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Armando Benedetti
Tribuna
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La resurrección inédita de Benedetti

Benedetti ha resucitado y sus problemas judiciales no lo han tocado hasta ahora. Por incomprensible que resulte, con estas gambetas, Petro ha superado una tormenta que casi hace zozobrar el barco

El ministro de Interior de Colombia, Armando Benedetti
El ministro de Interior de Colombia, Armando Benedetti, en el Congreso, el 25 de febrero.Luisa Gonzalez (REUTERS)

Primera lección: en política no hay muertos. Hace seis meses, el nuevo zar de la política, el superministro Armando Benedetti, era casi un cadáver, un apestado. Nadie se atrevía a acercársele, ni a saludar siquiera. Nadie, excepto el presidente de la República, Gustavo Petro. Hoy, después de atravesar el desierto, es la estrella del Gabinete. Acaba de anotarse el primer éxito del Gobierno este año, con la aprobación de la reforma a la salud en la Cámara de Representantes. Algo que no lograron sus antecesores, Alfonso Prada, Luis Fernando Velasco y Juan Fernando Cristo, considerados grandes operadores políticos, el eufemismo colombiano para denominar a los conocedores de la tauromaquia parlamentaria.

Benedetti es un personaje novelesco. Desterrado al inicio del Gobierno a una posición que él consideraba menor y aburrida, embajador en Venezuela, perdía la batalla frente a su antigua secretaria privada, Laura Sarabia, quien desde las alturas del poder se daba el lujo de ningunearle. Lo hacía esperar largas horas para recibirlo, no lo dejaba ver al presidente, y más. Sarabia y Benedetti salieron de sus cargos en junio de 2023, envueltos en un enmarañado escándalo que involucraba a una niñera que trabajó primero para el ahora ministro, despedida por un supuesto robo, y luego para Sarabia y después de nuevo para Benedetti.

Presuntamente, funcionarios de la Policía y la Fiscalía la sometieron ilegalmente a un polígrafo en el Palacio de Nariño, durante una investigación por la pérdida de 7.000 dólares en efectivo de la casa de Sarabia. Petro los sacó a ambos. Esa novela se saldó con la muerte del coronel Óscar Dávila, un oficial con 20 años en la Policía Nacional, miembro de la seguridad presidencial, que se suicidó en su carro con el arma de dotación.

Dos meses después de este macabro episodio, Sarabia volvía al poder, como directora del Departamento de Prosperidad Social. Entonces, Benedetti estalló y filtró los amenazantes mensajes de audio que le enviaba a Sarabia. Meses después fue nombrado embajador ante la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), embajada creada en 1975 para atender las agencias de la ONU en Roma, la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), cargo que estuvo inactivo durante 25 años. Antes de su designación hubo una anécdota de la picaresca colombiana. Cuando salieron a relucir los audios, el entonces ministro de Exteriores, Álvaro Leyva, dijo que nadie le creía a Benedetti porque era “un drogadicto”; sin embargo, así lo nombró en Caracas.

Benedetti también se aburrió en Roma, pese a que aprovechaba la cercanía a Madrid para ir a cenar con su mujer, y según dicen, maltratarla. Mientras tanto, ante el fracaso de Juan Cristo como promotor de un “Acuerdo Nacional” que permitiera sacar adelante las reformas, Petro comenzó a pensar en su rehabilitación. Es posible que ninguna persona, en el entorno del presidente, lo entendiera.

Abreviemos esta historia. Después de ser nombrado jefe de despacho presidencial (lo cual sacó a Sarabia hacia la cartera de Exteriores), tras un tristemente célebre Consejo de Ministros televisado del 4 de febrero, durante el cual ni siquiera parpadeó, Benedetti fue hecho ministro. Petro lo utilizó para hacer una purga interna y salir del sector más izquierdista y rectilíneo, comenzando por la vicepresidenta Francia Márquez, quien encabezó el sindicato de oposición interna, y expuso con firmeza en prime time sus divergencias con el primer mandatario. Se fueron los ministros de Defensa, Interior, Ambiente, Igualdad, Trabajo, Cultura y Deporte.

Petro ha sorteado la crisis ministerial, y con el encanto de su nuevo ministro ha conseguido la aprobación de la reforma a la salud en primer debate en el Congreso. Un clarísimo indicador de cómo es la política colombiana. Ha triunfado la realpolitik sobre el idealismo. El pragmatismo sobre el romanticismo. Tal es el aprendizaje que le queda a su alfil Gustavo Bolívar, quien se apresta a abandonar el poderoso despacho que maneja los subsidios sociales, para postularse como candidato presidencial.

Desde los tiempos de Maquiavelo, se sabe que la principal preocupación del Príncipe es buscar y retener el poder, para así favorecer su Estado, y que las consideraciones éticas o religiosas son inútiles para tal fin. El florentino sostenía que la salud de éste dependía de que el gobernante aprendiera a “utilizar el mal para lograr el bien”, y que debía realizar los engaños e intrigas necesarias para no dejarse engañar ni intrigar por sus rivales. Manual de ética política para puristas. Segunda lección.

De momento, Benedetti puede decirles a sus enemigos, incluida su antigua secretaria privada: “Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud”. Ya no es un apestado. La representante a la Cámara Katherine Miranda y otros distinguidos miembros del Congreso lo podrán volver a saludar en público. Por eso ha vuelto a sonreír, y ahora mueve a sus anchas la batuta electoral de cara al 2026. Opera la sala de máquinas de la campaña para el 2026.

Benedetti ha resucitado y sus problemas judiciales no lo han tocado hasta ahora. Por incomprensible que resulte, para la oposición y buena parte de la opinión pública nacional e internacional, con estas gambetas Petro ha superado una tormenta que casi hace zozobrar el barco. La próxima faena se librará en el Senado, en donde Benedetti tendrá que emplearse a fondo, pues el margen de maniobra es más limitado. Si lo consigue, habrá quebrado las líneas más duras de una oposición que aún no aprende a lidiar con él. Y en buena parte se lo deberá a la segunda oportunidad que solo en política puede existir para alguien como Armando Benedetti. Última lección: en política, el partido no termina hasta que termina el partido.

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