_
_
_
_

Dos museos comunitarios y campesinos del desierto de la Tatacoa llegan a la cumbre de la ciencia global

La Tormenta y el Museo de Historia Natural de La Tatacoa albergan miles de fósiles. Con pocos recursos, y sin la ayuda del Estado, se han convertido en un atractivo turístico y en un referente de investigación internacional para entender, entre varios temas, efectos del actual calentamiento global

John Moreno, guía turístico de la Tatacoa, camina por el Laberinto del Cusco, en Huila, el 6 de noviembre de 2024.
John Moreno, guía turístico de la Tatacoa, camina por el Laberinto del Cusco, en Huila, el 6 de noviembre de 2024.María Andrea Parra (El País)
Juan Miguel Hernández Bonilla

Un lugar en Colombia guarda con mucha precisión los secretos de la vida hace 12 millones de años, cuando América del Sur era una gran isla separada del resto del continente, las cadenas montañosas apenas se estaban formando, los dinosaurios se habían extinguido y los seres humanos aún no existían. Es el yacimiento paleontológico La Venta, ubicado en medio del desierto de la Tatacoa, en el departamento del Huila, a unas pocas horas al sur de Bogotá. Contiene miles de fósiles muy bien conservados de los animales y las plantas que habitaron la zona en el periodo llamado Mioceno Medio, entre 11 y 15 millones de años atrás. El potencial científico del lugar desértico y rocoso fue reconocido a finales de 2024 por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, órgano asesor de la UNESCO, que lo declaró patrimonio geológico de la humanidad y lo seleccionó como uno de los 100 sitios de paleontología más importantes del mundo.

Insecto en ámbar a través de un microscopio en el laboratorio Valerie Anders del Museo Historia Natural de La Tatacoa. La Victoria, Huila, el 7 de noviembre de 2024.
Insecto en ámbar a través de un microscopio en el laboratorio Valerie Anders del Museo Historia Natural de La Tatacoa. La Victoria, Huila, el 7 de noviembre de 2024.María Andrea Parra (El País)

Se estima que en un perímetro 40 por 25 kilómetros debe haber más de 30.000 fósiles, de los cuales solo se han recolectado un poco más de 1.000. Las características del clima y del suelo han permitido que los huesos transformados en piedra estén enterrados muy cerca de la superficie y que en muchos casos se conserven completos, una condición maravillosa y poco común que lo convierte en una mina inexplorada para paleontólogos de todo el mundo. No es extraño que en una caminata por el lugar correcto y con la guía adecuada, un turista encuentre pedacitos del caparazón de una tortuga de río, dientes de un caimán extinto, o garras de un oso perezoso gigante. “En un tapete gigante de fósiles”, dicen los científicos.

En la zona hay dos museos campesinos y comunitarios que protegen, estudian y divulgan ese patrimonio geológico—son el epicentro de investigaciones científicas de impacto global y se han convertido en un atractivo turístico. El Museo de Historia Natural de la Tatacoa, de los hermanos Andrés y Rubén Vanegas, y La Tormenta, liderado por César Perdomo, albergan miles de fósiles de antiguos cocodrilos, aves, peces, murciélagos, primates, delfines, gliptodontes, perezosos y tortugas gigantes, serpientes y muchos animales ya desaparecidos. También hay plantas y árboles fosilizados. En esos restos están las claves para entender por qué un gran bosque húmedo tropical, atravesado por lagos, pantanos y caudalosos ríos, se transformó en un bosque seco. Diversos estudios demuestran que la profunda modificación del ecosistema se produjo por un cambio climático que calentó la zona, redujo las lluvias y convirtió la exuberante selva en un desierto.

Fósil de caimán en el Museo la Tormenta.
Fósil de caimán en el Museo la Tormenta.María Andrea Parra (El País)

Los fósiles son la memoria de la tierra. Las piezas de las colecciones de los hermanos Vanegas y de don Cesar, cómo le dicen en la región, prueban esa transformación. Por eso, científicos de distintas universidades del mundo han viajado desde hace años a La Tatacoa para tratar de desentrañar la evolución de muchas especies animales y vegetales, y las características del cambio climático del Mioceno, con la idea de entender el actual calentamiento global. Hasta hace pocos años, los investigadores de las mejores universidades el norte global llegaban, buscaban, excavaban y se llevaban los especímenes a sus países. La Universidad de Kioto, por ejemplo, tiene una importante colección de fósiles de simios de La Tatacoa. Los investigadores de Bogotá y Medellín hacían lo mismo. Los habitantes de Villavieja, un municipio en el corazón del desierto, quedaban al margen de la creación del conocimiento, pese a que muchos tienen fósiles como pisapapeles, adornos o trancas para la puerta.

