El papel invisible que decide el futuro climático en la financiación de la transición verde
La comunidad internacional sabe lo que debe hacerse. Sabe cuánto cuesta no actuar. Lo que aún falta es confianza, y la confianza no nace de los discursos, sino de instituciones sólidas

El debate climático global en la COP30 enfrenta un punto de inflexión. El mundo ya ha acumulado diagnósticos, alertas y promesas suficientes. Lo que falta ahora es el elemento menos discutido y más determinante: la arquitectura financiera que convierte los compromisos ambientales en resultados medibles.
Aunque no figura entre los mayores emisores globales, Brasil alberga la selva tropical más grande del planeta y posee un sistema financiero público capaz de operar a escala nacional. Esto nos sitúa ante una doble responsabilidad: proteger un activo ambiental crucial y demostrar, con transparencia, cómo financiar esa protección.
Las estimaciones presentadas en esta conferencia son claras. Mantener viva la Amazonía, promover la inclusión productiva y estructurar cadenas de bioeconomía exige decenas de miles de millones de dólares anuales. Esta cifra no debe interpretarse como un llamado político, sino como una información estratégica: preservar la selva cuesta mucho menos que enfrentar los perjuicios de los eventos climáticos extremos que ya afectan a todos los continentes.
El desafío no está solo en el monto, sino en el cómo. Sin gobernanza, métricas auditables y trazabilidad, la financiación climática corre el riesgo de convertirse en un ejercicio retórico más. Es aquí donde los bancos públicos eficientes marcan la diferencia. En Brasil, el Banco do Brasil está presente en más del 95% de los municipios, lo que permite que el crédito sostenible llegue a agricultores familiares, comunidades tradicionales y cadenas productivas que rara vez entran en el radar financiero global.
En la COP30 presentamos nuevos instrumentos de monitoreo socioambiental, la expansión de la cartera de crédito sostenible y modelos de mitigación de riesgo capaces de atraer capital internacional. Son iniciativas diseñadas para responder a lo que exigen los inversionistas y los gobiernos extranjeros: transparencia, previsibilidad y capacidad de implementación.
La comunidad internacional sabe lo que debe hacerse. Sabe cuánto cuesta no actuar. Lo que aún falta es confianza. Y la confianza no nace de los discursos, sino de instituciones sólidas. Por eso afirmo: la transición ecológica global dependerá tanto de bancos confiables como de metas climáticas ambiciosas.
Si Brasil logra consolidar un modelo de financiación climática con rigor técnico, impacto social y gobernanza sólida, dejaremos de ser solo un símbolo ambiental. Seremos un ejemplo de que desarrollo y preservación pueden, y deben avanzar juntos.
La Amazonía no pide compasión. Pide compromiso. Y el compromiso exige sistemas financieros capaces de concretarlo. Brasil tiene esa capacidad. Ahora, necesita demostrarla al mundo.
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