No habla bien de Petro
Meter a todo el mundo en un mismo corral esperando la uniformidad de pensamiento se parece más a ‘1984′ de Orwell que al verdadero sueño de un demócrata
“Hay que desconfiar de los cruzados contra el embuste, porque el énfasis en la verdad delata casi siempre al mentiroso”, escribió en el año 2011 el gran autor español Javier Cercas en una de sus columna del diario EL PAÍS en la cual hablaba sobre los defensores a ultranza de una verdad inobjetable a la que niegan sus matices que van desde lo factual hasta lo imaginario.
En el caso de los señalamientos de Petro contra los medios en Colombia y particularmente contra las emisoras de RCN y Caracol, la falacia del argumento se cae por una sencilla realidad: la totalidad de las emisoras de radio del país no pertenecen a dichas cadenas. Es más, ni siquiera el 50% de las emisoras en Colombia pertenece a esas casas de medios. La realidad es que el desarrollo radiofónico en Colombia se ha apoyado en emisoras estatales como Radio Nacional, Radiónica, emisoras de la Policía Nacional, del Ejército o de la Armada; emisoras de interés público como la mayoría de las radios universitarias; así como miles de emisoras comunitarias e indígenas que tienen raíz en la entraña misma de la ciudadanía.
¿Es entonces justo culpar a RCN y Caracol de embrutecer a los colombianos? ¿Acaso esas cadenas han obligado al país entero a escuchar y seguir sus contenidos? ¿O ha sido más bien la ciudadanía la que de manera independiente ha decidido qué escuchar y cuándo escuchar?
¿Pensará incluir el presidente Petro a la Radio Nacional dentro de los futuros culpables de embrutecer al país ahora que por decisión de su Gobierno sale del aire el programa musical y cultural más importante de la radio pública, llamado La Onda Sonora, para reemplazarlo por un magazín dirigido por Wilson Ortiz, pupilo de la reconocida periodista de farándula Graciela Torres, más conocida como La Negra Candela?
Las audiencias en medios tradicionales o en el mundo digital están lejos de ser borregos sin criterio, al menos en el mundo democrático. Si alguien quiere escuchar música clásica, la busca. Si alguien quiere seguir un influenciador experto en historia patria, lo hace. Pero eso de meter a todo el mundo en un mismo corral esperando la uniformidad de pensamiento se parece más a 1984 de Orwell que al verdadero sueño de un demócrata.
Nota del editor: Este texto ha sido editado por contener una referencia impropia incompatible con el libro de estilo de EL PAÍS.
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