Los fósiles se quedan en la Tatacoa

Esto empezó cambiar cuando Andrés Vanegas encontró dos piedras extrañas en una salida del colegio. Tenía 11 años. La profesora de ciencias sociales de La Victoria, un pequeño centro poblado en las profundidades del desierto, llevó a sus alumnos a los laberintos del Cusco, la zona turística de La Tatacoa. Mientras sus compañeros corrían entre las cárcavas rojas que caracterizan el lugar, él caminaba mirando el suelo. No buscaba nada, pero encontró una roca aplanada con una pequeña sierra en el borde. Un rato después se topó con otra en forma de pinza. Andrés se las llevó y las guardó en una vasija de barro. Las miraba con frecuencia tratando de entender qué eran y de dónde venían. Nadie en el pueblo tenía una respuesta. No había internet ni biblioteca.

Sector Valle de los fantasmas, en el desierto de la Tatacoa.
Sector Valle de los fantasmas, en el desierto de la Tatacoa.María Andrea Parra (El País)

Un día una familiar lejana, que vivía en Bogotá, le llevó a un primo de Andrés una caja llena de libros que había recogido de las calles del centro de la ciudad, y allí había una cartilla de dinosaurios. Andrés empezó a leerla, y esta hablaba de paleontología, de especies extintas, de cómo excavar un fósil. Con el tiempo entendió que las piedras que había encontrado eran un diente de cocodrilo y la pinza de un cangrejo que habían vivido hace más de 12 millones de años.

Fósil de columna vertebral en el Museo Paleontológico de Villavieja, Huila.
Fósil de columna vertebral en el Museo Paleontológico de Villavieja, Huila.María Andrea Parra (El País)

Han pasado 25 años y Andrés no ha dejado de buscar fósiles en el suelo. “Esa cartilla nos cambió la vida”, recuerda mientras conversa con varios periodistas a la entrada del museo que él y su hermano Rubén construyeron a lado de la casa familiar. El que hoy es el principal atractivo turístico de La Victoria, y motor de desarrollo del pueblo, comenzó con un grupo de niños en bicicleta recorriendo el desierto y una veintena de cajas llenas de fósiles sin identificar, guardadas en una casita de bareque con techo de palma. La fachada de la estructura actual tiene cuatro columnas blancas enormes que dan la impresión de que el visitante está entrando a un museo de ciencia importante de cualquier parte del mundo. Las salas de la exposición Territorio Fósil: Historias Vivas lo confirman. Entre los fósiles más especiales están la zarigüeya dientes de sable, que tenía el tamaño de un puma actual; el oido de un antiguo delfín, emparentado con los peces del río Ganges en la India; y la cabeza de la tortuga gigante de río, que podía medir más de cuatro metros.

En noviembre de 2024, La Victoria fue el escenario del quinto Encuentro de museos y colecciones geológicas paleontológicas de Colombia. Asistieron los responsables de cientos de instituciones de todo el país para aprender y compartir prácticas de excavación y experiencias de conservación de fósiles. Hoy, el museo tiene una exposición interactiva que construyeron los Vargas en alianza con el Parque Explora de Medellín, en la que los asistentes pueden ver una de las mejores colecciones fósiles de América Latina, con más de 1.700 muestras de distintas especies. Posee, también, el segundo mejor laboratorio para investigación paleontológica de Colombia, donado por William Anders, el piloto del Apollo 8, la primera misión tripulada de Estados Unidos en orbitar a la Luna. “Hemos publicado más de 20 artículos en las mejores revistas científicas del mundo con investigaciones hechas acá”, dice Andrés, orgulloso.

Ejemplo de excavación durante una salida de campo en el marco del quinto encuentro de museos y colecciones geológicas, el 8 de noviembre de 2024.
Ejemplo de excavación durante una salida de campo en el marco del quinto encuentro de museos y colecciones geológicas, el 8 de noviembre de 2024.María Andrea Parra (El País)

Cuando los investigadores extranjeros van al desierto, trabajan en equipo con Andrés y Rubén—este último se ha especializado en limpiar y reconstruir los fósiles, y hace poco apareció en los periódicos de varios paises porque descubrió una especie de tortuga desconocida para la ciencia. La filosofía de trabajo en el museo se basa en la apropiación social del conocimiento, es decir, hacen todo lo posible para que la gente de su comunidad entienda que el valor de los fósiles no es económico, sino científico y cultural. Ya nadie se lleva las muestras, pero no siempre fue así.

