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ECUADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡No lograrán atemorizarnos!

Los actos terroristas perpetrados por los Grupos Delictivos Organizados se alzan como una sombra ominosa que amenaza la integridad, la paz y la misma existencia de Ecuador

Daniel Noboa Ecuador
Soldados patrullan las calles de Quito mientras ciudadanos transitan, el 9 de enero.KAREN TORO (Reuters)

Ecuador está en crisis permanente, pero esta crisis es distinta. Hoy son los actos terroristas perpetrados por los Grupos Delictivos Organizados (GDO) los que se alzan como una sombra ominosa que amenaza la integridad, la paz y la misma existencia de este pequeño país andino. En este sombrío panorama, el fenómeno del terrorismo y su relación con los grupos de delincuencia organizada han tejido una red de caos y desesperación que se cierne sobre cada rincón de nuestra sociedad.

El terrorismo, ese concepto tantas veces mal utilizado por nuestra pobrísima clase política, se ha convertido en un flagelo que empaña la cotidianidad del país. Sabíamos que estábamos mal, que acabamos 2023 como el país más violento de la región; que nuestras costas sirven para la distribución de cocaína a Estados Unidos y Europa; que nuestros niños son reclutados por los GDO; que la seguridad de nuestras fronteras es pobre; que los GDO han cooptado funcionarios policiales, judiciales y de fuerzas armadas. Lo sabíamos, pero la respuesta estatal no logró anticipar los hechos. Hoy la retahíla de atentados terroristas que ha sacudido nuestro país no solo ha dejado cicatrices físicas, sino también ha fracturado la confianza y la seguridad que deberían ser derechos inalienables de cada ciudadano y se ven contemplados en la Constitución.

La osadía de los GDO ha llevado a nuestra débil democracia a un estado de emergencia, plasmado en el Decreto Ejecutivo Nro. 111 que reconoce la existencia de un Conflicto Armado Interno en Ecuador. Este instrumento, firmado por el presidente Daniel Noboa, se despliega ahora como un recordatorio escalofriante de la gravedad de la situación. Ecuador, enfrentándose a una amenaza interna que devora los cimientos de la democracia y el Estado de derecho, se ve obligado a tomar medidas extraordinarias para salvaguardar su existencia.

Hoy, todos los ecuatorianos vimos con terror el secuestro de un canal de televisión mientras transmitían en vivo, transformando los estudios de televisión en campos de batalla. La libertad de expresión, pilar fundamental de toda sociedad democrática, es ultrajada en aras de una agenda criminal que pretende atemorizarnos. ¡No lo lograrán! La sombra del miedo se cierne sobre el país, pero no debemos permitir que la oscuridad venza. El terrorismo no es un fin en sí mismo, sino una estrategia de los GDO para alejar a la ciudadanía del Estado.

El asesinato de guías penitenciarios y policías es una afrenta directa al principio weberiano en el que solo el Estado tiene el uso del monopolio de la violencia. Pero hoy, todos los hombres y mujeres comprometidos con la seguridad de la población son víctimas de una violencia despiadada que busca sembrar el pánico y doblegar la voluntad del Estado.

En este contexto desolador impera, más que nunca, la necesidad de unidad nacional. El miedo, aunque palpable, no debe convertirse en el amo de nuestras decisiones y destinos. Es hora de cerrar filas como sociedad, de mirar más allá de nuestras diferencias y alzar la voz contra la amenaza común que nos acecha. Ecuador, en su dolor compartido, debe erigirse como un faro de resistencia, recordándonos que la fuerza de la unión es la única capaz de disipar las tinieblas del terror.

En la batalla contra el miedo, la determinación colectiva es nuestro mayor escudo. Solo con valentía y solidaridad podremos sobreponernos a esta sombra que pretende eclipsar la esperanza. En la unión del pueblo ecuatoriano yace la fuerza que disolverá las cadenas del terror, demostrando que la luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad.


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