Catalina Gómez Ángel, mucho más que una corresponsal de guerra
La periodista pereirana, que lleva tres años cubriendo la invasión rusa a Ucrania, acaba de recibir el recién creado Premio Internacional de Periodismo David Beriain por su valentía y “su forma de compartir la vida con las personas sobre las que informa”

Dos periodistas, viejas conocidas, se sientan a comer pizza con un escritor famoso y un comisionado de paz colombianos que están visitando Ucrania por una guerra en la que ellas llevan años inmersas, la una porque es oriunda, la otra porque cubre ese conflicto desde hace tres años. Están sentados en la terraza de un restaurante en Kramatorsk cuando un misil impacta el lugar y una de ellas queda gravemente herida y luego muere. Inmediatamente, se convierte en noticia que el reconocido escritor sobrevivió y que va a publicar un libro sobre aquella experiencia, a todas luces horrible, pero fugaz.
El nombre de la colombiana que sobrevive no aparece tanto en los periódicos. La llaman sobre todo para que ponga al teléfono al personaje famoso. Tampoco sale a relucir el concienzudo trabajo periodístico que lleva realizando desde que se fue a vivir a Kiev. “Todas las experiencias de la guerra son válidas y merecen ser contadas, pero yo prefiero contar la mía de a poquitos y poniendo el foco en sus verdaderos dolientes”, asegura cuando recuerda el fatídico ataque.
Esa es quizás la gran virtud de Catalina Gómez Ángel. No es la adrenalina del corresponsal que grita en medio de las balas la que la mueve a estar en donde está, ni mucho menos lo que la ha hecho merecedora del primer Premio Internacional de Periodismo de Conflictos Daniel Beriain, galardón que recibió hace pocas semanas en Artajona, España, y cuyo nombre pone de manifiesto la gran diferencia que hay entre ser un corresponsal de guerra y un periodista de conflicto. “A mí me interesan la historia, el contexto, la cultura de un país y la naturaleza del entramado político –que muchas veces es la suma de muchos conflictos–, pero sobre todo, me interesan las personas de a pie y su cotidianidad”.
A los 32 años y luego de escribir una tesis sobre Irán para graduarse de su maestría en Relaciones Internacionales, La paisa (como la llamamos sus amigos) visitó ese país como turista. Dos años más tarde sacó todos los permisos para irse a estudiar farsi a Teherán, hasta que en 2011 consiguió quedarse del todo. Allí conoció Kaveh Kazimi, quien fuera su pareja por casi dos décadas, y comenzó a mirar con otros ojos “la revolución del velo” cuando trabó una relación entrañable con su suegra, Janume Gol (Señora Flor, en farsi). “La verdadera resistencia es más una carrera de largo aliento que una de cien metros. Se ve en actos valerosos como el de mi suegra, que cada 21 de marzo corría el riesgo de hacer una fiesta en su jardín para celebrar el nuevo año persa en el sizdah bedar, bailando, bebiendo y vistiendo con absoluta libertad, contrario a todas esas órdenes, como la del velo, que parecen tan sutiles y que, sumadas, hacen sentir a cualquiera atrapado en una camisa de fuerza”.
Así, en la lucha diaria de la gente de a pie, Gómez fue comprendiendo mejor el conflicto de Medio Oriente. Viajaba para contar historias sobre Egipto, Afganistán, Líbano, Turquía, Gaza, Nepal, Siria e Irak. “Empecé a escribir un blog para revista Semana y pronto estaba publicando en El Tiempo; El Mundo, de Madrid, y La Vanguardia, de Barcelona, hasta que comencé a desarrollar formatos audiovisuales y de radio para RCN y France 24”.

Y no es que le llovieran propuestas de la nada. Muy a pesar de esa gran frase del periodista Robert Capa, que irónicamente decía que el sueño de todo corresponsal de guerra era quedarse sin trabajo, Gómez buscaba la manera de vender sus historias, muchas veces infructuosamente, con todo y que había coyunturas sucediendo, porque prefería la libertad a la estabilidad. Esa no la encontraba tanto en lo financiero como en las pausas que tomaba para darse un respiro con Kaveh en una cabaña frente al Damavand, un volcán nevado que marca el punto más alto de los montes Elburz, o escapándose a Roma para visitar a su mejor amiga, la también escritora Marta Orrantia.