De excavar con tenedores, cuchillos y cepillos de dientes a tener el mejor museo de la región

Después del hallazgo fortuito de los dos fósiles, y tras la lectura cuidadosa de la cartilla, Andrés se obsesionó con el tema. Un primo le contó que en la finca de su abuelo había una enorme tortuga de piedra. “Una tarde, después de clases, organizamos una excursión para verla. Fuimos con mi hermano y otros del colegio. Fue impresionante: estaba completa, con todo el caparazón”, cuenta Andrés. Al día siguiente otro compañero les dijo que en el potrero de su abuelo había dientes de dinosaurios. Organizaron una nueva expedición. El terrero era un yacimiento entero, con fósiles por todas partes, enterrados, en la superficie. Empezaron a recoger los que más les gustaban y ahí nació la idea del museo. Ni Andrés ni su hermano ni los compañeros habían ido nunca a un museo, pero empezaron a trabajar en él. Las excursiones se repitieron todas las semanas por varios años, mientras estaban en el colegio. Siempre en bicicleta. Siempre entre amigos.

Luis Francisco Melo, del Servicio Geológico Colombiano, examina con lupa una roca para determinar su variedad, en el desierto de la Tatacoa.
Luis Francisco Melo, del Servicio Geológico Colombiano, examina con lupa una roca para determinar su variedad, en el desierto de la Tatacoa.María Andrea Parra (El País)

Como no tenían dinero para una brocha, usaban cepillos de dientes para limpiar los fósiles. Eran 15 niños que salían todas las tardes a buscar tesoros. Poco a poco, a fuerza de experiencia e intuición, empezaron a entender que el desierto alguna vez fue un río o un lago. Iban ordenando las piezas por tamaño, por forma, por color o por el lugar en donde las habían encontrado. La gente del pueblo se burlaba de los locos recogiendo piedras.

Los sueños de un guardia de seguridad

Andrés se graduó y comenzó a pedir ayuda para su museo. Escribió correos, buscó asesorías, tocó mil puertas. Nadie respondió. Se tuvo que ir a Neiva, la capital del departamento, a trabajar como guardia de seguridad, pero nunca abandonó su sueño. El primer día lo enviaron a cuidar el bloque de la facultad de ingenería de la Universidad Surcolombiana. En la noche, mientras hacía las rondas, encontró en el segundo piso el Museo geológico y del petróleo del departamento. Quedó fascinado. Las vitrinas estaban llenas de fósiles parecidos a los que había recolectado por años. “Fue amor a primera vista”, cuenta. Unos estudiantes le preguntaron por qué le interesaba tanto. Él les contó su historia.

A los pocos días, a Andrés, lo llamó el profesor de geología. “Me dijo, ¿cómo así que el guachiman sabe de fósiles?. Venga al museo”. El profesor le hizo preguntas, lo evaluó, lo puso a prueba con un colega extranjero y confirmó que Andrés sabía más de paleontología que todos sus alumnos. Le ofrecieron una beca y comenzó a alternar los turnos de celador con los estudios de Geología. El profesor, que aún le dice guachi, de cariño, fue uno de los asistentes al Quinto encuentro de museos del que Andrés es anfitrión.

César Perdomo realiza un ejemplo de excavación fósil, durante la salida de campo, en el encuentro de Museos y Colecciones Geológicas.
César Perdomo realiza un ejemplo de excavación fósil, durante la salida de campo, en el encuentro de Museos y Colecciones Geológicas. María Andrea Parra (El País)

En paralelo, su hermano Rubén seguía buscando fósiles y le contaba de cada nuevo hallazgo. Un día aplicaron a un programa para jóvenes vigías del patrimonio cultural del Huila y todo comenzó a alinearse. Los seleccionaron y les entregaron chalecos, gorras y escarapela. Formalmente estaban cuidando los fósiles de su territorio. Con esa credencial, con la experiencia en la universidad y por la recomendación de varios investigadores, Andrés le escribió un correo a Carlos Jaramillo, quizás el paleontólogo vivo más importante de Colombia, investigador del Instituto Smithsonian y quien descubrió la Titanoboa cerrejonensis, la serpiente más grande encontrada en el mundo. Jaramillo contestó de inmediato y a los pocas semanas viajó a La Tatacoa. Desde entonces se convirtió en una especie de padrino académico y económico del museo.

Primero, Jaramillo envió a un grupo de sus estudiantes de doctorado para que analizaran y ayudaran a organizar la colección. Después, les mandó dinero para construir la primera sala del museo, que hoy ha multiplicado su tamaño. Pero, sobre todo, les abrió las puertas del conocimiento científico y les mostró que sus saberes empíricos son igual de valiosos a los aprendizajes de la academia.

Detalle del mosaico de fósiles en el Museo Historia Natural de La Tatacoa, en La Victoria, Huila.
Detalle del mosaico de fósiles en el Museo Historia Natural de La Tatacoa, en La Victoria, Huila.María Andrea Parra (El País)

Hoy, pese a tener uno de los mejores museos paleontólogicos del continente, Andrés y Rubén sufren porque el proyecto no es autosostenible. La carretera a La Victoria está en muy mal estado, y eso disminuye el número de visitantes. “Estuvimos a punto de cerrar en junio. Hubo semanas en que solo entraba un turista. Así es imposible mantenerlo”, dice Andrés. Uno de sus principales costos es la energía eléctrica. “En el recibo se nos van la mayoría de recursos del museo”. Ellos, los habitantes de La Victoria y la comunidad científica estarían agradecidos si una empresa o una fundación le dona unos páneles solares al museo.

