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Opinión
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Columna
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¿Qué hacemos con la verdad?

Dice Vivian Neuman que estamos ante la tensión de la verdad que conoce la sociedad, la que establecen los jueces y la espera de esa verdad extrajudicial que nos consuela

Diana Calderón
Álvaro Uribe en una foto de archivo en enero.
Álvaro Uribe en una foto de archivo en enero.RR.SS.

La pregunta me surge en momentos en que la justicia no da las respuestas, las acusaciones surgen multiplicándose en época electoral y la filosofía se me queda escasa para responder responsablemente. Vaya herejía. Me explico en las preguntas: ¿cómo sabemos qué es verdad cuando la justicia tarda 20 años, mínimo, para validar los testimonios de los acusadores y cuando los que acusan terminan en muchos casos siendo victimarios de quienes señalan?

¿Y aún más grave, cuando dentro del sistema judicial hay quienes se dejan corromper con los dineros del investigado o el juez ha sido elegido para cuidar los pecados de su elector?

Cómo construir una ética de lo público cuando quienes son señalados acuden al “es una persecución política” y se mantienen ahí en sus pedestales para recibir el favor del voto porque solo somos culpables hasta que un juez lo dictamine. La presunción de inocencia se impone. Más no la virtud.

Dice Vivian Neuman que estamos ante la tensión de la verdad que conoce la sociedad, la que establecen los jueces y la espera de esa verdad extrajudicial que nos consuela. Y pienso en la Comisión de la Verdad a cargo del padre Francisco de Roux, en la búsqueda de esa que necesita tiempo, mucho tiempo para ser decantada, explorada, investigada y que no busca necesariamente el castigo. Es la verdad que se vuelve el relato en el que nos encontramos porque nos confesamos y nos reconocemos para entonces caminar por una ruta sin hipocresías. Vaya idealismo, pero del bueno.

Menciona Neuman el trabajo de Rodrigo Uprimny y María Paula Saffon en Colombia, “Verdad Judicial y verdades extrajudiciales: la búsqueda de una complementariedad dinámica”, para dar respuesta a la pregunta que me trasnocha por estos días cuando desde el periodismo me niego al activismo e insisto en darle a nuestras audiencias lectoras u oyentes, algún elemento que los aparte de los extremos fanáticos que desde la izquierda y la derecha validan el delito pequeño y de lesa humanidad, entregando el alma que se enfermará poco a poco hasta acabar con sus familias y comunidades por no ser capaces de racionar.

Pero aterrizo en el hoy y me planteo en esta semana lo ocurrido: Andrés Vásquez ex asesor de Piedad Córdoba, declara en la Corte Suprema de Justicia de Colombia que alias Teodora, como se “dice” se le conocía en los computadores del fallecido ex jefe de la guerrilla de las FARC, alías Raúl Reyes, hacía más que labores humanitarias y prácticamente traficaba con los secuestrados determinando los tiempos en que debían ser liberados. Lo dijo en el caso de Ingrid Betancourt, quien estuvo secuestrada por 6 años. ¿La ahora candidata presidencial resulta revictimizada y la candidata al senado, acusada, debería renunciar a su pretensión de ser elegida senadora en una lista del pacto histórico, el partido de Gustavo Petro? Posiblemente en lo relativo a la responsabilidad política, sí, pero no desde la presunción de inocencia. El escenario para el ciudadano que va a votar el próximo 13 de marzo para renovar el congreso, es ejercer su derecho en un escenario de duda, si acaso. ¿Qué hacemos con la verdad? Nuevamente.

Aida Merlano, la operadora sexual y electoral de dos políticos de Barranquilla, habla desde Venezuela, protegida por el régimen de Maduro, luego de haberse fugado de las autoridades colombianas saltando por la ventana de un consultorio odontológico, violada según dice en su historia, reproducida una y otra vez por los medios, y casi asesinada por matones a sueldo, que, en Barranquilla, la ciudad donde nació, nunca le pareció delito la compra de votos porque creció en eso, compraban votos. Vaya generalidad tan asquerosa donde hay hogares humildes en esa que también es mi ciudad, donde jamás un hogar ha pagado ni recibido una coima.

Grabó a sus amantes de quienes dice recibió la plata para llegar al congreso. Los afectados dicen que miente. Sus amantes se declaran arrepentidos de haber caído en las redes del amor de la ex senadora que ellos se inventaron. Su hija anda por el mundo hablando de la necesidad de romper los esquemas sociales para validar el comportamiento materno y ser visible en los mismos medios. ¿Y para cuándo la justicia nos dirá la verdad? ¿Nos quedamos con su testimonio y la reacción de los señalados y su único reconocimiento de que la carne es débil pero no hasta entregarse al diablo?

Por años hemos asistido a las investigaciones en contra del expresidente Álvaro Uribe. Una y otra vez acusado de manipulación de testigos, de paramilitar. Testimonios ciertos, otros cambiantes de acuerdo con el bolsillo del extorsionador. Y Uribe ahí víctima y victimario sin un fallo final, jugando aun en el escenario de la política, cada vez menos, pero ahí.

Y así vamos sin saber qué hacer con la verdad, porque suponemos una verdad que no judicial, una verdad de pasillos, que no una verdad social ni histórica que necesita tiempo, porque los operadores judiciales se entregaron también a los corruptos, al sistema con el que son elegidos y aparentan una pulcritud que ya no convence a nadie mientras la ciudadanía refugiada en el asco de tanta impunidad se vuelve fanática y, por lo tanto, incapaz de escoger bien, de votar bien. Y así seguimos asumiendo culpables a quienes pueden ser inocentes solo porque se acomoda a lo que queremos creer. O declarando inocentes a los peores porque al final alguien tiene que declarar qué es verdad para reconstruir una ruta digna por la cual movernos.

Pero mientras las declara un juez hay verdades que hemos visto, que hemos documentado y sobre esas debe moverse nuestra conciencia y nuestro voto. O es que acaso necesitamos que alguien falle contra los sacerdotes que abusaron por años de menores en la iglesia española. Los castigos muchas veces dependen de que nosotros mismos, seamos capaces de mirar al delincuente a los ojos y negarle la complacencia de la que se alimenta.

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