La inteligencia artificial le planta cara al arte

Una obra realizada con algoritmos por el colectivo francés Obvious es adjudicada por 380.000 euros

Una mujer ante 'Portrait d’Édouard Belamy', creado por un algoritmo, en la sala Christie’s de Nueva York.TIMOTHY A. CLARY (AFP)

El colectivo Obvious no tiene ningún recorrido en el arte. Hasta hace pocas horas, nadie conocía los nombres de sus integrantes, Hugo Caselles-Dupré, Pierre Fautrel y Gauthier Vernier, tres jóvenes franceses de 25 años que se conocieron en un instituto de Rueil-Malmaison, suburbio residencial al oeste de París. Pero los tres forman, desde el jueves, parte de la historia del arte, como autores de la primera obra realizada a partir de la inteligencia artificial que es adjudicada en una subasta. La sede neoyorquina de Christie’s vendió uno de sus ...

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El colectivo Obvious no tiene ningún recorrido en el arte. Hasta hace pocas horas, nadie conocía los nombres de sus integrantes, Hugo Caselles-Dupré, Pierre Fautrel y Gauthier Vernier, tres jóvenes franceses de 25 años que se conocieron en un instituto de Rueil-Malmaison, suburbio residencial al oeste de París. Pero los tres forman, desde el jueves, parte de la historia del arte, como autores de la primera obra realizada a partir de la inteligencia artificial que es adjudicada en una subasta. La sede neoyorquina de Christie’s vendió uno de sus cuadros, Portrait d’Édouard Belamy (2018), por 432.500 dólares (380.000 euros), entre 40 y 60 veces por encima de su estimación inicial, situada entre 7.000 y 10.000 dólares (entre 6.000 y 8.800 euros). El nombre del comprador no ha trascendido, pero fue la segunda mejor venta de una subasta donde había obras de Banksy o Jeff Koons. Solo superó su plusmarca una serie de serigrafías de la etapa tardía de Warhol, que fue vendida por 780.500 dólares (685.000 euros).

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“Empezamos a trabajar en el cuadro hace nueve meses, cuando encontramos una serie de algoritmos que nos sorprendieron por sus posibilidades. Nos pareció que crear una obra de arte era la mejor manera de demostrar de qué es capaz un algoritmo”, relataba Vernier a pocas horas de la subasta. Pese a no tener formación artística, los integrantes de Obvious se interesaron por la cuestión mientras trabajaban en la programación de una aplicación para coleccionistas, que recomendaba obras a partir de las preferencias anteriores del usuario. El cuadro subastado requirió entre cuatro y seis meses de programación. “Pero, una vez tuvimos un código operacional, el cuadro quedó pintado en solo 24 horas”, añade Vernier. La obra fue creada a partir de los llamados GANs –o generative adversarial networks, redes generativas antagónicas–, a través de un sistema de dos algoritmos alimentados con 15.000 retratos clásicos, pintados entre el siglo XIV y el XX.

El colectivo decidió crear una serie de once retratos de una familia ficticia de un tiempo pasado, los Belamy, traducción libre al francés del apellido del creador del algoritmo en 2014, Ian Goodfellow. Una de ellas fue vendida en abril al coleccionista francés Nicolas Laugero Lasserre, poseedor de una gran colección de street art, por 10.000 euros. Pero, igual que los artistas inscritos en una práctica más tradicional, Obvious no han escapado a las acusaciones de plagio. Otro artista, Robbie Barrat, ya utilizó el mismo código para crear obras de arte. El colectivo admite haber usado ese código, aunque modificándolo. Pese a todo, en un comunicado difundido después de la subasta, sus tres integrantes admitieron que Barrat había sido “una gran influencia”.

Con el algoritmo entrenado, la tentación más lucrativa consiste en hacer copias en cadena. “Pero no queremos hacerlo, porque perdería su valor. Queremos hacer obras únicas y de gran valor, susceptibles de interesar al mundo del arte, que no sean simples copias”, afirma Vernier. El programador compara la polémica suscitada por la inteligencia artificial con la aparición de las primeras fotografías a mediados del siglo XIX. Entonces también se denunció que el resultado era borroso, que sus autores no eran artistas de verdad y que el invento iba a destruir la creación en mayúsculas. “Interesamos a compradores que se hacen una pregunta filosófica: ¿es capaz una máquina de crear igual que lo haría un hombre?”, dice Vernier. La respuesta quedó en el aire.

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