Una tormenta en el desierto

A pocos kilómetros, en medio del desierto y alejado de la civilización vive hace 44 años el campesino César Perdomo. Tiene un pequeño restaurante, un par de cabañas diminutas para aventureros, un rebaño de cabras y un museo. Ha buscado fósiles dese niño. Cuando era adolescente acompañaba expediciones de alemanes y japoneses en sus recorridos por el desierto. Aprendió a identificar las rocas extrañas, que antes tuvieron vida, de las otras, las que han estado siempre muertas. Aprendió a sacarlas de la tierra con cuidado, sin dañarlas. Aprendió a conservarlas. Cuando los extranjeros dejaron de ir a la Tatacoa por el conflicto armado, siguió buscándo fósiles en los lugares más alejados del desierto, donde nadie más buscaba. Los empezó a guardar debajo de su cama, en los rincones del baño o en el horno de la cocina.

“Los fósiles son un tormento”, dice César, que en pocos meses pasó de ser el loquito de las piedras a uno de los personajes más queridos de la región. Cuenta que la inquietud por sacar más fósiles no lo dejaba vivir en paz. “Me acostaba y soñaba con un fósil; me levantaba y lo encontraba”. Tenía la fiebre que le da a la gente que busca oro, pero con los fósiles. Por eso bautizó a su museo La Tormenta.

Fósil de mapache en el Museo Historia Natural de La Tatacoa.
Fósil de mapache en el Museo Historia Natural de La Tatacoa. María Andrea Parra (El País)

Entre los más de 5.000 fósiles del museo hay uno que lo hizo mundialmente famoso. Es un hueso de la pierna de un ave del terror, una especie de la que no se tenía registro en el norte de América del Sur. Los descubrimientos más cercanos estaban en Brasil, Uruguay y en el sur de Perú. César creía que el fósil era de un cocodrilo gigante, pero el científico Rodolfo Salas, doctor en paleontología de la Universidad de Montpellier, Francia, y biólogo de la Universidad Nacional de San Marcos, en Lima, experto en caimanes, descartó esa posibilidad. Propuso que podía ser un ave por el tamaño y las características del hueso.

César Perdomo observa la réplica del ave del terror, fósil recientemente encontrado por él y de importante valor para la paleontología mundial.
César Perdomo observa la réplica del ave del terror, fósil recientemente encontrado por él y de importante valor para la paleontología mundial.María Andrea Parra (El País)

Buscaron entonces a Federico J. Degrange, un paleontólogo argentino conocido por su investigación sobre las aves fósiles. Con una foto y una reimpresión del fósil dijo que se trataba de un enorme ejemplar de las aves del terror. Después de varios años de trabajo e investigación publicaron un artículo científico confirmando un descubrimiento que revoluciona la historia evolutiva de estos animales, famosos por su tamaño monumental, entre uno y tres metros, su velocidad y su pico largo, puntiagudo y mortal.

Xilópalo o fósil de tronco de árbol, en el sector Valle de los Xilópalos.
Xilópalo o fósil de tronco de árbol, en el sector Valle de los Xilópalos.María Andrea Parra (El País)

El hallazgo salió publicado en la portada del New York Times, con una foto de César, el museo y el fósil, el mismo día en que Donald Trump fue reelegido presidente de Estados Unidos, en noviembre de 2024. Millones de personas conocieron la historia del campesino que busca huesos antiguos desde niño. César, por su lado, sigue su vida como si nada. En las mañanas sale en su moto con la ilusión de encontrar fósiles nuevos o a visitar los que ha identificado. No usa mapas, ni GPS, ni brújulas. Todo lo tiene grabado en la cabeza.

El dinero que gana con el rebaño o en el restaurante lo invierte en su museo. Un lugar rústico, con paredes de cemento y un techo de zinc que se desbarata cuando llueve y ventea muy duro. En la bodega tiene varios fósiles sin trabajar, cubiertos por sábanas blancas. Los excavó hace poco y no ha tenido el tiempo para limpiarlos. Resalta un gliptodonte con el caparazón completo, una especie de armadillo gigante que habitó el lugar hace 13 millones de años, al tiempo que el ave del terror. En el fondo hay algo que motiva a César a seguir buscando en las profundidades del desierto: el deseo de encontrar algo que nadie nunca ha visto.

Sector Laberinto del Cusco, en el desierto de la Tatacoa.
Sector Laberinto del Cusco, en el desierto de la Tatacoa.María Andrea Parra (El País)

Sobre la firma

Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_
_