Heroína, pijos, Ibiza y una cámara Rolleiflex: la vida retratada de Luis Baylón
‘Madrid en plata’, el último libro del fotógrafo cuenta la ciudad entre 1984 y 2017
El 10 de junio salieron del Algarve, en Portugal, 10.000 palomas mensajeras de élite para participar en una competición de velocidad. Debían cubrir unos 500 kilómetros para llegar a Oporto. Un temporal desvió a decenas de ellas, desorientadas. Terminaron apareciendo exhaustas en casas de Galicia y Asturias, lugares en los que detectaron comida o palomares. Una de ellas fue a parar a una casa de...
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El 10 de junio salieron del Algarve, en Portugal, 10.000 palomas mensajeras de élite para participar en una competición de velocidad. Debían cubrir unos 500 kilómetros para llegar a Oporto. Un temporal desvió a decenas de ellas, desorientadas. Terminaron apareciendo exhaustas en casas de Galicia y Asturias, lugares en los que detectaron comida o palomares. Una de ellas fue a parar a una casa de El Escorial (Madrid). Con una anilla identificativa en una pata, dócil y mansa, la paloma fue inmediatamente bautizada como Boris (“era macho, y claramente un espía”) por el habitante de la vivienda, Luis Baylón (Madrid, 63 años), uno de los fotógrafos más importantes de España. “Una paloma mensajera es inteligentísima y se orienta de una forma impresionante. Me localizó porque tengo un comedero y un nido de palomas, vio que ahí había buen ambiente”, dice Baylón, que publica el fotolibro Madrid en plata (This Side Up | Archivo Lafuente). Estuvo 10 días con él, tranquila y en paz. Le dio de comer lentejas, arroz, de todo. “Ha cogido fuerzas ¡y se ha pirado! Maravilloso. Me tenía emocionado, la echo de menos”. Cuando la federación portuguesa de colombofilia respondió a sus llamadas, su inquietud solo era si la paloma había comido. “Joder si comió”, les dijo el fotógrafo.
En 1975 una tormenta también desvió el rumbo de Luis Baylón. Pertenecía a una familia bien que veraneaba en Baiona, destino exclusivo de las Rías Baixas. Su madre murió en un accidente de tráfico. Dejaba un viudo y cuatro hijos. Días después, el pequeño, Luis, se peleó con su padre. Tenía 17 años, una vespa y el dinero que se llevó de la caja de la peluquería de su madre, 10.000 pesetas. Fue con la vespa de Madrid a Denia, y desde allí cruzó el Mediterráneo para llegar a Ibiza. Se presentó solo en la isla “con pasta en el bolsillo y una postura de hachís”. Vivió primero en una pensión y luego con amigos que hizo rápidamente allí.
Pregunta. Y empezaron los problemas.
Respuesta. No empezaron, vinieron. El caballo [heroína]. Allí llegaba mucha gente desde Holanda con la sugar, se puso de moda el pico. Me pasé enganchado 20 años. Abre ese libro, es un regalo [Baylón ha traído Tarde de toros, su primer volumen de fotografías]. Es de 1996. Yo este libro lo hago cuando salgo del fondo de todo, del infierno.
Baylón, un hombre fuerte de estatura mediana, trae camiseta blanca de cuello bajo y camisa negra, gafas de montura gruesa. Bebe cerveza (“no son horas, pero ya falta poco”). Acaba de vacunarse contra la covid-19. Camina siempre con su cámara, una bellísima Rolleiflex con la que acaba de hacer el libro que motiva la entrevista. Un trabajo callejero que recorre desde los ochenta hasta la actualidad (1984-2017), un conjunto de imágenes en blanco y negro que levantan un impresionante homenaje a la ciudad en la que Baylón vivió y murió varias veces. La gente de Madrid, los vagabundos de Madrid, los pijos de Madrid, la gente común en calles, parques y transporte público. “Esta cámara tiene un rollazo. Lo que me ha dado a mí es mucha empatía. A la gente no le da miedo, la ve simpática”, dice explicando, con el libro abierto, cómo fue haciendo cada una de las fotos.
