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Balneario Camboriú, la Dubai brasileña que es bastión del bolsonarismo

La ciudad escogida para la gran convención de la extrema derecha y la primera visita de Javier Milei a Brasil es un destino turístico aspiracional y uno de los rincones más conservadores de Brasil

Toma aérea de la ciudad de Balneario Camboriú, en 2019.
Toma aérea de la ciudad de Balneario Camboriú, en 2019.picture alliance (dpa/picture alliance via Getty I)

Balneario Camboriú es una ciudad costera del estado de Santa Catarina, en el sur de Brasil, famosa por sus rascacielos, orgullosa de su calidad de vida y dueña de un estilo opulento que la ha convertido en un imán para los nuevos ricos brasileños. También es uno de los rincones más conservadores del país: en las elecciones de 2022, aquí el expresidente Jair Bolsonaro arrasó, con casi el 75% de los votos frente a los 25% que obtuvo el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Los asistentes al CPAC, la gran convención de la extrema derecha que se celebra este fin de semana en la ciudad, están en su salsa. Javier Milei, la gran estrella del congreso, fue recibido por decenas de fanáticos a su llegada al hotel. Los empresarios y autoridades locales están ansiosos por reunirse con él en su primera visita a Brasil como presidente de Argentina.

El sábado, el gobernador de Santa Catarina, el bolsonarista Jorginho Mello, daba la bienvenida a los asistentes sacando pecho: este es el estado más seguro del país, aquí nadie fuma marihuana, el lenguaje de género en las escuelas está prohibido, nadie mama de las tetas del Estado, los presos en las cárceles trabajan y quienes no quisieron vacunarse contra el covid-19 no tuvieron problemas, decía. Música para los oídos de cualquier votante de extrema derecha. “¡Tenemos el orgullo de ser el estado más conservador de Brasil!”, gritaba para orgullo de los presentes, la mayoría residentes de la región.

Pero Balneario Camboriú no es el prototipo de una ciudad de provincias encerrada en sí misma. A pesar de tener pocos más de 140.000 habitantes, en los últimos años se ha convertido en un trampantojo cosmopolita, un símbolo del lujo aspiracional, sobre todo para los que amasan fortunas con el pujante sector agrícola y ganadero del interior de los estados sureños. Apenas queda nada de la pequeña aldea de pescadores ni del humilde retiro vacacional de los primeros inmigrantes alemanes que llegaron al sur de Brasil. La procesión de grúas y rascacielos en el paseo marítimo refleja la pujanza actual. De los 10 edificios más altos de Brasil, ocho están aquí.

El último motivo de orgullo es la Triumph Tower, que con sus más de 500 metros será el edificio residencial más alto del mundo. El precio del metro cuadrado ya es el más caro del país y la bola de nieve se hace mas y más grande cada vez que alguna celebridad anuncia inversiones en la ciudad. En las torres gemelas del Yachthouse (abundan los pomposos nombres en inglés) un ilustre bolsonarista, Neymar, se compró un apartamento de 60 millones de reales (casi 11 millones de dólares). Otro jugador que es fácil de ver por aquí, al menos con su cara estampada en vallas publicitarias, es Cristiano Ronaldo, imagen de la principal constructora local y con millonarias inversiones en apartamentos y establecimientos comerciales.

Es una ciudad no apta para los seguidores del “lujo silencioso”. Aquí el dinero se exhibe: se lleva el mármol, cuanto más mejor, los acabados dorados, el lujo-ostentación. Aunque es una de las ciudades más seguras de Brasil, las calles peatonales para pasear tranquilamente no son precisamente abundantes, los carísimos coches importados atascados en un tráfico infernal son el mejor símbolo de status. Predomina la idea de la meritocracia, no es difícil escuchar argumentos como el que defiende que Santa Catarina trabaja mientras el noreste de Brasil (más pobre y donde Lula tiene sus mejores resultados) vive a costa del Estado. La religión también es un ingrediente importante que lo decanta todo hacia la derecha. Cada año, el congreso de los Gideões Misionarios de la Última Hora, una denominación evangélica, reúne a más de 100.000 personas en la vecina ciudad de Camboriú.

El postureo de este destino vacacional tiene una irónica cara B. El ansia por acumular torres frente al mar convirtió su playa en un lugar sombrío. Por la tarde, la sombra llega a la arena hasta seis horas antes de que se ponga el sol. Mejor darse un baño por la mañana, aunque hay que tener cuidado: la mayoría de las playas presentan graves índices de contaminación. Las causas están en la desigualdad que tapan los rascacielos: en las ciudades vecinas apenas hay alcantarillas, toda la suciedad de las casas va al río Camboriú, y del río directo al mar. Aun así, la ciudad ha conseguido posicionarse como el lugar al que hay que ir. En 2024 espera recibir cuatro millones de turistas, un 15% más que el año pasado. Parte del éxito se explica porque se ha convertido en una especie de meca para los conservadores brasileños.

En este escenario de fantasía de cartón piedra es donde dará sus primeros pasos en la política el más joven del clan Bolsonaro. Los hijos del expresidente ya hace años que están todos estratégicamente colocados: Carlos es concejal en Río de Janeiro; Flávio, senador y Eduardo, diputado y gran artífice de las conexiones internacionales de la extrema derecha brasileña. Ahora, Renan Bolsonaro, de 26 años, se prepara para convertirse en concejal de Balneario Camboriú en las elecciones municipales que Brasil celebrará en octubre. Renan está imputado por blanqueo de dinero y su mérito más conocido es ser un gran jugador de videojuegos. Siempre ha vivido en Río de Janeiro, pero en la ciudad elegida para dar el salto a la política no hay margen para el riesgo. Se espera que se convierta en concejal con una votación récord.

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