CRÍTICA | REFUGIADO

Dolor fuera de campo

Un fotograma de 'Refugiado'.

La contienda bélica que se cierne sobre las cabezas de demasiados niños del primer mundo actual se llama violencia de género. Como el Edmund de Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948), el Matías de Refugiado,cuarto largo del argentino Diego Lerman, deambula por un campo de minas perpetuo con la dureza del guerrero, la inocencia del niño y el cansancio del caminante. La víctima es su madre; él, el daño colateral.

Con el punto de vista casi en todo momento en la mirada, la pesadumbre y el entusiasmo de un crío de ocho años, que a pesar de la dureza que le ha tocado...

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La contienda bélica que se cierne sobre las cabezas de demasiados niños del primer mundo actual se llama violencia de género. Como el Edmund de Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948), el Matías de Refugiado,cuarto largo del argentino Diego Lerman, deambula por un campo de minas perpetuo con la dureza del guerrero, la inocencia del niño y el cansancio del caminante. La víctima es su madre; él, el daño colateral.

REFUGIADO

Dirección: Diego Lerman.

Intérpretes: Julieta Díaz, Sebastián Molinaro, Marta Lubos.

Género: drama. Argentina, 2014.

Duración: 92 minutos.

Con el punto de vista casi en todo momento en la mirada, la pesadumbre y el entusiasmo de un crío de ocho años, que a pesar de la dureza que le ha tocado vivir no deja de comportarse como lo que es, Lerman ha compuesto una notable película con estructura de road movie acerca de la violencia sobre la mujer, donde todo queda fuera de campo: palizas, relaciones y personajes. Una valentísima decisión que le sirve para huir de lo explícito, de lo maniqueo, de lo quizá innecesario. Ninguna de las dos figuras masculinas tienen un solo plano durante la película. Al padre solo le oye por teléfono en un par de ocasiones y está lejos del estereotipo; el otro ha quedado incluso fuera del guión, y apenas si se habla de las consecuencias de sus actos, que podrían ser verdaderos o ilusorios. Pero se sobrentienden: las salvajadas de uno, la posible conveniencia del otro.

Los motivos dan igual, lo que importan son los hechos, y ahí no hay dudas, por mucho que en la figura femenina se haya evitado el personaje de una pieza.

A la manera del cine de los Dardenne, el director utiliza el sonido para impulsar emociones sin abandonar el realismo, de modo que el vibrador y el pitido de un móvil ejerzan de ráfagas de ametralladora en la desequilibrada contienda familiar, o que las teclas de un ordenador que toman nota de una declaración en un centro de acogida sean un taladro que remuerde la mente, las convicciones, con cada respuesta. Y aunque al final, en la casa rural, la acción se estanque, sobre todo por el preciosismo de unos cuantos planos imitadores de Malick, con el sol refulgente sobre el objetivo de la cámara y este en las manos de los protagonistas, la película, delicada y aterradora, rigurosa y veraz, es un atroz desgarro.

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