El hombre que frustró el expolio del siglo
Pronto se cumplirán 120 años del nacimiento de Felipe Mateu y Llopis. Salvó parte de la colección de monedas de oro requisadas durante la Guerra Civil en el Arqueológico Nacional y que nunca fue devuelta a España
En la tarde del 4 de noviembre de 1936, el subsecretario de Ministerio de Educación Pública, Wenceslao Roces, se presentó en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) acompañado de un grupo de guardias armados y otro de milicianos. Requirió la presencia del director, Francisco Álvarez-Ossorio, y del conservador del Gabinete Numismático, Felipe Mateu y Llopis. Todas las monedas y medallas de oro del museo quedaban requisadas y debían ser trasladadas al mini...
En la tarde del 4 de noviembre de 1936, el subsecretario de Ministerio de Educación Pública, Wenceslao Roces, se presentó en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) acompañado de un grupo de guardias armados y otro de milicianos. Requirió la presencia del director, Francisco Álvarez-Ossorio, y del conservador del Gabinete Numismático, Felipe Mateu y Llopis. Todas las monedas y medallas de oro del museo quedaban requisadas y debían ser trasladadas al ministerio. Se trataba de una de las mejores colecciones del mundo, creada por Felipe V en 1711 y que alcanzó, tras sucesivas ampliaciones, la cifra de 160.000 monedas y 15.000 medallas. De ellas, nunca más volvieron a verse 2.798 piezas de oro, en lo que Martín Almagro, miembro de la Real Academia de la Historia, exdirector del MAN y catedrático de la Universidad Complutense, considera el “mayor robo cometido contra el patrimonio de la historia de España”.
Pero no todo salió bien, porque el valenciano Mateu y Llopis, de cuyo nacimiento pronto se cumplirán 120 años, consiguió frustrar parte de la operación al esconder en su ropa interior o bajo los pedestales de las estatuas piezas únicas y de un valor incalculable. Hoy en día, siguen en el Museo Arqueológico.
El miliciano apoyó su pistola contra la sien de Mateu exigiéndole más rapidez en entregar el tesoro. Sin embargo, este no se amilanó y ralentizó al máximo la recogida. Incluso, hizo pasar por plata algunas monedas de oro puro para evitar su marcha. No obstante, tras dos días de verter piezas sin ningún orden en cajas, la mayor parte de la colección salió del museo. “Nunca más volverían”, como señaló en catedrático y miembro de la Real Academia de la Historia Martín Almagro en su estudio El expolio de las monedas de oro del Museo Arqueológico Nacional en la Segunda República Española. “Ahora, que se cumple el 120 aniversario del nacimiento de Mateu, es un buen momento”, declara a EL PAÍS, “para recordar cómo un hombre valiente salvó parte [un tercio] de la colección”.
El 23 de julio de 1936, pocos días después del golpe de estado de Franco, el Gobierno de la República creó la llamada Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico. Su finalidad era “atajar los daños producidos por los saqueos y quemas de conventos, monumentos y bibliotecas”. Se incautaron así miles de objetos, que fueron agrupados en el Museo Arqueológico Nacional, que se convirtió de esta forma en un inmenso almacén de obras de arte, joyas y antigüedades. Los funcionarios de la institución no daban abasto a la hora de intentar clasificar lo que les iban entregando, cuando llegó la orden de requisar también la colección numismática del propio museo “que representaba un conjunto único e insustituible”, explica Almagro.
Los funcionarios del Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos no daban crédito ante la sorprendente orden. Por ello, comenzaron a esconder las piezas más importantes, como la Gran Dobla de Pedro I, por las dependencias del edificio, incluso bajo la gran estatua de la emperatriz Livia en el Patio Romano. La conservadora Felipa Niño, por ejemplo, ocultó varias piezas entre sus ropas, que dejaba caer cuando se acercaba a una pilastra o a un arcón y luego las empujaba con el pie. Pero los representantes del Gobierno se dieron cuenta del engaño y colocaron una mesa y dos potentes focos eléctricos en la entrada del museo para que “allí fueran volcando en los gorros de los milicianos las monedas sin ningún orden y luego metiéndolas en dos grandes cajas”. Solo se pesaron, ante la indignación de Mateu, que reclamaba una lista detallada de lo requisado.
