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El pulso contra la inflación en Colombia está lejos de lograr su meta

La subida de precios se frena alrededor del 5% en 2025 y agita el debate sobre el ajuste del salario mínimo para el próximo año

Camilo Sánchez

Casi todo el mundo sabe que el ciclo de altos precios que atraviesa Colombia empezó después de la pandemia, pero muy pocos intuyen cuándo y cómo terminará. La meta es llegar a una tasa inflacionaria del 3%. No obstante, este año la aguja del índice se ha estancado en una banda alrededor del 5%, que ha prolongado el proceso en una suerte de embotellamiento que atiza la impresión de que los costos en el país sudamericano no dan respiro. Algunos agentes y analistas ya han dado el espóiler: el Banco de la República, responsable de atemperar la situación, tendrá que seguir dando el pulso a lo largo de 2026.

El moderado aumento registrado en agosto, de apenas 0,2 puntos porcentuales, ha posado la lupa de los expertos, una vez más, sobre el precio de los alimentos. Se trata de un renglón que, desde la pandemia, ha estado inserto en un vaivén de costes. Al desplome de aquellos días de crisis sanitaria, debido al cierre de los restaurantes, hoteles y colegios, lo siguió durante la normalización un rebote pronunciado en el consumo y con ello un desajuste entre oferta y demanda. Luego vino el conflicto en Ucrania y como consecuencia un encarecimiento de los fertilizantes y otros insumos. En 2024, por fin, el índice cerró en 5,2% y parecía que la situación, más allá de las fluctuaciones inherentes a los ciclos agrícolas, estaba más o menos controlada.

Andrés Langebaek, jefe de investigaciones económicas en el Grupo Bolívar, explica: “Ahora hemos observado un nuevo repunte, que coincide con la desaceleración del crecimiento agropecuario en el segundo trimestre. Al cierre del 2024, la producción de ese sector creció un 7,1%, mientras que ahora ronda el 3,8%, y se espera que siga moderándose. No se trata de un producto específico. El cambio climático ha afectado los cultivos, reduciendo la cantidad de alimentos y generando un aumento en sus costos”. Los datos del DANE sugieren que, por momentos, las hortalizas y las verduras se han erigido como protagonistas con aumentos de hasta el 17,8%. Este año, para colmo de males, se han sumado imprevistos como el cierre vial entre la capital y los Llanos orientales, una despensa importante del país.

La inflación, que el año pasado parecía benigna, ha demostrado capacidad de adaptación. De hecho, el académico Alejandro Useche, titular de la Universidad del Rosario, recuerda que el proceso de enfriamiento que inició en marzo del 2023, cuando el Índice de Precios al Consumidor (IPC) alcanzó un 13,34% anual, había sido más o menos continuo. Por eso la parálisis que inició en octubre de 2024 es materia de estudio. Uno de los factores, argumenta el experto, es el alza decretada al salario mínimo de este año por el Gobierno. Aquel ajuste del 9,54%, señala, aceleró la demanda y provocó presiones añadidas: “Además, cambió las expectativas de empresarios, consumidores e inversionistas, quienes trasladaron esos costos a productos y servicios”.

Unos meses atrás, sin embargo, el presidente Petro refutaba la correlación entre elevar el salario mínimo y una mayor inflación. Carolina Monzón, gerente de investigaciones económicas en Itaú, zanja: “El proceso de indexación ha pegado muchísimo en el componente de vivienda, en los arriendos. En el renglón de servicios, además, tenemos por ejemplo el rubro de educación y de restaurantes, con indicadores superiores al 7% de inflación anual”. La analista avisa de que en sus mediciones a corto plazo, no se avizora una tendencia de que la situación vaya a ceder.

Detrás de esta parálisis inflacionaria, sin embargo, también hay vectores estructurales. Henry Amorocho, catedrático de Finanzas y Derecho del Rosario, resume: “El balance fiscal del Ministerio de Hacienda desde hace 35 años no lo favorece. El gasto está por encima del nivel de ingresos y nos hemos acostumbrado a un patrón que incentiva el consumo. Me explico: el Estado se ha acostumbrado a vivir ‘al debe’, y trata de financiarse cobrando impuestos que, generalmente, aumentan los costos de producción”. En su lectura, esta arquitectura genera una suerte de espiral viciosa con efectos nocivos sobre la productividad y el coste de vida.

El académico subraya, por otra parte, que la lucha contra la inflación es un fenómeno mundial. Para no ir muy lejos, la tasa anual de Brasil cerró agosto en 5,13%; y la de Chile al 4%. México también tuvo un rebote y registró un 3,74% en septiembre. Dicho lo anterior, la economista jefe de Scotiabank Colpatria, Jackeline Piraján, añade un elemento final para desgranar en el frente de las causas internas: “La presión sobre la inflación proviene de dos factores combinados: por un lado, la fuerte capacidad de gasto de los hogares, que sigue creciendo bien; y por otro, la reciente adecuación de precios por parte de las empresas, que ha facilitado que los costos se reflejen más fácilmente en los precios finales”.

Los analistas vaticinan que la situación persistirá hasta final de año: 2025 será recordado como el ejercicio en el que la inflación se estancó en el 5%. Para 2026 se espera que el aterrizaje, en teoría, sea menos problemático. Entre tanto, el Banco de la República tendrá que persistir en su pulso con la fórmula monetarista clásica de graduar las tasas de interés para restringir el flujo de dinero en la economía. El objetivo es doble: conducir el índice inflacionario hasta el añorado 3% sin causar estragos en el crecimiento.

Ahora el foco de atención será el reajuste anual del salario mínimo: un tema delicado y que el presidente Petro ya ha agitado al proponer un aumento inicial del 11%. De momento, lo único seguro es que los efectos de esa decisión recaerán, sin falta, sobre los hombros del próximo presidente cuando asuma el poder el próximo 7 de agosto.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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