Muere a los 82 años el director de cine Antonio Giménez-Rico, responsable de ‘El disputado voto del señor Cayo’ y ‘Jarrapellejos’
El director, expresidente de la Academia de Cine, ha fallecido en Madrid a causa de la covid
El director de cine Antonio Giménez-Rico ha fallecido este viernes en Madrid a los 82 años a causa de la covid, han confirmado fuentes familiares. Giménez-Rico dirigió algunas de las grandes obras de cine rural-social español. En una entrevista hace seis años a EL PAÍS, comentaba: “Nunca he hecho las películas que quería sino las que podía aunque, eso sí, nunca las que no quería. De los 17 largos que he dirigido casi t...
El director de cine Antonio Giménez-Rico ha fallecido este viernes en Madrid a los 82 años a causa de la covid, han confirmado fuentes familiares. Giménez-Rico dirigió algunas de las grandes obras de cine rural-social español. En una entrevista hace seis años a EL PAÍS, comentaba: “Nunca he hecho las películas que quería sino las que podía aunque, eso sí, nunca las que no quería. De los 17 largos que he dirigido casi todos han sido de encargo”. De esta forma adaptó al cine novelas de Miguel Delibes en Retrato de familia (basada en Mi idolatrado hijo Sisi), Las ratas y El disputado voto del señor Cayo; Jarrapellejos, de Felipe Trigo, y Primer y último amor, de Torcuato Luca de Tena, y alguna vez pudo filmar historias originales, escritas con él o junto a otros. Amante del cine, se hizo muy popular por ser uno de los tertulianos habituales del programa de televisión de José Luis Garci ¡Qué grande es el cine!. Además, presidió la Academia de 1988 a 1992. Y sobre todo, en su obra más personal, destaca el documental Vestida de azul (1983), la historia de seis mujeres trans en el Madrid de inicios de los ochenta, una rara avis entre las películas de aquellos años, que tendían al chascarrillo más que al testimonio.
Giménez-Rico nació en Burgos en 1938. Apasionado del cine, nunca pensó en dedicarse profesionalmente a él, porque se sentía un chaval de provincias sin contactos. Hasta que un día, licenciado en Derecho, vio Plácido, de Luis García Berlanga. “Comprendí que se podía hacer un cine cercano que no tenía que ser como el de John Ford, popular sin ser vulgar, divertido sin necesidad de ser chabacano, crítico sin ser solemne. Así que me fui a Madrid a intentar meterme en el cine. Tenía claro que lo que tenía que hacer era aprender el oficio y traté de meterme en un rodaje”, le contaba en 2015 a Diego Galán. Y empezó en 1963 en Se necesita chico, de Antonio Mercero. Rápidamente subió escalafones y logró dirigir en 1967 El hueso, una aproximación burlona al mito del El Cid coescrita junto a, entre otros, José María Otero, y en la que aparecían Cassen, José María Caffarel, Charo López o Alfonso del Real. “Tuve muchos problemas con la censura, incluso me prohibieron rodar en los escenarios naturales para que no se reconociera la historia. La película no fue un gran éxito, pero tuvo una carrera comercial normal y pude hacer la siguiente, El cronicón”. Tampoco le fue bien con la censura, porque en guion los protagonistas eran los Reyes Católicos, que fueron reconvertidos en condes: “El humor les molestaba y así se lo dije a Berlanga cuando me reprochaba no haber seguido ese camino. Yo estaba de acuerdo en que el humor es un instrumento penetrante e incisivo y que la ironía es el mejor bisturí para analizar la sociedad, pero tuve tantos problemas que decidí centrarme en dramas y melodramas”.
Por eso pasó unos años trabajando en televisión, en series como Plinio, Crónicas de un pueblo, Cuentos y leyendas... hasta que en 1976 arrancó su carrera cinematográfica más seria con Retrato de familia. Con Jarrapellejos (1988) concursó en la Berlinale y ganó el Goya a mejor guion adaptado, una labor que realizó junto a Manuel Gutiérrez Aragón. Justo ese año comenzó su presidencia de la Academia, que encabezó hasta 1992. Y en 1988 también estrenó una historia más personal, Soldadito español, coescrita con Rafael Azcona: “Con nadie he aprendido tanto. Su obsesión era construir bien la historia, que las películas tengan una sólida estructura y que la acción vaya en progresión. Es lo que me enseñó. Al espectador hay que entretenerlo con habilidad narrativa”.
Otra de sus historias más especiales la creo en 1983 con el documental Vestida de azul, cuya producción recordaba así el cineasta: “Al terminar el franquismo empezaron a proliferar espectáculos de transexuales que imitaban a Lola Flores, Sara Montiel y otras estrellas. Había un local, Centauros, al que solíamos acudir directores de cine, escritores y demás gente de la cultura. Nos divertíamos, aunque con cierto respeto. No era como ir al zoo. Yo no conocía nada de este mundo y empecé a preguntarme cuál era el motivo, sociológico o psicológico, que llevaba a estos chicos a complicarse la vida queriendo convertirse en mujeres”. Primero se planteó una película al uso, pero entendió que era mejor dar voz a las mujeres trans que protagonizan Vestida de azul. “Cada una de ellas ejemplifica un arquetipo distinto y me hubiese gustado encontrar, por ejemplo, a una ingeniera de caminos que fuera transexual, pero no fue posible. Lo que tenía claro es que no quería hacer una película morbosa, ni moralizante, simplemente pretendía mostrar una realidad”, contaba Giménez-Rico hace dos años, cuando se publicó el ensayo Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española, de Valeria Vargas.
En los noventa buscó abrirse a otros géneros, y además de llevar a la pantalla Las ratas (1997), de Delibes, dirigió el drama amoroso Tres palabras (1993), con Maribel Verdú, Fernando Guillén y Fernando Guillén Cuervo, que mezclaba años cincuenta y boleros, y Hotel Danubio (2003), un thriller que también discurre en los años cincuenta. En los últimos años también fue profesor en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid.