Palestinos en Cuba o el peso de un estigma
La discriminación de los palestinos en la isla es parte del ‘statu quo’, de la realidad inamovible de un país varado, de un estigma que de tan enquistado ya ni se percibe
Desde hace varias décadas a prácticamente la mitad del pueblo cubano se le llama de forma despectiva palestinos. Los elementos que se han instalado en el imaginario popular del cubano para la creación de esta acepción son diversos, pero están basados en el estigma con el que carga el pueblo palestino.
Atribuir rasgos estereotípicos a etnias, nacionalidades o regiones de procedencia es un recurso muy usual, del gallego al catalán, del inglés y al japonés. ¿Y los palestinos qué son? Más allá de su uso como gentilicio ¿qué otro valor referencial encierra esta palabra? ¿Qué rasgos quedan englobados en esta estereotipación? Y, no menos importante: ¿qué tienen que ver los cubanos en todo esto?
La psicología social ha definido los estereotipos como generalizaciones basadas en la simplificación de la realidad a partir de la selección de uno o varios rasgos. Pueden referirse a naciones, religiones, lenguas, pero también a sexos, a grupos de edades; todos somos susceptibles de ser categorizados y, por tanto, estereotipados: que si los franceses son románticos, las mujeres intensas, los musulmanes terroristas y el mejor español es el que se habla en España. Como se ve, el estereotipo puede o no ser negativo, pero igualmente conduce a la concepción de un juicio previo en toda valoración del otro o incluso de uno mismo; en definitiva, conduce a un prejuicio que, cuando es negativo se puede traducir en actitudes negativas. Es decir, en discriminación y estigma. La lengua como instrumento de comunicación es la portadora de estos juicios y los perpetúa, para bien o para mal. En esa perpetuación se llega a perder la referencialidad en buena parte de los casos. Recuérdese si no la asociación que se ha fijado entre lo negro y lo marginal, lo ilegal, lo políticamente incorrecto — oveja negra, mercado negro, lista negra, humor negro —, cuando en realidad los detonantes de estas asociaciones no son más que las implicaturas culturales de la raza negra que hemos hecho los hablantes a lo largo de la historia.
Algo similar ha pasado con el término palestino/a en el español de Cuba. En las últimas décadas se amplió su uso para referirse a los que son naturales del Oriente cubano. No hay un momento exacto que pueda identificarse como el origen de esta denominación, pero sí puede afirmarse que ha sido de uso generalizado al menos en los últimos 30 o 40 años. El Diccionario del Español de Cuba del año 2000 registra palestino/a como “habitante del interior, especialmente de la zona oriental de Cuba, que viene a vivir a La Habana”. Esta definición refleja la que puede haber sido la primera acepción que tuvo en Cuba, pero en la actualidad palestino/a es cualquiera que haya nacido en alguna de las provincias más orientales del país, de Las Tunas a Guantánamo, independientemente de si ha emigrado al Occidente o no. Lógicamente, la denominación se activa cuando el sujeto denigrado molesta, que es cuando emigra, cuando invade territorios que le son ajenos, cuando llega a marginalizar aún más lo marginado, a formar parte de la periferia de una urbanidad que no le corresponde, pero no quiere esto decir que la acepción asociada a la migración no se haya ampliado y este gentilicio haya cambiado su posición geográfica: no importa si ha emigrado o no, no solo los del Oriente medio son palestinos, también lo son los del Oriente cubano.
La migración de Oriente a Occidente en Cuba es un tema complejo que se remonta al siglo XIX, pero que se intensificó luego de 1959. Desde la década de los sesenta el flujo de los migrantes nacionales hacia La Habana ha provenido sobre todo de las provincias orientales y alcanzó los más altos índices en la década de los noventa. Todo ello llevó a la toma de medidas para regular la migración que consistían en autorizaciones para mudarse a la capital e impedimentos para contratar a personas que no fueran habaneras en los centros laborales. Estos decretos vinieron a legitimar la discriminación y, con ella, la denominación de palestino/a y todo lo que encierra. Las consecuencias han sido asentamientos ilegales en los municipios capitalinos periféricos, desahucios, barrios marginales improvisados llamados “llega y pon”, en los que estos migrantes, en su mayoría orientales, viven sin electricidad, sin agua, sin calles asfaltadas y sin derecho a la libreta de abastecimiento. El cuerpo policial –irónicamente integrado sobre todo por jóvenes orientales traídos a la capital– tiene autorización para pedir la identificación a los ciudadanos y detener a todo el que lo considere por no residir oficialmente en La Habana. Todavía hoy se continúa calificando de “ilegal” a aquel que reside en La Habana sin contar con la aprobación gubernamental del cambio de domicilio y se mantiene el asedio a estos ciudadanos.
Aún queda la interrogante: ¿por qué, entre todas las referencias posibles, se activa la denominación de palestino para hacer alusión a los orientales de Cuba? Entre palestinos y cubanos el contacto no ha sido estrecho, precisamente. Sí que ha habido un apoyo sostenido del gobierno cubano a los palestinos, desde Fidel Castro hasta el presidente actual Miguel Díaz-Canel. Cuba ha apoyado a la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y al Frente Marxista-Leninista Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), con capacitación de inteligencia y apoyo financiero. También ha recibido estudiantes palestinos en la Escuela Latinoamericana de Medicina desde el 2005 y ha graduado 104 doctores palestinos. Hoy se encuentran estudiando en Cuba 200 estudiantes, buena parte de los cuales provienen de la Franja de Gaza. Más allá de esto y el conflicto bélico al que los cubanos, como parte del mundo, no son ajenos, no constan otros vínculos que hayan activado a los palestinos en el imaginario popular. Las asociaciones que se establecen deben ser nociones vinculadas a desplazamientos, conflictos armados, refugiados, islamismo, terrorismo; asociaciones estas que se intensifican con cada vaivén del conflicto entre palestinos e israelíes, tan extendido y sistemático que lleva a que hablantes de un lugar tan lejano como Cuba usen palestino/a como calificativo despectivo para referirse a un grupo humano de la zona oriental que se percibe como inferior en muchos sentidos y como migrante indeseado.
A la condición de pueblo errante, desplazado, del pueblo palestino, se han ido sumando elementos negativos que incluyen cuestiones de raza, de lengua, de nivel cultural, de tipo social, de poder adquisitivo. Y palestino/a ha llegado a ser en Cuba el insulto que la mitad de un pueblo le hace a la otra; el símbolo de la discriminación que La Habana, ciudad Atlántica, ciudad del Golfo, le hace al Caribe, porque el Caribe son los otros, los más negros, los que hablan peor y porque “Cuba es La Habana y lo demás son áreas verdes”; es también la parodia de un pueblo dividido por una rencilla histórica que opone a las dos capitales cubanas, La Habana y Santiago; es la caricatura de uno de los conflictos más terribles de la historia trasladada a lo “real maravilloso” de una isla del Caribe, donde las bombas que detonan invasiones y refugiados son legislaciones que marcan territorios, ilegalidades y superioridad por lugar de procedencia. Estos palestinos, como los otros, de alguna manera también buscan refugio.
Con la nueva escalada del conflicto que ha tenido lugar en 2023, el presidente cubano Díaz-Canel, palestino, oriundo de la provincia de Holguín, ha convocado a una marcha propalestina. Obviamente se trata de una marcha a favor de los que están siendo masacrados del otro lado del mundo. La discriminación de los palestinos en Cuba es parte del statu quo, de la realidad inamovible de una isla varada, de un estigma que de tan enquistado ya ni se percibe. Quizá sea hora de empatizar con los palestinos de dentro y de fuera. Quizás sea hora de cuestionar esta denominación. Quizás sea hora de pedirles perdón. Aunque esta sea la menor de las disculpas que el mundo les deba.
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