P. Pero usted empieza a tirar fotos nada más llegar a Ibiza.
R. En una multinacional holandesa que hacía fotos de alumnos y de clases, de grupos de estudiantes… Yo siempre he trabajado. Y siempre haciendo fotos. Durante 20 años lo compaginé con la adicción. Meterte heroína, cuando estás enganchado, es una cosa que tienes que hacer. Tienes que respirar, tienes que comer, tienes que inyectarte, no hay más. No puedes no hacerlo, simplemente forma parte de ti.
Abandonó la isla porque se fue “el brasileño” que les “traía la brown sugar [heroína]”. “Nos fuimos todos. Hubo un descontrol de monazos en la isla. Yo me comí una semana de mono, que no sabía ni lo que era”. Al llegar a Madrid comprobó que allí “estaba todo Dios en la onda”. “La gente con la que fumaba siempre costo, ya estaba con el caballo. Que era buenísimo, fuertísimo. Venía metido en muebles de bambú, en unos contenedores. Y lo metía gente de pasta, la alta burguesía, los hijos de las buenas familias. Muy elitista. Esa tontería de somos especiales, los demás no tienen acceso a esto, y esa pijada de estamos todos en la onda, somos muy enrollados, el resto no se entera de nada, los Stones, Lou Reed… Una puta ruina. Una puta masacre. Se ha muerto de nuestra basca el 80%. Dos mujeres mías han muerto. La madre de mi hija se murió. La mujer con la que estuve 14 años se murió. Yo tengo VIH. Caímos como moscas.
P. Y no dejó de trabajar.
R. Fui padre con 20 años. Aquí estaban todos haciendo el toli, pero yo tenía que pagar facturas y darle de comer a mi hija y pagar colegios y no podía tampoco andar haciendo el tonto. Mi vida era trabajar y trabajar y trabajar. Consumía, claro, pero llevaba mi vida. Controlaba cantidades porque no tienes otra, y porque si no las controlas te pones muy malo.
P. Salió en 1996.
R. Enfrentándome a toda la gente. Pero si no te descuelgas mirándole a los ojos a la gente… Con decisión, con voluntad. Tienes que afrontarlo así, porque si no, lo tienes prendido con alfileres. Si lo haces fuera de tu ámbito, ¿qué va a pasar cuando te encuentres con ellos? Tienes que ser capaz de enfrentarte a tus demonios.
P. ¿Cuánto le duró el último mono?
R. Un mes. Un mes sin dormir, horroroso, oliendo a sulfuro; a cosas, de verdad, infernales. El hedor que transpiraba era insoportable.
P. ¿Tuvo la ayuda de alguien?
R. El amor de mi hija y de mi mujer, y la fotografía: tenía cosas que hacer. Amor y trabajo, amigo: que no te falten.
El título de Madrid en plata “resume el sentido de su contenido: quiere ser un homenaje a los más de 30 años recorriendo las calles de mi querido Madrid, pero con una perspectiva diferente, inédita, y es también un tributo al negativo, a la gelatina de plata que nos ha alumbrado la ilusión de plasmar la realidad tal cual la vemos. A su vez, la expresión ‘hablar en plata’ es, como saben, decir las cosas claras, llamarlas por su nombre”, escribe Baylón en el libro. “Yo conservo la pasión”, dice en una cafetería de la Gran Vía madrileña, “el gusto por la magia del laboratorio. Y ahora más que nunca porque tengo el mejor laboratorio que he tenido jamás, y disfruto más de lo que he disfrutado nunca”, dice sobre la artesanía del revelado. Su primera cámara fue una Canon FTb. “Un día se me plantó en casa un colega argentino diciéndome que ha roto con su novia, que no puede más con ella, que tiene una cámara y si no me importaba comprársela para poder pagarse el billete a Buenos Aires. Se la compré sólo por hacerle el favor”.
Yo hacía mogollón de portadas de discos. Yo trabajaba. He vivido siempre del encargo (...) Pero con el digital y todo el rollo, se ha ido a tomar por culo.
