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Gobierno de Gustavo Petro
Tribuna
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Dos años de desencanto

Después de dos años de Gobierno, Petro no ha sido capaz de cumplir sus promesas. La incapacidad administrativa es proverbial. Ayer eran todo soluciones, hoy son todo excusas

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, el 9 de julio de 2024.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, el 9 de julio de 2024.Sebastian Barros (Getty Images)

Los primeros dos años del Gobierno de Gustavo Petro han dejado un balance con muy pocos resultados y muchos escándalos. Y es que durante esta primera mitad de su mandato la improvisación ha sido una constante y se ha evidenciado una alarmante incapacidad administrativa, reflejada en una altísima rotación ministerial, una notoria falta de coordinación entre altos funcionarios y una bajísima ejecución. Pareciera que el presidente, tan dado a las alocuciones altisonantes y los discursos mesiánicos, se aburre hasta el hastío con las operaciones más prosaicas del ejercicio del poder: armar y liderar equipos y aterrizar ideas en proyectos concretos para después hacerle seguimiento a su ejecución. Extraviado en los espejismos de la épica relega la administración a un segundo plano y eso explica la enorme distancia entre su florida retórica y sus modestísimos logros. Un ejemplo de todo esto es que mientras el presidente exalta un día sí y otro también la importancia del deporte, su Gobierno dejó a Barranquilla sin la posibilidad de organizar los Juegos Panamericanos de 2027 porque sus ministros fueron incapaces de coordinar el pago oportuno de ocho millones de dólares a Panam Sports. Como se dice coloquialmente, este Gobierno habla mucho y hace muy poco.

A esto se suma el hecho de que no logra sacudirse de un escándalo de corrupción cuando ya le ha estallado otro, tanto o más grave que el anterior. Aunque en medio de su delirio de persecución el presidente denuncia constantemente un inexistente ¨golpe blando¨ en su contra, lo cierto es que los golpes más contundentes que ha recibido provienen de su círculo más cercano. Su hijo, su hermano, su mano derecha, su embajador ante la FAO y su exdirector de la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos y Desastres, se han visto involucrados en turbios y escabrosos escándalos que le han arrebatado al primer mandatario una de sus principales banderas, la de la lucha contra la corrupción. El Petro senador palidecería de vergüenza y se llenaría de justa indignación ante los obscenos episodios que salpican al Gobierno del Petro presidente y la forma implacable con que ayer combatía a sus contradictores hoy se vuelve en su contra. El caso más reciente es que ex altos funcionarios -uno de ellos muy cercano al presidente- se han autoincriminado denunciando una operación de desviación de recursos para atender emergencias con el propósito de favorecer congresistas a cambio de la aprobación de las iniciativas legislativas del Gobierno. Y mientras Petro trata de capotear una seguidilla de escándalos que parece no tener fin, el país se desencuaderna.

En materia de seguridad el panorama es inquietante. Como lo ha reconocido el propio Ministro de Defensa los grupos armados al margen de la ley han engrosado sus filas y aumentado su control territorial en medio de la errática e improvisada agenda de paz del Gobierno. Y es que mientras el presidente habla de “paz total”, los colombianos padecen los rigores de la violencia y se reproducen imágenes que creían haber dejado en el pasado. No hay que olvidar que en campaña el presidente dijo que si ganaba en tres meses acabaría el conflicto con el ELN, pero después de dos años en el poder esa promesa se muestra esquiva, con un Gobierno con una posición débil para negociar y una guerrilla fortalecida y sin voluntad real de paz. El voluntarismo y la falta de planeación en materia de paz las están pagando los colombianos y la cosa no tiene visos de mejorar porque la mayor parte de los grupos ilegales en conversaciones con el Gobierno ha dicho que aunque se llegue a un acuerdo no dejarán las armas y no se someterán a la justicia. La paz y la seguridad no tienen un norte claro.

En el plano económico las cosas tampoco han sido fáciles. En su momento se le advirtió al Gobierno que la reforma tributaria que presentó al Congreso en el año 22 desincentivaría la inversión y frenaría la economía. Lamentablemente el presidente no hizo caso y los resultados saltan a la vista. El 2023 la economía se estancó con un casi nulo crecimiento del PIB de 0,6% -hubo dos trimestres con cifras negativas por lo que técnicamente hubo recesión- y en el 2024 se registró una cifra de 0,7% el primer trimestre y se ha desatado un descalabro fiscal sin precedentes, forzando al Ministro de Hacienda a hacer un recorte presupuestal de hasta $20 billones que muchos expertos consideran insuficiente. Y por si fuera poco esto empieza a reflejarse en las cifras de desempleo, que según el último reporte del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas pasó de 9,3% en junio de 2023 a 10,3% en junio de 2024. Por último, hay que señalar que a futuro el panorama no es muy halagüeño: el presidente ha anunciado una nueva reforma tributaria, ha propuesto reactivar la economía a punta de inversiones forzosas y espanta la inversión con su cantinela de la Asamblea Nacional Constituyente. Con semejante incertidumbre es muy difícil que los motores de la economía colombiana puedan volver a prenderse en el corto plazo.

Por otro lado, el dogmatismo también le pasa factura al presidente. En materia energética el país todavía no entiende por qué debe dejar de suscribir nuevos contratos de exploración y explotación de hidrocarburos para importar gas y petróleo de Venezuela a un mayor costo económico y ambiental: con esta poco razonable decisión el mundo no estará menos contaminado, pero los colombianos sí seremos más pobres. En salud, para ambientar su mal concebida y poco concertada reforma, Petro propició lo que su exministra denominó una “crisis explícita” por medio de la asfixia financiera del sistema. Darle prioridad a sus prejuicios ideológicos por encima del bienestar de los pacientes le puede salir muy caro al Gobierno: ya se está viendo con los maestros, a quienes decidió utilizar como conejillos de indias de su modelo, implementando a modo de “piloto” un nuevo sistema de salud magisterial que ha sido un rotundo fracaso y tiene a varios profesores con riesgo de ver interrumpidos sus tratamientos.

Todo apunta a que después de dos años de Gobierno, Petro no ha sido capaz de cumplir sus promesas y que no ha estado a la altura de las expectativas que generó. Sus diagnósticos maniqueos en los que sobresimplificaba problemas complejos y los reducía a falta de voluntad política se han estrellado con la terca y difícil realidad. La incapacidad administrativa es proverbial, la corrupción es omnipresente, la inseguridad arrecia, la economía no despega y la esperanza que algún día pudo inspirar el autodenominado Gobierno del “cambio” se ha trocado en frustración y desencanto. Ayer eran todo soluciones, hoy son todo excusas y eso se refleja en la casi totalidad de las encuestas, que con excepción de la que paga el Gobierno, muestran un significativo aumento de la desfavorabilidad del presidente y del pesimismo. Lamentablemente el “cambio” fue para peor.

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