Pastor Alape, el exguerrillero que prefiere ser alcalde de su pueblo antes que congresista
El otrora miembro del equipo negociador de las FARC en La Habana busca ser elegido en su natal Puerto Berrío, que EL PAÍS visitó en plena campaña
A diferencia de los que están a su alrededor, que llevan dos o tres cervezas, el vaso de Pastor Alape (64 años) sigue lleno. Mide cada uno de sus sorbos, los alarga mientras los cubos de hielo se derriten por el sofocante calor de la noche en Puerto Berrío, Antioquia. Al preguntársele qué toma, contesta en voz baja que “solo un chorrito de ron rendido con agua”. No se descuelga su mochila tejida y mira absorto el televisor, como todos en aquella tienda esquinera. Ven el partido entre Colombia y Ecuador por las eliminatorias al Mundial. “Veo al equipo muy recogido”, comenta en una de las pausas comerciales. Con el pitazo final, se le acerca gente a conversar, a quejarse de la inseguridad del pueblo, a pedirle que gestione el regreso del agua a determinado barrio o simplemente a estrechar su mano. Las interacciones delatan que se trata de alguien especial, bien sea por su pasado como comandante guerrillero o por su presente como candidato a la Alcaldía por el Pacto Histórico, la coalición de izquierda con la que Gustavo Petro ganó la presidencia un año y medio antes.
Alape fuma solo de noche. Sale a la calle, pide prestado un encendedor, destapa una cajetilla de Marlboro mentolado y se adentra en el terreno de la especulación deportiva. “Hoy tuvimos cómo ganar. Hay buenos jugadores, aunque no se comparan con la nómina que teníamos en Brasil”, apunta. Se refiere al Mundial de 2014, cuando Colombia llegó por primera vez a los cuartos de final del certamen y él vivía sus últimos años en las FARC. Para entonces era miembro del secretariado de ese grupo —previamente dirigió los bloques Magdalena Medio y Noroccidental— y estaba con su tropa en la selva del Chocó, cerca del Océano Pacífico. Como no querían perderse ninguno de los partidos, contrató los servicios de una compañía de cable y tres antenas fueron instaladas en las casas de una comunidad de la zona. Allí vieron el campeonato.
A pocos metros lo espera una camioneta de su esquema de seguridad. Acaba el cigarrillo y procede a despedirse. Son casi las diez de la noche. Coordina con Mary, su jefa de debate, los compromisos del día siguiente y brevemente comparte con un profesor sus propuestas para el agro. “Hay que reactivar todo el tejido agrario y campesino, darle la capacidad a Puerto Berrío de producir sus propios alimentos. El desafío es ubicarnos como uno de los principales productores cárnicos de Colombia”. Echa mano de cifras: agrega que la subasta de reses del municipio oscila entre las 800 y 1.500 cabezas semanales.
Su silueta se va perdiendo a medida que cruza la calle. “Los espero temprano. Me avisan si se pierden, pero el apartamento es fácil de encontrar”, asevera antes de montarse a la camioneta.
La campaña
De los 10 candidatos a la Alcaldía, Pastor Alape es uno de los que tiene menos publicidad. Salvo contados pendones y pasacalles, donados hace un par de semanas, su campaña se concentra en recorrer las veredas y barrios, charlar con la gente y mostrarse diferente a “los políticos de siempre”. Ese ejercicio lo expone a reclamos por su pasado. En julio, cuando inscribió su candidatura en las oficinas de la Registraduría, un transeúnte le cuestionó, a gritos, cuándo pensaba reparar a las víctimas. “Los errores que cometimos sirvieron para deshumanizarnos. Los liderazgos se equivocaron oyendo a unos pocos, que se reunían en cafés en Bogotá, aislados de la realidad, y creyeron que la opinión nacional era favorable. No es fácil explicar lo que pasó en Bojayá o en El Nogal”, reconoce.
La masacre de Bojayá, en 2002, y el atentado al club El Nogal, en 2003, dejaron sin vida a 115 civiles. Son dos de los sucesos más sangrientos en la historia de las FARC, que en 52 años de lucha clandestina fueron responsables de 96.952 homicidios, según registros de la Comisión de la Verdad, el Grupo de Análisis de Datos en Violaciones de Derechos Humanos y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). En 2022, este tribunal, que surgió del acuerdo entre el Estado y esa guerrilla, imputó cargos a Alape por crímenes de guerra y de lesa humanidad en casos de privaciones de la libertad y toma de rehenes. Alape reconoció su responsabilidad y aún se desconoce la pena que se le impondrá —consistente en obras y actividades con contenido restaurador—, pero está dispuesto a cumplirla en su pueblo. “Hay que generar una conciencia de que es necesaria una transformación. La sanción reparadora la voy a pagar aquí”.
Ese pasado repercute en el escenario político, pero es imposible saber qué tanto. En Puerto Berrío, en donde 25.425 habitantes son mayores de edad, no hay encuestas que midan la intención de voto. A la vieja usanza, las calles son la única manera de tantear fuerzas y medir quiénes tienen opciones reales de ganar. Para su equipo de trabajo, Alape es uno de ellos. Al ser la única candidatura de izquierda en estos comicios, creen que los 5.122 votos que consiguió Gustavo Petro en la segunda vuelta presidencial son una base para crecer. Coinciden en que los otros nombres con posibilidades son Iván Laguna, cercano a la actual administración, y los exalcaldes Robinson Baena y Jaime Cañas.