Años más tarde, y una semana después de que comenzara la invasión a Ucrania por parte de Rusia, Gómez comenzó a cubrir el conflicto que le ha dado una perspectiva real y sustanciosa de lo que sucede en Europa Oriental. “Me ha dado gran perspectiva del conflicto en mi propio país el documental que dirigí para Caracol y que estrenamos hace pocas semanas, sobre los colombianos que estuvieron en el frente ucraniano. Más allá de que el corte final no sea mi favorito, la experiencia me sensibilizó y me hizo cuestionar la forma en que menospreciamos el trabajo y el expertise de los soldados en Colombia”. Ella también puede dar fe de lo que significa dar la batalla día a día y no sentir que hay un apoyo sólido detrás. “Me siento exhausta cuando los medios piden más por menos, me presionan o quieren que me convierta en mujer maravilla”.
Aunque Gómez honra el trabajo de un corresponsal de guerra, tiene claro que lo suyo no es gritar con un micrófono en medio de un bombardeo, como si la hazaña fuera perseguir el reconocimiento personal en vez de darles voz a los verdaderos protagonistas. “Mi trabajo implica sentarse a escuchar por horas a un entrevistado, no para extraer un full o un entrecomillado, sino para entender su vida”. A veces lo que más le importa no es la coyuntura, sino la transformación que nota cuando meses o años más tarde vuelve a saber de ellos o los visita. “Recordar la conversación sobre cine que tuve con la comandante kurda de 25 años y luego ver su foto porque cayó en combate, o reencontrarme con el conductor o el productor de campo local que ahora tiene un hijo, es lo que me permite ver los matices y la mutación del conflicto. Claro que hay momentos en los que uno aprieta el diente y el chofer dice cállense y mete el acelerador, pero yo no cubro los enfrentamientos nada más, sino la guerra en toda su complejidad”.
Hoy en día, Gómez tiene como base a la capital de Ucrania, pero se mueve hacia zonas de combate constantemente. “Antes, cuando atravesábamos zonas rojas por carretera para llegar a zonas de estabilización a las que llegan los soldados para recibir atención médica en salas de cirugía improvisadas en búnkers, el conductor ponía música a todo volumen para no sobresaltarse con los sonidos de la artillería o las explosiones”. Ahora, con el auge de los drones, prefieren viajar al atardecer y en completo silencio para estar atentos a cualquier zumbido, a pesar de que las carreteras están cubiertas por una suerte de cúpula hecha de mallas de pesca que impiden el sobrevuelo de esos mortales artefactos. “La luz de esa hora hace que las siluetas se atenúen y confunde a los drones”.
Aunque no se embelesó con que podría haber sido ella la asesinada en aquella pizzería de Kiev, aceptó asistencia psicológica de la Women Journalist Foundation para prevenir el estrés postraumático, luego de la explosión en la que murió su amiga Victoria. “Pensé que estaba bien, pero me fui dando cuenta de que necesitaba ayuda antes de que la cosa cogiera ventaja”. Después de tantos años en medio de conflictos, es ya una reacción aprendida la de tirarse al piso y cubrirse la cabeza ante cualquier ruido estrepitoso. “Ser sensible a esos sonidos no es una exageración, es un deber. Jamás me he tomado esto como un juego”.
Mientras va construyendo el sueño de hacer un largometraje de tono más personal sobre la transformación de Irán a lo largo de estas dos últimas décadas, Gómez recuerda esa libertad que le ha dado ser su propia jefe y que ni siquiera su madre coartaba cuando venía a pasar con su familia unos días en su natal Pereira, antes de irse a participar en alguno de los ya incontables Hay Festival de los que ha hecho parte.
Ahora que su nombre resuena porque le dieron un premio internacional, algunos medios que otrora desestimaron su trabajo son paradójicamente los que más lo aplauden. Pero eso no es importante para ella, como sí lo es el llamar a su padre, a quien casi siempre extraña más de la cuenta. Aunque su mamá ya no está y jamás le dio cantaleta por su oficio, es él a quien le reporta todas sus batallas personales.
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