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Los desplazados climáticos del sur de Brasil

Cerca de 80.000 personas permanecen en refugios en Rio Grande do Sul. Este es el relato de los afectados y su dramática e incierta situación mientras persisten las lluvias y el agua vuelve a subir

El Mercado Central de Porto Alegre, inundado después de las lluvias, el jueves 9 de mayo.Foto: REUTERS | Vídeo: REUTERS

El dique se agrietó de madrugada y dio lugar al caos. Irrefrenables, las aguas del río Gravataí fueron arrasándolo todo a su paso, cuadra por cuadra, hasta inundar completamente el barrio de Sarandí, en la zona norte de la ciudad de Porto Alegre, la capital del Estado brasileño de Rio Grande do Sul. Cuando la gente se despertó el sábado 4, a muchos el agua les llegaba por el tobillo. Y Cristiane Porto no tenía fuerzas para sacar sola a su marido y a su hijo de la casa.

Porto Alegre Brasil inundaciones
Un hombre se transporta sobre una tabla en las calles inundadas del barrio Humaita, en Porto Alegre (Brasil). Sebastiao Moreira (EFE)

“Fue muy rápido. Estábamos durmiendo y cuando vimos, nos encontrábamos en aquella confusión”, dice Porto, de 49 años, con su voz entrecortada por la arritmia pulmonar. Su marido, de 74 años, padece Parkinson y en los últimos años ha sufrido dos accidentes cerebrovasculares que lo dejaron casi totalmente paralizado. Fue una llamada telefónica del pastor de su iglesia, en medio de la noche, lo que la alertó de la desdicha que se avecinaba: su casa se estaba inundando junto con todo el barrio, había que salir de ahí cuanto antes.

Con los funcionarios de la Defensa Civil sobrecargados, dos voluntarios fueron enviados por su iglesia para intentar sacar a la familia, pero el agua subía rápidamente y no pudieron entrar. Una pequeña laguna de lodo, suciedad de la calle y agua de río se había formado en la sala de estar. Sus vecinos se unieron al rescate y los sacaron, poniéndolos en la parte trasera de una camioneta. “Salimos con el agua por la cintura”, dice Porto.

Cristiane Porto junto a su esposo, hijo y mascota en el Albergue del Sesc, en Porto Alegre, Rio Grande do Sul, el sábado 11 de mayo de 2024.
Cristiane Porto junto a su esposo, hijo y mascota en el Albergue del Sesc en Porto Alegre, el 11 de mayo.Jorge C. Carrasco

Esa madrugada, miles de personas de las barriadas de la capital de Rio Grande do Sul, que sufre desde inicios de mes unas devastadoras inundaciones, tuvieron que ser evacuadas. La familia Porto fue llevada a la Iglesia Adventista de Sarandí, sin embargo, pronto tuvieron que salir también de ahí: el agua se aproximaba a un ritmo vertiginoso. El dique se agrietó por tres puntos. El agua alcanzó los seis metros. No había salvación en el barrio.

En las últimas dos semanas, el Estado brasileño de Rio Grande do Sul ha vivido su peor catástrofe climática, después de que lluvias torrenciales seguidas de inundaciones sin precedentes hayan dejado un saldo de 147 muertos, 127 desaparecidos y 806 heridos en al menos 447 municipios afectados. Por el momento, pues las autoridades creen que esos números puedan aumentar con la bajada del agua. Más de 500.000 personas han tenido que dejar sus hogares, y muchas no saben si podrán regresar.

En Porto Alegre, la quinta mayor ciudad de Brasil, el río Guaíba —que circunda parte del municipio— sigue desbordado y mantiene muchos barrios completamente inundados. Tras retroceder un poco, las aguas han vuelto a subir por las fuertes lluvias de finales de la semana pasada y Defensa Civil local teme que el río supere el récord alcanzado durante esta crisis, que batió el caudal alcanzado en 1941.

Rescatistas voluntarios navegan entre las calles inundadas en Porto Alegre (Brasil).
Rescatistas voluntarios navegan entre las calles inundadas en Porto Alegre (Brasil). Sebastiao Moreira (EFE)

Carreteras destruidas, puentes caídos y calles totalmente sumergidas han bloqueado entradas en cientos de ciudades, haciendo más difícil el transporte de la ayuda humanitaria. Voluntarios y funcionarios de Defensa Civil realizan rescates en botes, vehículos improvisados, jetskis y helicópteros. Mientras que vecinos, organizaciones sin fines de lucro y gobiernos municipales acogen a los refugiados en albergues: casi 80.000 personas.

En un gimnasio del Serviço Social do Comércio (Sesc), en Porto Alegre, el campo de fútbol sala está ahora repleto de hileras de colchones, sábanas, y toallas colgadas. Allí se refugian 250 personas, incluida la familia Porto. “La inundación fue muy fea. La casa quedó inundada hasta el techo, lo perdimos todo”, resume afligida Cristiane Porto. Le duele tanto ser víctima de esta catástrofe como pensar que la tragedia pudo ser evitada. Se pregunta por qué los gobernantes no construyeron mejores sistemas para contener al río. “No lo hacen porque no quieren, porque dinero tienen de sobra para eso. Si una institución como esta no nos hubiese acogido, ¿qué sería de nosotros?”, se pregunta.

