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elecciones en argentina
Columna
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Los desafíos de Milei

La clave del triunfo electoral está en la fractura de la representación no peronista

Javier Milei
Javier Milei habla tras conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones argentinas.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)
Carlos Pagni

Sería un error permitir que la fascinación que produce el movimiento de las piezas disimule las alteraciones estructurales del tablero. Porque en la política argentina lo que está mutando es el tablero. El triunfo del ministro de Economía, Sergio Massa, deja en segundo plano un fenómeno principal: la coalición peronista Unión por la Patria, a la que él representa, ha efectuado una de las peores elecciones de su historia. Massa obtuvo 9.645.983 votos. Una hazaña si se compara esa cifra con la de las primarias, cuando había conseguido 3 millones de votos menos. Pero una muy mala elección si se la refiere a la que la misma fuerza obtuvo en los comicios de 2019, cuando triunfó el actual presidente Alberto Fernández, quien había sacado 3,3 millones de votos más que los cosechados por Massa este domingo.

La clave del triunfo, entonces, está en otro lado. Está en la fractura de la representación no peronista. En ese campo hubo más de 14 millones de votos, lo que equivale al 54% de la elección. Pero distribuidos en dos candidaturas: la del ultraderechista Javier Milei, de La Liberad Avanza, que sacó 30% de los votos; y la de Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio, que arañó el 24%. Bullrich expresa una coalición que atrae a ciudadanos de derecha, identificados sobre todo con el liderazgo de Mauricio Macri, y a vertientes de centro y de centroizquierda, que se identifican con el viejo radicalismo o con el liderazgo de Elisa Carrió.

Esta fragmentación del campo del no peronismo expresa una modificación importante del campo de juego. En esta área está la crisis. ¿A qué se debe? Un factor preponderante es el desenlace muy gris de la gestión de Macri, vapuleado por ese malestar profundo que ocasiona la inflación cuando se la combina con caída en el nivel de la actividad económica. Muchos votantes ven al período 2015-2019, el del Gobierno de Macri, como un capítulo más de un largo estancamiento. Esa experiencia hace que para muchos electores Juntos por el Cambio ya no signifique cambio alguno, y sea parte de una inercia que debe ser interrumpida. Este problema, que es el central, está agravado por otras razones. Una de ellas es el eclipse kirchnerista. La confluencia de gente con sensibilidades muy diversas bajo del paraguas de Juntos por el Cambio estuvo motivada por el temor a que Cristina Kirchner, en el apogeo de su reinado, allá por 2012, establezca una dictadura de corte bolivariano. Conjurado ese peligro por la debilidad del kirchnerismo, las razones del contrato se vuelven más borrosas.

El gran desafío de Milei para la segunda vuelta que librará con Massa el 19 de noviembre es encontrar una bandera que reconcilie lo que estaba unido. Es decir, reponer la oposición del peronismo identificado como populismo kirchnerista. Es lo que comenzó a ensayar en su discurso de clausura del acto electoral. Es la línea argumental básica: recordar los rasgos más desagradables del oficialismo, sobre todo los asociados a su extravagante nivel de corrupción. Sin embargo, esa campaña antikirchnerista acaso sea insuficiente. No sólo porque con gran arte publicitario Massa logró ocultar bastante a la dirigencia kirchnerista, empezando por Cristina Kirchner que desapareció de la escena. También porque la estigmatización moral del adversario no alcanzaría a neutralizar la caracterización que le dedicará el candidato del Gobierno.

Massa lanzará una campaña modelada sobre la batalla que Lula da Silva libró contra Jair Bolsonaro. Cuenta para ello con un conjunto de asesores brasileños destacados en Buenos Aires por el propio presidente de Brasil. A la cabeza de todos está el experto en marketing Otavio Antunes, un experto en preparar estrategias contra postulantes de derecha. Trabajó no sólo para Lula, sino también para el colombiano Gustavo Petro y para el boliviano Evo Morales. En todos los casos la bandera principal será democracia versus fascismo.

Habrá que ver si Milei sabe conjurar el atractivo que esa disposición de los grupos ejerce sobre los votantes de Pro que no se identifican con el liderazgo de Macri o con los votantes del radicalismo y también con los de Juan Schiaretti, un peronista disidente, gobernador de la provincia de Córdoba, que con planteos moderados sacó 1.784.000 votos, el doble de lo que había recogido en las primarias. Dicho de otro modo: habrá que ver si el economicista Milei consigue emitir un mensaje democrático y pluralista que lo oriente hacia el centro. Sería recorrer un largo trecho conceptual. Massa ya lo recorrió: es el dirigente que, en su condición de peronista de centro-derecha, con mayor plasticidad puede hablar a sectores de clase media moderada, que pueden temer el extremismo de Milei.

El candidato de La Libertad Avanza deberá intentar también otra metamorfosis. Hasta ahora aparece como un líder doctrinario, que cita teoremas y libros para justificar sus propuestas. Alguien más parecido a un reformador social que al presidente de un país. ¿Aprenderá a referirse a propuestas concretas? ¿Logrará que la sociedad, que en general está padeciendo las mortificaciones de una economía que, proyectada hacia fin de año, ya alcanzará el 200% de inflación? ¿O facilitará el retrato que el peronismo hace de él? Es decir: el de un líder predatorio, que en su idolatría de las fuerzas del mercado no tiene inhibición alguna para hundir a los vulnerables en la miseria. Milei sabe que ahí hay un problema. Por eso el domingo aclaró: “No vengo a eliminar derechos, sino a eliminar privilegios”. Se sabrá dentro de poco si es capaz de resolverlo.

En todas estas incógnitas está cifrado en gran enigma: si en Argentina se concretará un reemplazo en la representación de la clase media no peronista, desde el liderazgo de los dirigentes de Juntos por el Cambio, con Macri en el centro, al liderazgo de Milei. Mientras se resuelve ese acertijo, habrá fragmentación. Es el signo de estos tiempos en América Latina. Es el gran riesgo: que la democracia genere desapego no por la concentración del poder en manos de un caudillo, sino por una pulverización que la vuelve ineficaz.

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