P. Pero.
R. Yo había hecho las paces con mi padre. Llorando los dos por teléfono, “yo te quiero mucho”, “yo te quiero más”. Un espectáculo. Le pedí que me apuntase a una escuela de fotografía que había en la calle de República Argentina. Era de los Fierro, y también de Jordi Socías. Fue cuando me enamoré de la fotografía y empecé a ver exposiciones de Bernard Plossu, de Javier Campano, estaba también [la revista] Nueva Lente.
P. Le gustó.
R. Mucho. Porque me volvía loco el cine y veía la magia de la imagen, y quería salir y manejar también los mecanismos de la cámara para controlar las fotos. Tenías que saber qué es lo que querías hacer y obtenerlo con la máquina. Yo creo que hoy se desarrolla la máquina, pero no el fotógrafo. El fotógrafo tiene que conocer muy bien su herramienta y la técnica, y saber lo que quiere. Es así. Estamos empezando a ver como ve la máquina y no como vemos nosotros.
P. “Fotógrafo natural”, se define en Instagram.
R. Las fotos que a todos nos gustan son esas que nos hacen sin que nos demos cuenta. Yo lo que procuro es que el fotografiado no se dé cuenta para que las cosas sean como son, para decir “esto es lo que es”. Me he pegado tres años currando. He tenido tiempo y no he tenido trabajo. Después ha venido la pandemia. Pero yo estaba muy harto de antes. Desde 2014 las cosas empezaron a torcerse: te presentas a concursos, te presentas a proyectos y no sale nada, y acabas deprimido y encima sin un duro.
P. ¿Por qué se queda sin trabajo?
R. La cosa digital, por ejemplo. Yo hacía mogollón de portadas de discos. Yo trabajaba. He vivido siempre del encargo, no voy de galería; yo soy un hombre de acción, no soy hombre de pose. El poco dinero que he enganchado desde 2014 ha sido de ventas, de obra, de mis fieles. Pero con el digital y todo el rollo, se ha ido a tomar por culo. De repente, donde yo cobraba 4.000 pavos para hacer un reportaje o para hacer una portada, o para promocionar cualquier grupo, no te quieren dar ni 500. Y surge todo este boom de que todo el mundo es fotógrafo y los precios se bajan y la oferta se multiplica y aquí ya no valen ni nombres ni nada.
P. Leo en una entrevista a Alberto García-Alix que usted y él vivieron juntos en la calle de Relatores de Madrid, y los echaron de allí. Fue gran amigo suyo. No lo ha mencionado en dos horas de conversación, ¿mantiene relación con él?
R. No. Hace años que nos hemos retirado el saludo.
P. ¿Por qué?
R. No hay un porqué, sino una serie de ellos. El tiempo ha ido envenenándolo todo hasta esta situación, en la que ni nos saludamos.
P. Compartieron amistad pero siguen compartiendo oficio, en el que son dos referentes.
R. Entiendo la fotografía de una manera que está en las antípodas de su discurso. No me interesa.
P. ¿Cuáles son esos discursos?
R. Es complejo de explicar. Y como no es posible aquí, yo diré que a mí me gusta la inocencia y lo inesperado frente a la intención y lo calculado.
Escribe el fotógrafo en Madrid en plata: “Lo que se propone aquí no es el clásico juego de mostrar imágenes aisladas a las que se hace dialogar a posteriori, sino dejar hablar a la secuencia, a esas dos o tres fotos que aparecen seguidas en el carrete, dejando así que el azar se exprese por sí solo, que nos descubra su cadencia, ese sentido que traía, sin nosotros darnos cuenta”.
Baylón prefiere no seguir hablando del asunto (“es largo, difícil e injusto tratarlo en poco espacio”). Termina la cerveza y sale a la calle. Hace un calor espantoso. Se aleja Gran Vía arriba cargado con la cámara por una ciudad que, dice, empieza a no reconocer. “Me cansé de ella hace cuatro años, y me fui”, y se va.