorantes en los alimentos. En el caso de España, invernaderos, campos de olivos… en otros lugares reprodujo pastas alimenticias, frutas, mataderos, invernaderos... para hacer ver “la estandarización de lo que comemos”. Hasta el final llevó a rajatabla su necesidad de “vivir un proceso de transformación constante”, como él mismo decía: “Es un principio vital que al mismo tiempo constituye un principio artístico”.