Crítica

Premio gordo (y excesivo) al realismo de Isaki Lacuesta

Pasan cosas muy raras en los premios de los festivales.

Isaki Lacuesta en la ceremonia de clausura.Juan Naharro Gimenez (WireImage)

Tenía curiosidad por saber qué podría gustarle a Alexander Payne, presidente del jurado, en esta sección oficial nada memorable. Su cine —A propósito de Schmidt, Entre copas, Nebraska— retrata con humor y lirismo a gente a la deriva que emprende camino con la esperanza de dar una tregua a su caos y su desazón. Pues ya he descubierto que sus gustos no son los míos. No ha pillado ningún premio la adrenalínica y poderosa descripción de la corrupción política que hace El reino, ni la intelige...

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Tenía curiosidad por saber qué podría gustarle a Alexander Payne, presidente del jurado, en esta sección oficial nada memorable. Su cine —A propósito de Schmidt, Entre copas, Nebraska— retrata con humor y lirismo a gente a la deriva que emprende camino con la esperanza de dar una tregua a su caos y su desazón. Pues ya he descubierto que sus gustos no son los míos. No ha pillado ningún premio la adrenalínica y poderosa descripción de la corrupción política que hace El reino, ni la inteligente y elegante comedia argentina El amor menos pensado. También me parece lamentable que no hayan reconocido la admirable creación que hace el actor Antonio de la Torre en la película de Sorogoyen. Bueno, es algo que me suele ocurrir en los festivales. Que cada uno disfrute con lo que le dé la gana.

Encuentro estimable el trabajo de Isaki Lacuesta en Entre dos aguas (ganadora de la Concha de Oro), su vocación de realismo absoluto contando la problemática supervivencia de un hombre que acaba de salir de la cárcel y que es carne de suicidio. La aprecio lo justo, aunque no me entere de la mitad de sus diálogos (el afán de autenticidad puede conducir a eso) y le sobre metraje.

La trama de Alpha. The Righ to Kill, a diferencia de lo que me ocurre con casi todo el cine del director filipino Brillante Mendoza, logro comprenderla, pero eso tampoco la hace apasionante. Es una más, contada de forma rutinaria, sobre la turbiedad de la policía en su lucha contra el narcotráfico.

La argentina Rojo, de Benjamín Naishtat, es muy inquietante en su arranque, pero su interés se diluye pronto. Cuenta el turbio y enfermizo estado de las cosas en la Argentina de los setenta. Sospecho que ahora lo siguen teniendo crudo. Reconozco que el rostro del actor Darío Grandinetti es rocoso y magnético, pero existe tal intensidad emocional en sus interpretaciones que me pone de los nervios. Cuestión de gustos.

Imagino que la actriz noruega Pia Tjelta hace lo que le exige su directora en Blind Spot, pero acabo harto de sus gritos, su histeria, su desesperación y sus llantos. Es comprensible, ya que su hija ha intentado suicidarse, pero me resultan agotadores eso interminables planos secuencia en los que se combinan 20 minutos iniciales de conversación aburridamente trivial entre adolescentes con otra hora y pico de angustia y sufrimiento al límite, casi pornográfico. Y alucino al ver el ilustre nombre de Jean-Claude Carrière firmando el guión de Un hombre fiel, la muy boba película que dirige y protagoniza Louis Garrel.

El cine verdaderamente hermoso que he visto en este festival, las fascinantes Cold War y Roma no competían en el palmarés. Pero no me extrañaría, en el caso de que hubieran concursado, que las hubieran ignorado. Cannes despreció a la escalofriante y genial Leolo. San Sebastián lo hizo con Muerte entre las flores, o sea, los hermanos Coen en estado de gracia. Pasan cosas muy raras en los premios de los festivales.

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