Dina Boluarte, la presidenta que besó el sótano de la popularidad
La abogada, que se convirtió en 2022 en la primera peruana en ocupar el cargo de mandataria, alcanzó niveles mínimos de aprobación hasta su destitución


“Soy una mujer de paz, dialogante, concertadora que cree en la democracia”, dijo Dina Boluarte en 2023. Llevaba poco más de medio año como presidenta del Perú, pero sus palabras ya cayeron en el vacío para buena parte de la población. Su Gobierno había iniciado con una mentira: aseguró que se marcharía en el caso de que Pedro Castillo fuera vacado o destituido. Esa promesa incumplida fue vista como una traición hacia los seguidores Perú Libre, el partido que los llevó al poder, y representó una ruptura con una izquierda que, desde los Andes, buscaba una revolución.
Dina Ercilia Boluarte Zegarra (Apurímac,63 años), la primera mujer que se cruzó la banda presidencial en el Perú, no gozó de primaveras ni respiros. Su nombramiento aquel convulsionado 7 de diciembre de 2022 provocó un rechazo en cadena. Cuando cumplió cien días en el poder, su desaprobación rondaba el 80%. Hoy, que se marcha contra su terquedad, su respaldo está por debajo del 2%. Incluso, hay encuestas, como la del CPI, que le otorgan el 0% de popularidad entre los peruanos de 18 y 24 años. Cifras jamás vistas en cualquier otro jefe de Estado.
De esa paz inicial que ofreció Boluarte, tuvo poco. “¿Cuántas muertes más quieren?”, dijo desafiante, cuando la Policía y las Fuerzas Armadas ya habían acabado con la vida de medio centenar de ciudadanos que salieron a la calle a expresar su descontento en protestas sociales al inicio de su mandato. Muertes por las que no ha pedido perdón, ni ha mostrado empatía alguna. A inicios de 2024, una mujer vulneró su seguridad y la agarró de los cabellos, en Ayacucho, una de las regiones con más fallecidos. Ruth Bárcena tenía rabia contenida: había perdido a su esposo en las manifestaciones. Al tenerla cerca, no se contuvo y jaló fuerte.
Boluarte tampoco se mostró dialogante. No solo toreaba preguntas, sino que sus silencios con la prensa fueron prolongados. Varios de ellos superaron los tres meses. Es más, impedía el trabajo periodístico, con intimidaciones. A nivel diplomático, mostró sus falencias: se peleó con varios gobernantes del continente, aislando al país. Entre ellos, el colombiano Gustavo Petro, a quien en una ocasión lo dejó con la mano estirada. O el mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien la llamó “presidenta espuria” y se negó a cederle la presidencia protémpore de la Alianza del Pacífico.
Sus orígenes andinos, a los que solía recurrir cuando estaba en aprietos, tampoco le funcionaron: “La protesta tiene voz y rostro indígena, y nos han tratado como sujetos manipulables que somos incapaces de transformar el país, o como violentistas. Dina Boluarte no hace honor a su procedencia andina. Podrá hablar quechua, pero ha golpeado nuestra dignidad”, señala Tania Pariona, secretaria ejecutiva de la Comisión de Derechos Humanos.
Los colectivos feministas también se deslindaron de Boluarte, marcharon en su contra, e incluso sus voceras sostuvieron que su régimen estaba aliado con el patriarcado y era violento con las mujeres. Una escena ilustrativa: madres aymaras cargando a sus hijos, con los ojos rojos, en medio de humaredas tóxicas. Otro detalle que generó rechazo en la opinión pública a lo largo de su mandato fue su frivolidad: sus operaciones estéticas en secreto y sus joyas y relojes de alta gama a cambio de favorecer presuntamente con partidas presupuestales a gobiernos regionales.
El instinto de supervivencia, acaso la única cualidad que le reconocen los analistas políticos, se manifestó en su condescendencia con el fujimorismo. Boluarte no solo permitió que se indultara al autócrata Alberto Fujimori en el 2023, sino que decretó tres días de duelo cuando murió en septiembre de 2024. Pero ni eso fue suficiente: la criminalidad desbordada hizo que las bancadas del Congreso que tanto la protegieron se le voltearan en la recta final.
Se marcha Dina Boluarte con sus discursos de Fiestas Patrias que batieron récord en tiempo y bostezos; se marcha con su indolencia hacia las víctimas de su Gobierno; se marcha sin haber capturado al líder de su expartido Perú Libre, Vladimir Cerrón, un prófugo que tuitea a diario y publica libros. El pueblo que no la eligió en las urnas, no le dio tregua alguna, porque, dicen en las calles, nunca hizo nada para merecerlo. El apodo con que se le conoce será repetido incesantemente en las próximas horas: “Dina Balearte”.
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