Una semana antes de los sucesos, el Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemadem) publicó un documento que alertaba sobre las lluvias y el riesgo de que áreas urbanas fueran inundadas en Rio Grande do Sul. El 6 de mayo, cuando el Gobierno federal decretó el estado de calamidad en el Estado más meridional del país, el Cemadem emitió una nota informando de que, desde un año antes, se sabía que la infraestructura de Porto Alegre era demasiado débil para afrontar catástrofes relacionadas con el cambio climático.

El Estado ha sufrido cuatro inundaciones en un año. Y hay consenso científico en que lo invertido para afrontar desastres climáticos en este Estado no ha sido suficiente. Desde su primer año de mandato, el gobernador Eduardo Leite, de centroderecha, ha modificado cerca de 480 normas ambientales.

Joarés Carvalho Alves, de 73 años, y su esposa Rita, de 66, fueron rescatados por un barco el 1 de mayo en su barrio de Porto Alegre, llamado Navegantes. “La lluvia vino de repente. No nos dio tiempo de sacar casi nada, de subir los muebles [a lugares altos]. Salimos solo con la ropa y los documentos”.

Joarés Carvalho Alves y su esposa Rita en el Albergue del Sesc en Porto Alegre, el sábado pasado.
Joarés Carvalho Alves y su esposa Rita en el Albergue del Sesc en Porto Alegre, el sábado pasado.Jorge C. Carrasco

Los pensionistas tenían un pequeño terreno y una casa detrás de la tienda del hermano de Joarés. Ahora la pareja no tiene claro qué les espera, pero quieren regresar a su casa. “La casa quedó inundada hasta arriba. No tenemos nada”, dice él. Rita no levanta la mirada; sus lágrimas escurren por su rostro mientras su esposo cuenta su historia. ”Esto nunca nos pasó. Solo en la época que yo no había ni siquiera nacido, en 1941, mi madre me contaba que hubo una gran inundación. Pero esta fue peor, lo inundó todo, toda la ciudad”, comenta.

Están acogidos en el mismo gimnasio que los Porto mientras esperan a que su hijo, que fue rescatado en otro local y enviado al albergue de la ciudad, los pueda ir a visitar esta semana. “Cuando regresemos veremos cuál fue el estrago, qué podremos aprovechar y qué no. Ahora resta comenzar de nuevo, comenzar de cero. Levantar la cabeza y trabajar”, dice Carvalho Alves.

Los eventos desastrosos han seguido a Asnel y Marthe Vertismat como una plaga. En 2010, un fuerte terremoto en su país natal, Haití, mató a más de 250.000 personas y dejó a más de un millón sin hogar. La miseria e inestabilidad que le siguieron acabó asfixiando la nación, y la pareja, de 41 y 37 años, decidió dejar Saint Michel de L’ Atalaye y emigrar a Brasil en 2016 para buscar una vida mejor.

Asnel y Marthe Vertismat en el Albergue del Sesc en Porto Alegre, el 11 de mayo.
Asnel y Marthe Vertismat en el Albergue del Sesc en Porto Alegre, el 11 de mayo.Jorge C. Carrasco

La casa que compartían con sus hijos, Lesly y Obed, de 8 años, otros migrantes y varios brasileños se inundó. Solo pudieron rescatar sus documentos. “Tenemos una empresa allí, cosemos. Ahora está todo bajo el agua”, lamenta Asnel Vertismat.

Mauricio Martins, un médico que va todos los días al albergue para atender como voluntarios a los acogidos, dice que la situación que muchos viven es muy dramática. “Llegan muy conmocionados. Otros llegan aliviados”, dice él. “Mucha gente sufría crisis de pánico, estrés psicológico. Había gente preocupada porque tenían familiares que no sabían donde estaban”.

En el albergue, los atienden médicos y psicólogos. Y gracias a las donaciones, todos tienen lo básico.

Alejandro y Rosani Ortiz, de 27 años, migraron a Brasil junto con sus tres hijos para huir de la aguda crisis económica que afrontaba su país, Venezuela. Su historia, como la de muchos venezolanos en el exterior, es de separación, desapego y desplazamiento. Llegaron a Brasil hace ocho meses siguiendo los pasos de la madre de ella, instalada aquí hace seis años. Tras entrar por la frontera terrestre, se reencontraron con la abuela de los niños en Porto Alegre. Desde entonces, la pareja intentaba encontrar trabajo y prosperar. Hasta que vino la inundación.

Manchas de aceite e hidrocarburos se desprenden de vehículos afectados por las inundaciones en Eldorado do Sul.
Manchas de aceite e hidrocarburos se desprenden de vehículos afectados por las inundaciones en Eldorado do Sul.Isaac Fontana (EFE)

Como viven en el mismo edificio, reunieron las cosas de todos en el apartamento más alto. “Nuestras esperanzas eran que se inundara [sólo] abajo y nosotros nos pudiéramos quedar arriba. Pero en vista de las noticias, de que estaba subiendo el agua y que teníamos que salir, pedimos rescate”. Ahora ellos esperan que el agua baje para poder regresar a su hogar. Mientras tanto, se dicen agradecidos por estar seguros

“Duele ver la situación” de los afectados, comenta Anielle, 46, que ejerce de voluntaria del refugio junto con su hija Sofía, de 13. “Hoy, quien está en un lugar seco y seguro tiene mucha suerte; lo mínimo que podemos hacer es ayudar”.

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