Al día siguiente, se le exigió que terminara de recoger todo el oro que quedase por el edificio. Así este entregó varias bandejas con 585 piezas árabes y 322 visigodas. Solo el valor de estas, según los cálculos del catedrático, superaría los 10 millones de euros actuales. Todo se precintó, se introdujo en un coche que “salió rápidamente con destino al ministerio y, desde allí, fueron llevadas a la Torre de los Serranos, en Valencia, y después trasladadas al monasterio de Pedralbes en Barcelona y al Ministerio de Hacienda”, indica el estudio.
Un avión, días después, cargó la colección, junto con otros miles de objetos requisados en bancos y casas particulares, hasta París. Se guardó el tesoro en la embajada española bajo el control del diplomático Pablo de Azcárate. Desde aquí se transportaron al puerto de El Havre y fueron embarcadas a toda prisa en el yate Vita, porque el Gobierno francés acababa de reconocer en febrero de 1939 al de Franco y ordenaba la devolución de las piezas a España. Pero fue demasiado tarde, ya que el barco consiguió partir y llegar a México el 1 de abril de 1939. De los 138,4 kilos de oro que portaba la embarcación, 16 eran las monedas del Museo Arqueológico Nacional, el 11,5% del total.
El Vita descargó en el puerto de Tampico sin pasar por aduana. Su carga fue trasladada a un vagón blindado y, con una fuerte escolta, llevada a la Ciudad del México el 2 de abril. Todo se almacenó en la residencia del secretario de la Embajada, José Argüelles, donde quedó bajo control personal de Indalecio Prieto, ministro de Hacienda de la República, que se las llevó, a su vez, a una vivienda de la calle de Michoacán que estaba comunicada con una casa de su propiedad. Entonces comenzó un enfrentamiento con Juan Negrín, presidente del Gobierno en exilio, sobre quién se quedaba con el tesoro, incluidas las monedas del MAN. Martín Almagro teme que muchas fueran fundidas.
El nuevo director del museo, entonces Blas Taracena, hizo gestiones con el Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas para intentar recuperarlas. Se redactó, además, una carta en tres idiomas dirigida a los principales museos del mundo reclamando ayuda. No se recuperó ninguna, aunque existen teorías que sostienen que parte de la colección árabe se la quedó el Ejecutivo mexicano, mientras que la visigoda pasó a colecciones privadas de Estados Unidos.
“Ningún documento se ha publicado sobre este tema ni ha aparecido documentación relativa al mismo en archivo alguno, lo impide saber qué ocurrió realmente con un gran tesoro desaparecido”, se lamenta Martín Almagro.
Con el tiempo, el MAN fue recomponiendo su colección y hoy cuenta con unas 300.000 piezas, muchas de ellas únicas en el mundo como un cuaternión del emperador Augusto, la Gran Dobla de Pedro I y un centén de Felipe IV, monedas y medallas excepcionales, que Felipe Mateu y Llopis y sus compañeros escondieron ―arriesgando sus vidas― en los más inauditos lugares del museo.
Carmen Marcos, actual subdirectora del museo, recuerda que en los años noventa, conservadora Carmen Alfaro recorrió diversos museos extranjeros buscando las piezas robadas. No las halló. “Pero nosotros no olvidamos. Por eso, cada subasta, cada exposición, cada venta la revisamos al milímetro buscando las piezas de la incautación”, termina la directiva de un museo, que atesora hoy 7.000 monedas de oro, incluidas las más importantes que salvó Mateu y Llopis, “pero no están todas, de momento...”.