“Es una guerra real”: el ecocidio y la urgencia por luchar contra la crisis climática, en el debate del Hay Festival
Brigitte Baptiste, Eliane Brum, Philipe Sands y Rebecca Solnit conversan con Inés Santaeulalia sobre la biodiversidad y los retos frente al medio ambiente, en el tercer día del encuentro en Cartagena
Como un péndulo entre el pesimismo y la esperanza acerca del futuro del planeta debido a la crisis climática ha discurrido la conversación Ecocidio y lucha por la biodiversidad, este sábado en el Hay Festival de Cartagena de Indias. En el auditorio Getsemaní del centro de convenciones han conversado la bióloga colombiana Brigitte Baptiste, la periodista brasileña Eliane Brum, el abogado franco-británico Philipe Sands y la escritora estadounidense Rebecca Solnit acerca de la situación actual, los retos y la urgencia de preservar la biodiversidad del planeta. El diálogo ha sido moderado por Inés Santaeulalia, jefa de la oficina de EL PAÍS para la Región Andina.
Los cuatro participantes son personas que, desde escenarios diferentes y locaciones distantes, han llegado a un lugar común, que es la necesidad de llamar la atención acerca de las amenazas que implican para el ser humano la crisis climática y la degradación del medio ambiente. Sands ocupó parte de sus intervenciones en hablar desde el punto de vista del derecho internacional y del camino para lograr que el ecocidio sea reconocido como un crimen. “El crimen del ecocidio no podrá protegernos de lo que va a venir, pero sí podrá contribuir a un cambio de conciencia”, dijo. También explicó que el delito del ecocidio está ganando cada vez más visibilidad, a pesar de ser una palabra que es escuchada en el ámbito mundial desde hace relativamente poco tiempo.
Más adelante, señaló lo que considera un error de los sistemas políticos y legales de la actualidad con respecto al medio ambiente: se está poniendo en el centro de la discusión al ser humano, y no a su entorno: “Eso es un error. No podemos controlar nuestro entorno natural. Va a terminar controlándonos”. Agregó, además, que el desafío mayor no es por evitar la destrucción del medio ambiente, sino la de la especie, y, aunque mantiene un nivel medido de esperanza, hay algo de pesimismo en sus impresiones: “Soy optimista, pero debo reconocer que la cosa no pinta muy bien en cuanto a nuestra capacidad de resolver nuestros problemas”.
En sus turnos, Rebecca Solnit hizo énfasis en la necesidad de mantener la esperanza de alcanzar un cambio real frente a la crisis climática, uno de los mayores retos del mundo, no como un optimismo desmedido, sino como una forma de entender que la partida aún no se ha perdido. “La esperanza no es para cuando todo sea fácil y prometedor, sino también para momentos de peligro. Veo el negativismo climático como una manera de entender que el futuro ya se ha definido”, reflexionó. En ese sentido, recordaba, por ejemplo, que hace 20 años las energías solares y eólicas eran vistas como algo primitivo para reemplazar a las fósiles, pero ahora, considera, el planeta está más cerca de convertirlo en una realidad.
Por otra parte, mencionó la división entre los activistas a favor de la lucha ambiental y los negacionistas de los cambios climáticos. En su opinión, con quienes niegan los cambios de ese tipo ―entre quienes menciona al dueño de Twitter, Elon Musk― hay que hacer lo mismo que con los terraplanistas: ignorarlos. Por el contrario, sigue, hay que tratar de robustecer a los activistas y a quienes trabajan por mitigar los daños ambientales hasta que sean más fuertes que las grandes compañías de hidrocarburos, para ser tanto o más escuchados que ellas. “Todo esfuerzo que hacemos importa, cada especie y lugar del mundo que podamos proteger importa. Tengo esperanza, no soy optimista, pero no voy a desistir mientras tenga vida”, añadió.
Después, cuando Brigitte Baptiste tuvo la palabra, el diálogo viró por momentos hacia Colombia y su situación en la lucha ambiental. A pesar de que para la bióloga el país ha sido muy activo en foros internacionales sobre el clima, ha adoptado políticas de biodiversidad y se ha acogido a leyes y normas, considera que los logros han sido “desproporcionadamente pobres”. Opina que el principal escollo son las dificultades para comprender que la apuesta por la biodiversidad implica un cambio en los modos de vida y en las actividades productivas, dos objetivos que observa todavía demasiado lejanos. “No es posible hablar de biodiversidad como un objeto abstracto con el cual el 80% de los colombianos que vivimos en ciudades no se siente identificado”, aseguró.
En esa misma línea, afirmó que la conciencia que ya hay en el país ha logrado, entre otras cosas, que vaya a ser la sede de la COP16, la principal cumbre sobre biodiversidad del mundo, pero que ello no significa que eso se refleje en las políticas e inversiones que hace el país. “Se habla de bioeconomía, de despetrolización, de limitar el extractivismo, pero finalmente, independiente del régimen político ideológico que esté a cargo, el negocio sigue igual”, dice.
Finalmente, Eliane Brum, que desde hace siete años vive en contacto directo con la selva amazónica brasileña, plantea la lucha climática como un conflicto: “Es una guerra real”, comentó, diferente a la de Ucrania o Gaza, aunque ambas tengan al cambio climático implicado. “Es una guerra que implica a la naturaleza, que empezó antes de nosotros y que seguirá después de nosotros y que estamos perdiendo”, añadió, antes de explicar que, para enfrentar la crisis climática, hay que hacer cambios profundos desde uno mismo. Eso explica que ella haya cambiado de vida, de entendimiento y de conciencia: “Hay que entender que el centro de nuestro mundo es donde está la vida y no donde están los mercados; en el Amazonas, en los océanos, y no en los centros financieros”.
El daño que ocasiona el negacionismo climático fue otra idea que abordó Brum en su intervención, además de la sensación de que todo aquello que ella dice y escribe con frecuencia no es escuchado: “Siento que tengo una berrera de negacionismo, ilusionismo y escapismo, que hace que las personas no entiendan que estamos en guerra. Estas cartas que yo les cuento se extravían y no llegan”. No obstante, Brum va más allá de la esperanza, a la que considera “sobrevalorada”, para reivindicar la necesidad de luchar y guerrear, incluso sin esa esperanza: “¿Cuál es esa lucha? Una lucha que mira hacia la vida, donde están la delicadeza, la fuerza, las pequeñas cosas, los afectos. Eso es lo que nos hace luchar por la vida”.
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