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SEBASTIÁN PIÑERA
Tribuna
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Un presidente para nuestro tiempo

Tuvimos cientos de conversaciones durante este largo periodo y creo haber llegado a conocerlo muy bien, humana y políticamente. Inteligente y trabajador como pocos

Sebastián Piñera
Sebastián Piñera, en Madrid (España), el 28 de marzo de 2016.Samuel Sánchez

Escribo esta columna, hoy 7 de febrero, un día después de la trágica muerte del expresidente Sebastián Piñera para dar cuenta de nuestra historia, la relación que construimos y la gran opinión que tengo de él.

Hace exactamente 14 años me llamó, un 7 de febrero del 2010. Al igual que ayer, me encontraba de vacaciones en Villarrica. En esta columna quiero relatar brevemente esa conversación y la última que tuvimos, hace tan solo unos días, sin imaginar que sería la última.

La primera conversación se dio semanas después de haber ganado la segunda vuelta presidencial en enero de 2010. Me llamó para decirme tres cosas. Primero, me agradeció muy sentidamente lo que había hecho para que triunfara en la presidencial. Un año antes le había dicho que ganaría por el margen de la sensación de triunfo que estimaba que, para una presidencial, era entre 2 a 3 puntos. Me pidió que le explicara en qué consistía y me pidió que trabajáramos en mantenerla. Así fue, obtuvo un 51,61% y Eduardo Frei un 48,39%.

En segundo lugar, agradecerme por la propuesta de gabinete que le había mandado. El día que lo nombraron presidente electo en el Tribunal Electoral quiso que lo acompañara a la ceremonia. Después de ella, sin saberlo, volamos en paralelo desde Tobalaba hacia el sur. Cuando nos reportamos a la Torre a la altura de Chillán, me dijo que nos cambiáramos de canal para hablar porque quería pedirme algo. En esa conversación me solicitó que le enviara el gabinete que yo haría. Lo hice al día siguiente y se lo mandé. Me dijo que el miércoles en la mañana lo daría a conocer y que nombraría varios ministros que le había sugerido.

El tercer tema era que no sacaría senadores del Congreso como se lo había propuesto. Me dijo que había cambiado de opinión y me dio una larga explicación del por qué. Frente a mi silencio, me preguntó qué opinaba y le dije que lo primero que había hecho era agradecerme lo que hicimos para que se cumpliera su sueño de ser presidente y ahora, que podía lograr que se cumpliera el mío de ser ministro, me estaba diciendo que no lo haría (los otros eran Allamand y Chadwick). Me dijo que no le podía decir eso. “Usted sabe que yo digo lo que pienso”, le dije y le agregué: “presidente, yo soy una persona muy presidencialista. Si el presidente estima que es mejor no sacar senadores, yo doy vuelta la página y cuente conmigo para lo que usted estime conveniente”. Me respondió rápidamente que necesitaba urgente juntarse conmigo y acordamos hacerlo el miércoles. Me sorprendió su interés de hablar, ya que ese día en la mañana daría a conocer su gabinete. Nada resultó como lo acordamos, ya que ese día terminé internado en la clínica con mucho dolor por una infección en la muñeca. Me dijo que pasaría a las nueve de la noche por la pieza. Llegó en punto y se fue pasada las once de la noche. Esa fue nuestra primera conversación seria, profunda y con una mirada de Estado. Después de tantas diferencias y discrepancias, esa noche comencé a conocerlo. Ahí apareció el carácter y las prioridades del estadista que emergió en sus dos periodos presidenciales.

He relatado este episodio porque 14 años después me volvió a llamar para que nos juntáramos. Antes de venirme a Villarrica me pidió que fuese a su oficina. Tuvimos una larga conversación que terminó con una invitación con la Chichi (mi señora), a pasar unos días a su casa en el lago Ranco. El destino quiso algo muy distinto. Me quedaré con el recuerdo de nuestra grata e interesante conversación y también de sus preocupaciones.

Estuvo particularmente cariñoso. Partió preguntando por la Chichi y mis hijos. Después me preguntó largamente cómo estaba. De ahí pasamos a conversar sobre el país y la derecha. Como siempre, muy interesado en saber qué creía que debíamos hacer. Coincidimos en todos los diagnósticos y también, en lo que habría que hacer. Lo más complejo era cómo lograrlo.

Estas fueron mi primera y última conversación con el expresidente Sebastián Piñera. Entre ellas transcurrieron 14 años, ocho de ellos fue nuestro presidente y en su primer periodo me honró nombrándome como su ministro de Economía. Por cierto que tuvimos cientos de conversaciones durante este largo periodo y creo haber llegado a conocerlo muy bien, humana y políticamente. Inteligente y trabajador como pocos. Estudioso, riguroso, perseverante. Chile tuvo la fortuna de tenerlo como presidente en los momentos más indicados.

Nadie mejor que él para conducir los destinos del país después de terremoto del 27-F. Lideró la reconstrucción en un tiempo récord. Ningún político hubiese conducido esa titánica tarea con la brillantez que con la que él lo hizo. Cuanto sufrimiento evitó con la priorización que les dio a las obras civiles y las miles de casas que se debieron reconstruir. El rescate de los 33 mineros es otro episodio que lo representa fielmente, donde sin importar el riesgo, y contra la opinión de todo su entorno, se jugó por completo por salvar a nuestros compatriotas.

En el segundo periodo le toco enfrentar dos grandes desafíos, el estallido social y la pandemia. La segunda reafirma su conocida capacidad de gestión, característica eficiencia y sentido de urgencia, junto a sus ministros de Salud logró que Chile terminara siendo un ejemplo para el mundo por la forma en que la enfrentó. Pero la primera mostró su otra faceta, la del demócrata, que no se deja amedrentar por los violentistas que pretendieron botarlo, ni tampoco, por los vociferantes partidarios que exigían el uso de la fuerza. Rompió el tradicional camino de las crisis institucionales que destruyeron en muchas ocasiones nuestra democracia con una salida institucional y pacífica. Esto, además, lo tuvo que sortear con la peor oposición que ha tenido el país desde el retorno a la democracia.

Creo que no descartaba un tercer periodo. Le encantaban los desafíos. Fue un gran servidor público y estaba preocupado de cómo el país podía volver al camino del desarrollo y resolvía el tema de la inseguridad y el narcotráfico. Tal vez era el hombre que nos podría haber devuelto la seguridad y tranquilidad que tanto claman los chilenos.

Nos ha dejado un grande, que podría haber tenido una vida infinitamente más grata y cómoda junto a sus seres queridos, pero optó por grandes sacrificios, abrazando el servicio público para servir a los más necesitados. Han sido horas impactantes, duras y trágicas porque sabemos que podría y quería haber seguido sirviendo por mucho tiempo más con su característica energía, pasión y rigurosidad con que emprendía todos sus desafíos.

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