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‘Una rosa y mil soldados’, un relato en primera persona de la red de niñas esclavas sexuales de la dictadura paraguaya

Julia Ozorio tenía 13 años cuando la secuestraron. “La primera noche fue horrible”, recuerda esta víctima. Durante el régimen de Alfredo Stroessner existieron al menos 12 centros donde se violaba a niñas secuestradas

Julia Ozorio Gamecho en su casa en Asunción, en 2016.
Julia Ozorio Gamecho en su casa en Asunción, en 2016.

Un enano de piel rugosa con un pene que le da varias vueltas al cuerpo es el protagonista de una popular leyenda de Paraguay. Se llama el kurupí y vive en lo más profundo de la selva. Su actividad predilecta es acercarse a las casas y violar niñas vírgenes durante las horas de la siesta. Este mito se convirtió en el último recurso de las familias para frenar las ganas de las niñas de jugar fuera de casa durante la dictadura más larga de América del Sur. Pocos sabían entonces cuan real era el peligro. Según la reciente investigación del periodista Andrés Colmán, hubo al menos doce centros donde niñas secuestradas eran esclavizadas sexualmente por el dictador Alfredo Stroessner y sus allegados.

Julia Ozorio Gamecho tenía 13 años cuando la secuestraron. Era 4 de febrero de 1968, un domingo en Nueva Italia, un pequeñísimo pueblo del campo paraguayo que aún hoy tiene unos 3.000 habitantes. El general Stroessner llevaba en el poder 14 años cuando a casa de Julia llegó “un señor gordo, panzón” con dos soldados que apuntaban con fusiles a sus hermanas, a ella y a su madre.

El hombre miró primero a sus hermanas de 16 y 17 años y después a ella. “Esta más chiquita me la llevo yo”, le dijo a su madre antes de subir a la niña a un coche. No dijo una palabra más hasta que la encerró en una casa de San Lorenzo, ciudad cercana a Asunción.

“La primera noche fue horrible. No hay palabras humanas que puedan expresar mi dolor de esa noche”, recuerda Ozorio en su libro Una rosa y mil soldados, publicado en 2008 en Buenos Aires, Argentina, -a donde se marchó a revivir, a trabajar limpiando casas y cuidar niños tras sobrevivir a dos años de secuestro y violaciones-.

“El Lobo, saciado y ebrio seguía roncando en su cama. Yo dormía en el suelo. Apenas podía dormir por el dolor”, remarca ella en el libro que, tras agotarse la segunda edición, no ha vuelto a querer editar por las presiones y amenazas recibidas.

Quien la secuestró era el coronel Pedro Julián Miers, encargado de la seguridad del dictador y también de la red de “harenes” de niñas esclavizadas que Stroessner y sus aliados mantenían por todo el país. Julia debía ser entregada al dictador, pero Miers decidió recluirla para sí por dos años. Vivió encerrada en una celda, con poca comida y expuesta también a los abusos de los soldados que la custodiaban. Alguna vez, el coronel la vistió de gala y la exhibió en público.

Los cazadores de niñas

“Los cazadores de niñas eran militares de menos jerarquía, capitanes, tenientes, que se dedicaban a mirar a las nenas para decidir a quién iban a raptar ese día, para complacer al presidente. (…) Por entregar a una niña virgen, sus parientes ocupaban un puesto”, relató Ozorio.

Ozorio tiene hoy 68 años y no quiere volver a Paraguay. “Pasé 40 años llorando. Y después recuperé la memoria. Esos secuestradores y asesinos murieron como angelitos y yo limpiando pisos acá”, cuenta. “No quiero irme de este mundo sin contar que había dos españolitas. Quiero que las busquen, eran dos niñitas españolas. Las tenían drogadas, me pedían auxilio, pero cómo las iba a salvar. Me gustaría que las encuentren, yo puedo hacerles un identikit”, reclama. Su sueño siempre fue crear un hogar refugio para niñas abusadas. Dice que sabe que son muchas más.

Rogelio Goiburú, titular de la Dirección de Memoria Histórica de Paraguay, recuerda que a finales de los sesenta, Paraguay tenía dos millones de habitantes y el control que ejercía el Partido Colorado sobre la población era casi total. “Había espías, militares y policías en todas partes. La población era de las más empobrecidas del mundo, vivía sin libertad de expresión, ni de movimiento, tampoco de religión o asociación política. Ser acusado de comunista por cualquiera podía llevarte a prisión sin juicio. La tortura era el trato habitual a cualquier detenido”, dice.

Las cárceles se llenaban de opositores inocentes, los ríos de cadáveres, las familias de llanto por los desaparecidos. El mismo guión que las dictaduras de Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, que, de hecho, trabajaban juntas en el conocido Plan Cóndor.

