La libertad como responsabilidad
Decidir quién queremos ser es el primer acto de libertad; sin embargo, esa elección solo cobra sentido cuando reconoce al otro y al entorno. La libertad, en su esencia más plena, no es separación, sino vínculo

¿Qué significa ser libre? ¿Hasta dónde llega la libertad de cada uno y dónde comienza la de los demás? Desde la infancia escuchamos frases que parecen sencillas, pero encierran una gran paradoja: “sé tú mismo”, “haz lo que quieras” y, al mismo tiempo, “tu libertad termina donde empieza la del otro”. Tal vez allí, en ese aprendizaje temprano, se gesta una de las preguntas más profundas de la vida: ¿cómo vivir la libertad sin desligarla de la responsabilidad? Los invito a que meditemos sobre la fuerza de esa experiencia humana llamada libertad.
El filósofo José Ortega y Gasset escribió que “el verdadero heroísmo es ser uno mismo”. Pero también recordó que el ser humano no existe aislado, sino en relación: “yo soy yo y mi circunstancia”. Elegirse —decidir quién queremos ser— es el primer acto de libertad; sin embargo, esa elección solo cobra sentido cuando reconoce al otro y al entorno. La libertad, en su esencia más plena, no es separación, sino vínculo: un modo de estar en el mundo con conciencia.
Esa reflexión atraviesa también la conversación contemporánea. Este 2025, la Liga de Directores, organizada por Kearney y el Centro de Estudios de Gobierno Corporativo de la Universidad de los Andes, con el apoyo de la Universidad EAFIT, ha elegido como tema central La libertad. El encuentro invita a los miembros de juntas directivas a pensar la libertad como un elemento sustancial de la sociedad y de las organizaciones, y a reconocer que, en tiempos de polarización e incertidumbre, defenderla exige reflexión, valentía y responsabilidad. La conferencia central, a cargo de la diputada y escritora Cayetana Álvarez de Toledo, nos recuerda que “la libertad no es sinónimo de indisciplina, sino requisito para una política mejor”. Una frase que bien podría extenderse a la ética, la empresa y la vida misma.
Vivimos tiempos en los que la palabra libertad parece haberse fragmentado. Se la invoca para justificar exclusiones, para imponer visiones únicas o para levantar muros en lugar de puentes. Abundan las defensas de la libertad que, paradójicamente, encadenan. Porque cuando alguien se reafirma a costa del otro, lo que ejerce no es libertad, sino ligereza: la acción sin conciencia, el impulso sin responsabilidad.
La libertad madura cuando aprende a convivir con el límite, cuando asume que cada elección tiene consecuencias y que la autonomía no se opone al cuidado. En la raíz de la palabra responsabilidad habita el verbo responder: ser libre es estar dispuesto a responder por lo que se hace, por lo que se dice y por lo que se omite.
El pensador Francis Fukuyama, en Liberalismo y sus desencantados, advierte que la libertad se debilita cuando se confunde con la licencia absoluta. El liberalismo, recuerda, nació para contener el poder, no para eliminarlo; para equilibrar los derechos individuales con la responsabilidad colectiva. La libertad sin ética se degrada en arbitrariedad, y la arbitrariedad abre el camino al autoritarismo. Defender la libertad, en este sentido, no es un gesto ideológico, sino una tarea moral.
Desde los lugares de decisión —las juntas, las instituciones, las empresas— la libertad se cuida con hechos más que con declaraciones. Se sostiene en la valentía de participar, de levantar la voz cuando el silencio resulta más cómodo, y de construir espacios donde existan pesos y contrapesos que alimenten la deliberación y la confianza. Vale la pena recordar que la libertad es un todo y no puede fragmentarse. También se juega en todos los planos: en los debates democráticos y tecnológicos, en la deliberación pública y en la vida cotidiana de las organizaciones. Y no es una idea inmóvil; evoluciona con cada época y nos plantea nuevos desafíos éticos, desde la regulación digital hasta la confianza en los entornos virtuales.
Tal vez los líderes deberíamos volver sobre nuestros propios supuestos y creencias acerca de la libertad. En un mundo que se transforma con rapidez en sus mecanismos, expresiones y formas, detenernos a revisar desde qué ética y desde qué coherencia decidimos es también una manera de cuidar la libertad. Cuidarla desde el liderazgo implica ejercer el poder con moderación y con coraje, sostener la pluralidad y preservarla como un bien colectivo.
El arte lo intuye con sabiduría. Crear es afirmarse, pero también ofrecerse. La Bienal de Arte de Antioquia 2025, que tiene a la libertad como tema central, nos invita a redescubrirla como un concepto expansivo y compartido. En un tiempo en que se la usa para dividir, el arte la devuelve a su sentido más humano: apertura, confianza y dignidad. La libertad, como la creación, implica riesgo, imaginación y responsabilidad.
Ser libre es una tarea exigente. No basta con defender la propia voz; hay que aprender a escuchar la del otro. No es actuar sin medida, sino elegir con sentido. La fidelidad a uno mismo no se alcanza negando al otro, sino reconociendo su igualdad, porque la libertad solo florece cuando se comparte y se cuida, cuando se convierte en una práctica ética que nos recuerda que ser libre es, ante todo, responder.
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