Guardianas de lenguas
De cierto modo tranquiliza que, a pesar de tanta discriminación, en nosotras esté el poder de perpetuar, de proteger, de cambiar y de crear lenguas
¿Qué tal si nos inventamos una lengua que solo hablemos las mujeres? ¿Un sistema de signos propios para transmitir lo que callamos, para dar sonido a tantos silencios compartidos?
Aunque parezca poco creíble, no estaríamos siendo nada originales. Siglos atrás, mujeres de Hunan, una provincia al sur de China, establecieron un sistema de escritura usado exclusivamente por mujeres de esta región. La “escritura de hombres”, el nan shu, estaba vedada para ellas, por lo que crearon el nü shu o nüshu, que significa “escritura de mujeres”, y que fue transmitida en secreto durante generaciones.
A través de este sistema circulaban entre ellas consejos, sentimientos, preocupaciones. Usaban caracteres tomados del chino e incluían otros de su propia creación. Se enseñaba de madres a hijas y se practicaba luego entre amigas, hermanas, familiares. Fue un código a través del cual fraternizar, crear vínculos y sobrevivir en un mundo donde no podían expresarse. Cuando las jóvenes contraían nupcias, las féminas cercanas a la novia le regalaban lo que se conoce como Cartas del tercer día, que no eran más que rezos, consuelos, consejos, escritos en nüshu. Además, crearon cantos que aún se conservan y escribían sus autobiografías, las cuales eran quemadas cuando tenía lugar la muerte de la autora. Tan bien resguardado estuvo el secreto que no fue hasta la década de 1980 que se descubrió, y en la actualidad se hace una labor de rescate, puesto que no se trata solo de un sistema de escritura, sino de todo un mundo cultural que se tejió a su alrededor.
El nüshu es un caso singular, hasta el momento es la única escritura del mundo reservada exclusivamente para las mujeres, pero hay mucho que hablar si de mujeres y lenguas se trata: mujeres creadoras de lenguas, mujeres guardianas, mujeres innovadoras de usos lingüísticos. Debido a la división tradicional del trabajo, las mujeres hemos sido históricamente las encargadas de la crianza de los niños y, por tanto, de preservar las lenguas y las culturas. En el mantenimiento de las lenguas indígenas americanas el género femenino ha tenido un papel trascendental, no solo como transmisoras, sino como activistas en la lucha por preservar el legado de su cultura.
Un caso curioso es el de la lengua chaná, perteneciente al pueblo de igual nombre, originario de Entre Ríos, una región entre Uruguay y Argentina. Este grupo habitó la zona desde hace más de 2.000 años y se cuenta que los colonizadores cortaban la punta de la lengua a los niños si los descubrían hablando en su idioma nativo. Para protegerse, el pueblo chaná hizo un pacto de silencio: su lengua y su cosmovisión serían transmitidas solamente entre las mujeres. La hija que más interés mostrara se convertía en adá oyendén, “guardiana de la memoria”. De tal modo quedó invisibilizada esta cultura, que se pensó que la lengua se había perdido, pero a inicios del siglo XXI, Blas Omar Jaime se reconoció como el último hablante vivo de chaná. A pesar de que la lengua había quedado solo entre mujeres, producto de la muerte de sus dos hermanas, su madre decidió enseñarle a su hijo de 14 años la lengua y la cultura de su pueblo. Gracias a la visión de esta madre, se pudo elaborar diccionarios y otro tipo de materiales, incluso películas sobre la lengua y el pueblo chaná.
Además de su papel en la conservación de las lenguas, mucho se ha estudiado acerca de cómo se caracteriza el habla de las mujeres. Si se van a establecer las diferencias en el modo de expresión que emplean hombres y mujeres, hay que tomar en consideración que se trata de diferencias graduales, por lo general en las lenguas no hay usos exclusivos de un género u otro. Los estudios de género parten de ideologías que definen qué formas en el lenguaje son “femeninas” y, por tanto, apropiadas para las mujeres y cuáles no. La realidad es más compleja, puesto que no siempre las personas se ajustan a estos patrones. A través del lenguaje lo que se manifiesta son rasgos de identidad grupal, condicionados por circunstancias ajenas a la lengua.
Esos rasgos conllevan a la construcción de estereotipos. Se concibe a la mujer como muy habladora, que tergiversa y miente, que debe preferir callar. Son muchísimos los refranes que recrean estos tópicos: “Palabras de mujer, no se han de creer”; “las buenas, callan; y las malas, parlan”; “calladita te ves más bonita”; “mujer callada, avis rara”. Estereotipos aparte, los estudios han determinado que en el habla de la mujer aparecen con más frecuencia que en los hombres determinados rasgos, sobre todo, en contextos de interacción comunicativa, que es donde se activan una serie de recursos íntimamente relacionados con los roles de género.
En primer lugar, se ha afirmado que la mujer es más cooperativa en la comunicación, se muestra como oyente atenta, es decir, escucha y anima a la persona que habla a través de marcadores discursivos, de preguntas breves, asiente, usa exclamaciones que evidencian sorpresa o interés (mmm, anjá, sí, verdad, ¿sabes?). Al mismo tiempo, suele acudir más a estrategias de cortesía. La cortesía en temas de lengua se entiende como un conjunto de recursos que se usan para evitar conflictos con el interlocutor y se ajustan a las normas establecidas en cada sociedad. La mujer suele usar más formas indirectas, diminutivos, atenuadores, que no son más que mecanismos para atenuar lo dicho, para restarle seriedad y concederle mayor vaguedad. Pueden ser pausas, silencios, risas, alargamientos vocálicos, palabras o frases. Sin embargo, estudios recientes han mostrado cómo, aunque hay algunas diferencias entre las estrategias de atenuación que usan hombres y mujeres, apenas se encuentran diferencias cuantitativas. Esto ha llevado a hablar de una feminización del lenguaje. La concepción de nuevas masculinidades ha provocado que cada vez más formas que se consideraban “femeninas” sean usadas también por hombres.
La mujer se concibe como la que posee mayor “fineza” en el habla, son las “geishas del lenguaje”, afirma Pilar García Mouton. Ha sido enseñada para no decir obscenidades, para callar sobre determinados temas, para usar eufemismos en lo que respecta a temas tabúes como las partes del cuerpo, los procesos biológicos (la menstruación, el parto, la menopausia). Mientras que en los hombres se da lo que se conoce como prestigio encubierto, es decir, pueden usar modos considerados vulgares u obscenos como marca de masculinidad y esto les concede prestigio en determinados grupos.
En relación con ello, está la idea de la mujer como conservadora y arcaizante en cuestiones de lengua. Sin embargo, ha quedado demostrado que es la que lidera, con diferencia, los cambios lingüísticos. En realidad, las mujeres son más innovadoras y suelen ajustar su uso a lo que tiene más prestigio en su comunidad de habla, que puede coincidir con lo que es la norma o no. Cuando no coincide, tienden a ocasionar cambios lingüísticos, así ha pasado, por ejemplo, con el fenómeno que se conoce como laísmo, ya usado también por hombres, aunque fueron las mujeres las que lo extendieron e impulsaron.
Me agrada pensar que, de un modo u otro, desde las sombras, entre juegos de silencios, de pausas y de asentimientos, la mujer impone lo que termina por perpetuarse y marca con aguda sutileza el devenir de las lenguas. De cierto modo tranquiliza que, a pesar de tanta discriminación, en nosotras esté el poder de perpetuar, de proteger, de cambiar y de crear lenguas.
Y otra vez: ¿qué tal si nos inventamos una lengua que solo hablemos las mujeres?
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