Laura Restrepo, la narradora más aguda de nuestro delirio
Este año Netflix estrenó la serie basada en ‘Delirio’, la novela que obtuvo el Premio Alfaguara en 2004. Después de décadas de vivir entre España y México, la bogotana regresó para escribir desde el Eje Cafetero, y en mayo publicó ‘Soy la daga y soy la herida’

El que su obra sea llevada a la pantalla no es el culmen de un escritor, aunque muchas veces sea la única manera de darse a conocer de forma masiva o de refrescarle la memoria a una nueva generación para que vuelva a sus libros. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ser famoso y ser importante. A pesar de que este último año estuvo en boca de todos por la adaptación de su novela Delirio para la serie que produjo Netflix, Laura Restrepo ya era una escritora importante e inmensa por triunfos mucho más serios. El más reciente, su insistencia en denunciar las atrocidades que se estaban y se están cometiendo en Gaza mucho antes de que el mundo entero se pronunciara por fin ante semejante genocidio. Y es que el talante político de Restrepo viene de tiempo atrás cuando, aún cursando la carrera de literatura, decidió entrar a la militancia política luego de ser profesora en una escuela pública a la que llamaban el ColCol (el Colegio Colombia), a través de la cual comenzó a ver de cerca a la verdadera Colombia.
De familia burguesa y prominente, creció viajando con sus padres en un Volkswagen a todas partes y con un montón de privilegios que por fortuna no nublaron su empatía. Su madre provenía de una familia adinerada y recibía una jugosa renta de parte de su abuelo, Nemesio Camacho (en cuyo honor bautizaron el estadio El Campín), y su padre era un comerciante libertario, sin credo político ni religioso. Ambos adoraban el teatro, la música y los viajes.
Durante su época universitaria soplaban vientos de cambio aquí y allá: revolución cubana, caída del franquismo, protestas contra la guerra de Vietnam, Mayo del 68… En Colombia los movimientos campesinos y la Teología de la Liberación permeaban ya el ambiente. Restrepo fue seducida para que entrara al bloque socialista por un hombre que llevaba debajo del brazo En busca del tiempo perdido, razón por la que ella dedujo que “era posible una combinación entre la lucha de clases y el amor por la cultura sin banderas”.
Su labor era ir a los barrios populares a repartir propaganda o a vender el periódico de la organización, y editar sus publicaciones. Aquella joven que llegaba en Mercedes Benz a la universidad y que siempre se sintió tan a gusto en su familia decidió donar la herencia de su padre a su segunda familia: el partido en el que militaba y por el cual viajó a la Argentina, en donde tuvo a su hijo Pedro con otro activista político, de quien poca información tenía, a pesar de la intimidad. “No conocíamos ni siquiera los nombres completos de nuestros compañeros, de forma que si alguien caía no podía delatar a los otros.” Paradójicamente, luego de regresar a Colombia, fue ella la que tuvo que perseguir a su expareja para traer de vuelta a su hijo, travesía que cuenta en la única novela completamente autobiográfica de la autora: Demasiados héroes.
Luego Restrepo se dedicó al periodismo, en el incipiente proyecto de Revista Semana, primero en sus páginas de cultura y después como editora política. Fue entonces cuando Belisario Betancourt la llamó a negociar con la guerrilla del M-19 en un primer intento de paz. De esa labor surgieron tanto el trasfondo de su novela Historia de un entusiasmo, como las amenazas que la llevaron al exilio en México, desde donde continuaba tratando de interceder por firmar la paz. Regresó para aceptar el cargo como directora del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, puesto más bien burocrático en una oficina a la que acudía con su perro, y del que la rescató el Premio Alfaguara por su novela Delirio. Entonces vinieron días agitados de gira por el mundo hasta que, como ella misma dice de los reconocimientos públicos, “el reinado acaba y vuelve el escritor a su realidad: la de la hoja en blanco”.
Con profunda libertad y pasión, Restrepo ha cambiado de pareja como pocas mujeres de su generación se atrevieron a hacer. De un burgués a un militante, de un guerrillero a un senador, y de un manizalita a un catalán, la autora ha sabido mantener su vida privada velada entre las páginas de sus novelas, que son más de una decena y que cambian de temas y de escenarios con la misma seriedad con la que investigó en sus años de periodista.
La escritora vivió también gran parte de las últimas décadas en España, trabajando para el PSOE (el Partido Socialista Obrero Español) y de Madrid se fue a vivir a la Cataluña profunda de los Pirineos junto con su última pareja, el político y escritor mexicano Carlos Payán (qepd), y su hijo Pedro. Allí se dedicó a vivir de una manera más sencilla y conectada con la naturaleza en una vieja casona campesina, donde el canto de aves como el halcón peregrino o la abubilla anunciaban la llegada de alguna estación.
Ahora sigue escribiendo desde su casa en algún rincón del Eje Cafetero, aunque jamás se ha alejado de la realidad colombiana, incluso estando en otras latitudes. Su novela Los divinos, por ejemplo, se basa en el asesinato espeluznante de una niña previamente abusada por un joven de la clase alta bogotana, y nos pone el espejo bien cerquita para que podamos ver cada uno de nuestros defectos y la forma en que nos basta cruzar una calle para pasar del penthouse de un millonario a la casa prefabricada del más pobre de los bogotanos. Pero Restrepo retrata un universo mucho más profundo que la mera anécdota de la tragedia y revela las raíces sobre las que se basa una sociedad completa que germina y sostiene a ese grupo de niños bien que jamás aprende de sus fechorías. Podría sonar aleccionante e incluso moralista, pero Restrepo trasciende los límites morales para esbozar personajes con fisuras y perversiones al mejor estilo de Navokov, de quien admira su obra Lolita.
Asegura que es novelista porque no es capaz de ser poeta, y de hecho lee mucha más poesía y ensayo que novela. Pero miente, y miente muchísimo, porque en las voces descarnadas de su narrativa hay una poesía que se asemeja, no tanto a la pirueta sutil y delicada de una bailarina de ballet, sino más bien al duende y el ceño fruncido de una bailaora en un tablado, o a la rapidez y el sudor de una bailarina de salsa o de jarabe tapatío. Sus novelas son una suerte de poesía de largo aliento, como lo demuestra su más reciente libro: Soy la daga y soy la herida, una sátira narrada con humor y terror —lo que la autora ha definido como el género brutal noir—, que retrata la violencia descarnada de nuestros tiempos, aunque vale la pena aclarar que en los libros de Restrepo un tiempo preciso se convierte en un tiempo universal.
Basta con pensar en la vigencia que hoy tiene leer Hot Sur (la historia de una inmigrante latina en Estados Unidos), ahora que las arbitrariedades del ICE amenazan a los inmigrantes en la era Trump, o lo pertinente que resulta releer o ver la adaptación de la novela que la hizo merecedora del Premio Alfaguara hace dos décadas para darnos cuenta de que el Delirio narrado allí no es tan sólo la locura de una joven, sino de la casta social y familiar en la que fue criada. Independientemente del tema, los narradores de sus libros tienen siempre un tono hondo, vernacular, épico, casi bíblico, que llevan al lector a las profundidades de la historia y que de seguro sostendrán su obra en el tiempo por muchos siglos más. De la misma forma en que nos asombramos con las momias o los restos de antepasados milenarios en los museos de historia natural, asombrará Restrepo a tantísimos lectores en la posteridad.
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