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Juliana Guerrero
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La parábola de Juliana y la desfachatez de Petro

Juliana Guerrero dice que igual será nombrada. Que será viceministra. La lección que nos deja Petro es clara y triste a la vez: no importa la justicia cuando ya se está en la cima del poder

Juliana Guerrero en el Senado de la República, en Bogotá, el 14 de mayo
Juan Pablo Calvás

Digamos que el presidente Gustavo Petro es sincero cuando dice que quiere cambiar a Colombia no para convertirla en un nuevo paraíso socialista al estilo Venezuela, Nicaragua o Cuba, sino para hacer de este maltrecho país uno donde las oportunidades abunden para todos y en el que la riqueza se reparta de una manera más equitativa. Digamos que el presidente dice la verdad cuando alarga su dedo índice y señala a la tradicional clase política de nuestro país como una que no ha hecho más que dañar a la democracia con sus robos y roscas. Digamos que esos eternos monólogos aleccionadores del presidente, en discursos y consejos de ministros, son el reflejo de un sabio hombre de la política que solo busca un país más justo. ¡Un ensueño!

Hasta que aparece en el escenario una joven como Juliana Guerrero y con ella la evidencia: el modelo vivo de un Gobierno que dice ser lo que no es.

Hace poco más de dos meses, a comienzos de julio de 2025, Juliana era una desconocida asesora del Ministerio del Interior. A pesar del rimbombante cargo que ostentaba entonces, de jefe de despacho del ministro, era hasta entonces una funcionaria más. Una eficiente y joven auxiliar del ministro de la política que iba por la vida sin llamar la atención, hasta que la revista Cambio reveló que había utilizado un avión oficial para hacer diligencias personales en el departamento del Cesar.

Decían las denuncias periodísticas de julio de 2025 que era llamativo que esta joven, de apenas 22 años y sin título universitario, tuviera un ascendente tan grande en el Gobierno como para conseguir que le prestaran un avión de la Policía para que ella y su hermana se transportaran para asuntos privados. Sin embargo, rápidamente el Gobierno salió a desmentir dicha información, asegurando que los vuelos no eran para asuntos personales, sino para adelantar gestiones de paz. A los pocos días, otra vez los periodistas revelaron la verdad: Juliana había viajado al Cesar para ejercer presiones políticas y garantizar la reelección del rector de una universidad. ¿Qué necesidad tenían Petro y su Gobierno de mentir?

La santa ira del mendaz presidente lo llevó a nombrar a Juliana como viceministra de la juventud, en retaliación a las argumentadas críticas. Pero la nominación se topó con un inconveniente mayor que nadie del Gobierno rectificador rectificó tras las primeras notas periodísticas: la joven no tenía título universitario. No obstante, en cuestión de días, Juliana, quien se presentaba como tecnóloga, recordó que justo en medio del escándalo de los aviones se había graduado como contador público, así que ya cumplía con los requisitos para tomar posesión del cargo. ¡Vaya despiste!

Esta vez fueron los periodistas de La W quienes retomando la denuncia de una congresista confirmaron que Juliana no cumplía los requisitos para haberse graduado: el diploma era espurio. Juliana primero lo negó. El Gobierno la respaldó. Hasta que la universidad confirmó la irregular expedición del diploma.

Ahora Juliana dice que igual será nombrada. Que será viceministra. Y seguro ningún dedo índice se levantará dentro del Gobierno para castigar o al menos señalar el engaño. La lección que nos deja Petro es clara y triste a la vez: no importa la justicia cuando ya se está en la cima del poder.

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