El periodista Andrés Colmán, en su libro Las orgías del general, crónica sobre las niñas víctimas sexuales de la dictadura stronista, recientemente presentado en la Feria del Libro de Asunción, explica que esta realidad permaneció semioculta por mucho tiempo “porque los testigos y los vecinos de esta perversa orgía criminal mantuvieron también un silencio cómplice”.

Hay mujeres que han contado su experiencia a la Comisión de Verdad y Justicia y a la Fiscalía, pero piden mantener el anonimato, como las del documental Calle del Silencio, de José Elizeche, disponible en Internet. Julia Ozorio es la única con nombre y apellido que denunció su caso.

“Vi los cuerpos inertes de tres niñas”

En 1975, Malena Ashwell y su marido, teniente de la Marina, almorzaban en la casa de uno de sus superiores en el barrio de Sajonia. Malena salió a la calle y vio que los vecinos se agolpaban frente a una casa cercana. Entró al patio.

“Con horror vi los cuerpos inertes de tres niñas, dos de ellas de unos 8 años, la otra de 9, tendidas desnudas sobre un montón de arena en la parte trasera de la casa”, contaría luego Ashwell en una entrevista publicada en The Washington Post, el 20 de diciembre de 1977. Fue la primera publicación de la denuncia de la red de narcotráfico que involucraba a altos jefes militares del Paraguay y al mismísimo Stroessner.

Fue la primera vez que se publicó, no la primera vez que se intentó. Por intentarlo antes, Ashwell fue secuestrada por la policía paraguaya y torturada con violaciones incluidas. También secuestraron a Miguel Ángel Soler, secretario del Partido Comunista en aquel momento por querer publicar la historia en Adelante, la revista del partido.

La casa de Sajonia era administrada por el coronel Leopoldo Perrier, más conocido como Popol, amigo íntimo del dictador y líder de la red de secuestro con fines de explotación sexual al servicio del jefe de Gobierno, resume Colmán. Son muchos los testimonios que certifican que Stroessner visitaba asiduamente el lugar.

Su libro incluye más testimonios de violaciones relatadas a la Comisión de Verdad y Justicia que documentó los crímenes de lesa humanidad de los responsables de la dictadura. Como cuando cientos de soldados invadieron el pueblito de Costa Rosado en 1980 en busca de un líder de las Ligas Agrarias Cristianas, grupos de agricultores cooperativistas. Como no lo encontraron, encerraron a niñas y niños en una escuela. Los acusaban de comunistas, a ellos y a sus padres. Los torturaron con técnicas de ahogamiento. A las niñas de 10 y 12 años las violaron en el baño de la escuela.

Abusos sexuales que persisten

“En Paraguay no se trata a las mujeres como se debe. Sé que es en todas partes, pero antes y hasta ahora las tienen como trapo. Es cosa del stronismo y la cultura de que el macho hace lo que quiere”, espeta Julia Ozorio.

Paraguay es el país con más proporción de embarazos adolescentes de América del Sur. 72 nacimientos por cada 1.000 son de mujeres de entre 15 a 19 años. No hay educación sexual integral en las escuelas públicas, la palabra género está prohibida y eliminada de los libros de texto y hasta de la reciente ley que reconoce el feminicidio.

Juan Carlos Ozorio, un diputado del gobernante Partido Colorado, renunció a su banca el año pasado cuando fue denunciado en la mayor operación antinarcotráfico y lavado de dinero de la historia reciente en Paraguay. El diputado también tenía una causa abierta por el presunto abuso de una niña de 9 años, pero eso no le había hecho renunciar. Un candidato a concejal departamental de la opositora Concertación Nacional, Luis Fernando Ramos Amarilla, fue denunciado por supuesto abuso sexual de una adolescente de 16 años. La investigación no ha avanzado en dos años y Ramos Amarilla resultó electo el 30 de abril. Ahora la familia de la víctima teme que el caso quede impune.

Por la tercera lista más votada de las elecciones del pasado abril, Cruzada Nacional, fue electo senador Rafael Esquivel, conocido como Mbururu a pesar de estar procesado y encarcelado por abuso sexual de una niña de 12 años y por otra causa con una adolescente de 15 años. La Articulación Feminista del Paraguay, encargada de organizar y convocar las marchas del 8 de marzo, sostiene una campaña para evitar que Esquivel ocupe un lugar en el Senado.

Cada año hay unas 2.000 denuncias por abusos sexuales contra niños y adolescentes en Paraguay. El 80% de ellos ocurre en el seno familiar: padres, abuelos, tíos o padrastros, según datos oficiales. El mismo número de niñas que llegó a tener sometidas el dictador, según los cálculos de Goiburú y la Dirección de Memoria Histórica.

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