Una gala en pijama

Seguimos estando ahí, algo maltrechos pero vivos, con ganas de arriesgarnos, de hacer cosas. Hay películas para rato

Ángela Molina recibe el Goya de honor. En vídeo, resumen de la gala.Vídeo: MIGUEL A. CóRDOBA / PREMIOS GOYA / EFE / tve

Vaya por delante que los festejos alrededor del cine nunca han sido lo mío, hay algo en esas orgías de trajes prestados, pailletes, lloros, abrazos y frases para la historia que se me antoja artificial y alejado de lo que para mí es el meollo de las cosas del cine: los rodajes, la preparación, los vaivenes de la creación, las vivencias del equipo, el trabajo con los actores, la lucha por conseguir las localizaciones soñadas, hasta las conversaciones con l...

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Vaya por delante que los festejos alrededor del cine nunca han sido lo mío, hay algo en esas orgías de trajes prestados, pailletes, lloros, abrazos y frases para la historia que se me antoja artificial y alejado de lo que para mí es el meollo de las cosas del cine: los rodajes, la preparación, los vaivenes de la creación, las vivencias del equipo, el trabajo con los actores, la lucha por conseguir las localizaciones soñadas, hasta las conversaciones con los conductores que te llevan al rodaje, como bien recordaba Antonio Banderas. Ya fui una niña que no se sentía cómoda ni en sus propias fiestas de cumpleaños, o sea que el problema es mío.

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Pero el empuje de los premios Goya como promoción del cine en los últimos años es incuestionable. Recuerdo que la primera vez que estuve nominada por mi primera película ni siquiera se me ocurrió ir a la ceremonia. Literalmente, no pensé en ir. Después, con el empuje de Borau y de los presidentes que le han sucedido, los Goya, estar nominado, tenerlo, se ha convertido en algo significativo, incuestionable para las películas y para los profesionales que los reciben. Yo misma, tan alérgica a los saraos, llegué a dirigir una ceremonia donde Albert Pla cantó Americanos, os recibimos con alegría que en su momento fue duramente criticado desde estas mismas páginas. Digamos que adelantarse a las cosas no ha estado nunca bien visto. La historia de mi vida.

Este año, por fin pude ponerme el pijama (como quise hacer hace tres años sin encontrar quórum) y seguir la ceremonia desde el sofá. Acababan de darme el alta de una clínica donde había estado ingresada y vi los saludos de Hollywood (¿Era Stallone o un animatronic? Me quedé con la duda), los saltos de los premiados en esmoquin desde sus casas, las nubes azules de los fallecidos (no, Rosa María Sardà no estaba porque ella misma, genio y figura, no quiso que la incluyeran. Cómo la entiendo), el chute de mágico misticismo de Ángela Molina a través de una nube de Tramadol y Paracetamol, quizás no la mejor manera de apreciarlo. Me gustó la puesta en escena, Nathy Peluso con un ojo azul, la multiplicidad de pantallas tipo El show de Truman, me alegré de la mayoría de los premios, eché de menos muchos, otros no los entendí. Pero me quedo con las cosas importantes: las películas hechas por mujeres ganan premios, conectan, están por fin dejando de ser las cenicientas. Y seguimos estando ahí, algo maltrechos, pero vivos, con ganas de arriesgarnos, de hacer cosas. Hay películas para rato. Y con pijama en casa o sin pijama en las salas, las veré.

Isabel Coixet, directora, ha ganado siete premios Goya.


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