Una visita en silencio a la isla de los museos de Berlín

La ralentización de contagios permite la reapertura de las grandes colecciones de arte alemanas

Un cartel muestra las nuevas reglas a la entrada de la la Antigua Galería Nacional en Berlín, el día de la reapertura del museo, cerrado durante dos meses por el coronavirus.JOHN MACDOUGALL (AFP)

Con mascarilla y sin turistas. La visita a la isla de los museos de Berlín era este martes una experiencia singular. Tras dos meses cerrados, los primeros grandes museos berlineses abrieron el martes sus puertas a los visitantes, en una ciudad que el coronavirus ha vaciado de turistas. Los Renoir o los Liebermann seguían colgados en las paredes de las majestuosas salas de la Antigua Galería Nacional, lo que faltaba eran las masas.

La isla de los museos, en el corazón de la capital alemana, exhibe algunas de las colecciones de arte más visitadas del mundo y su reapertura fo...

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Con mascarilla y sin turistas. La visita a la isla de los museos de Berlín era este martes una experiencia singular. Tras dos meses cerrados, los primeros grandes museos berlineses abrieron el martes sus puertas a los visitantes, en una ciudad que el coronavirus ha vaciado de turistas. Los Renoir o los Liebermann seguían colgados en las paredes de las majestuosas salas de la Antigua Galería Nacional, lo que faltaba eran las masas.

La isla de los museos, en el corazón de la capital alemana, exhibe algunas de las colecciones de arte más visitadas del mundo y su reapertura forma parte del espinoso camino hacia la reconquista de espacios y actividades desterradas con la aparición del coronavirus. El museo Antiguo, el Pergamon-Panorama, además del Kulturforum han abierto también el martes por primera vez y también con reglas nuevas en un país cuya vida pública se va abriendo al compás de la desaceleración de los contagios. Con 170.000 casos positivos diagnosticados, Alemania es el quinto país del mundo con mayor número de infecciones probadas, pero con una mortalidad -7.533 víctimas mortales- relativamente baja comparada con países de su entorno.

Tiras fluorescentes pegadas en el suelo marcaban la distancia obligatoria que los visitantes deben respetar para acceder al edifico de la Alte Nationalgalerie, donde se exhibe arte del diecinueve y principios del veinte. Monet, Manet, Cézanne y muchos más. Las tiras fluorescentes hoy sobran. No hay colas ni fuera ni dentro en las taquillas. En parte porque las nuevas reglas ordenan que para entrar hay que hacer una reserva para una franja horaria concreta, de manera que se pueda controlar fácilmente cuánta gente hay dentro. Las empleadas de la taquilla esperaban detrás de la mampara de metacrilato a que la gente viniera a recoger sus tickets.

En la entrada del museo, un cartel detallaba cuáles son las nuevas reglas: mascarilla obligatoria durante toda la visita, mantener una distancia mínima de 1,5 metros del resto de visitantes y prohibido formar grupos. La visita solo se puede hacer en una dirección, siguiendo las flechas.

Son las doce y media del mediodía y hay salas enteras completamente vacías. El silencio invita a la contemplación. Apenas se escucha el sonido de los aparatos con los que se comunican los vigilantes. Cuando se oye la voz de alguien es siempre en alemán, ni rastro de turistas. En una de las salas de pintura una pareja de arquitectos comparte su deleite. Tienen la tarjeta anual de visita a los museos de Berlín y en cuanto la semana pasada anunciaron que abrirían hicieron la reserva. “Hemos echado tanto de menos los museos”, se lamenta Petra Storek. “Por un lado, es un problema económico para los museos, pero la verdad es que lo estamos disfrutando mucho. Es una experiencia más intensa de lo habitual. Te fijas más en las salas, los techos, se ven otras cosas. Está todo muy calmado”. Alguna sala está más concurrida, hasta siete personas al mismo tiempo. Pero en otras, el vigilante se levanta del asiento cuando oye pisadas, como si ya no esperara que fuera a llegar nadie esta mañana.

Vaho en las gafas

En otra sala, el joven Marco Reich pelea a brazo partido contra el vaho de las gafas, que encuentra en la mascarilla su gran aliado. Es investigador social y vive en Berlín desde hace cuatro años. La Antigua Galería Nacional estaba desde entonces en su lista de museos pendientes y hoy ha sido para Reich una oportunidad única. Vestido de negro de pies a cabeza, mascarilla incluida a juego, explica que le preocupan más la suerte que puedan correr otras instituciones, como por ejemplo los míticos clubs de la noche berlinesa. “Ahora no se puede salir, hay que esperar, la cuestión es si sobrevivirán económicamente”. Reich explica que apoya con donaciones las iniciativas de los clubs porque “no quiero que mueran, pero francamente, escuchar a un DJ desde el salón de tu casa a través del ordenador no es lo mismo”.

Las autoridades alemanas llaman a la prudencia en esta fase de reconquista del espacio público, temerosos de nuevos rebrotes si la gente se confía y dejan de observar las distancias y las reglas de higiene. En la Antigua Galería Nacional el riesgo de momento es limitado. Mantener la distancia física es fácil. En una de las salas, erguida, aparece una magnífica estatua en bronce de Rodin, sola, sin nadie que la perturbe, a plena luz del día.

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