La gerente de la campaña es Saray Rúa, de 21 años. Conoció a Alape en un evento con reinsertados y recuerda que le llamó la atención verlo como “un señor normal”. Entablaron amistad rápidamente y, pese al temor que inicialmente despertó esa relación en su familia, ahora es un invitado frecuente en su casa. Rúa concentra múltiples responsabilidades, desde las finanzas hasta las propuestas y eventos. Es estudiante de octavo semestre de Derecho, por lo que su jefe le impidió que se dedicara de lleno a la campaña. “Quise cancelar clases, pero Pastor no me dejó. Me insistió en que debía seguir estudiando”.
En un café, en la zona urbana de Puerto Berrío, la acompaña Salem Arias, otro de los seguidores de Alape y candidato al Concejo por el Pacto Histórico. Arias celebra la elección de Rúa como gerente, y hace énfasis en su liderazgo. Presume como triunfo que su papá, que siempre votó a la derecha y simpatizaba con el expresidente Álvaro Uribe, ahora comparte en redes publicaciones de su candidatura y de la de Alape. “Podemos ganar o perder, pero este no deja de ser un momento histórico”, repite con el natural entusiasmo de un joven de 20 años.
Ambos explican, en un ejercicio que se nota que han ensayado, “las cinco transformaciones” que propone Alape: fortalecimiento de la productividad, cultura ciudadana, territorio sostenible, dignidad humana y reducción de las violencias. Paradójicamente, durante esa exposición, varios disparos suenan en la cuadra. Una multitud se agrupa en la calle. Todo vuelve a la normalidad cinco minutos más tarde, como si nada hubiera pasado.
La vida sin armas
El despertador está programado para sonar a las cinco de la mañana. Pastor Alape prende el radio y empieza a arreglarse. A la media hora está listo. Viste una camiseta, un collar de piedras rojas “para las energías”, un jean y unas sandalias de velcro cerradas. Sus escoltas —que pasan la noche en el apartamento vecino— todavía duermen y él aprovecha esos momentos para extraer el jugo de dos toronjas y preparar un café sembrado por firmantes del acuerdo de paz. Toma ambas bebidas en su comedor de madera, desde donde se puede ver el balcón y, más allá, el río Magdalena, el mismo que navegó cuando se unió a las FARC, en diciembre de 1979.
En las paredes cuelgan media docena de mochilas, así como fotos y cuadros. Destacan una fotografía de Ernesto ‘Che’ Guevara, otra de los generales de la Revolución mexicana, una copia de El dormitorio de Vincent van Gogh y un óleo que le regaló un primo, con las caras de sus padres, Lisandro y Ana Fidelia. Ella militaba en el Partido Comunista y fue una fuerte influencia en su adolescencia. “Entré a la acción guerrillera por una entrevista a Camilo Cienfuegos que leyó mi mamá en voz alta”. Resalta que su familia materna, que “descendía de negros cimarrones”, es la razón por la que tiene tantos parientes en el pueblo. “Con el comienzo de la pandemia, en 2020, me asenté en Puerto Berrío. Me ha servido para reencontrarme con familiares y amigos, que todavía permanecen por acá. Me dicen que en cada esquina tengo un familiar, y es que somos una familia muy extensa. Nos reconocemos hasta la puta mierda”.
La sala contigua no tiene sofás o poltronas, solo tres mecedoras. Alape se recuesta en una, se quita la sandalia de su pie derecho y lo acomoda sobre una de las sillas del comedor, ayudándose con sus manos. Tiene el tobillo inflamado. Pese a que no son siquiera las siete de la mañana, el sol pega plenamente y dos ventiladores a toda potencia airean el lugar. En pocos minutos tiene cita para que le arreglen las uñas de los pies. Cuenta que en la guerrilla, por casi cuatro décadas, se las cortó con machete “como lo hacen los campesinos”. A su espalda está su biblioteca, compuesta por libros nuevos y algunos que le han ido regalando desde que dejó las armas. Su “biblioteca del conflicto” pereció. “Mis libros los movían en pimpinas de leche para librarlos del comején [termitas], pero cuando estaba en La Habana los dejaron dañar”.
Alape fue miembro del equipo negociador de las FARC que firmó la paz con el Gobierno en noviembre de 2016, durante el mandato presidencial de Juan Manuel Santos. No estuvo desde el inicio de los diálogos en 2012, llegó dos años después y representó al grupo guerrillero junto con Iván Márquez, Jesús Santrich, Pablo Catatumbo, Victoria Sandino, Carlos Antonio Lozada, Marcos Calarcá, Joaquín Gómez y Rodrigo Granda en La Habana. Varios de ellos fueron congresistas posteriormente, a raíz de las curules que el acuerdo otorga a los exguerrilleros para que participaran en política. Alape sostiene convencido que nunca le interesó ser legislador y que prefiere ser alcalde de su tierra natal, en donde quiere quedarse “hasta los últimos días”.
Evoca entre risas la rivalidad que tiene con Granda por motivos futbolísticos. Alape es seguidor del Deportivo Independiente Medellín y Granda del Atlético Nacional, su acérrimo rival local. “Tuve suficiente con él en Cuba. Cuando ganaba Nacional, sabía que me iba a mandar algún mensaje. Yo sí soy del Medellín, que es una expresión de rompimiento, de rebeldía”, dice orgulloso, y muestra la colección de camisetas que guarda en su armario.
Está doblando las prendas cuando Marlon, quien prefiere que le digan Chano —su alias de guerra—, ingresa al apartamento. Callado y tímido, se le escapa una sonrisa por debajo de su gorra cuando se le pregunta por su vida. Nació en Barranquilla y en su juventud se incorporó a las FARC. Ahora, cerca de los 40, es uno de los cinco excombatientes que conforman el esquema de seguridad del candidato. Informa que es hora de irse. Algunos escoltas se alinean sobre las empinadas escaleras y las camionetas se parquean al frente del edificio. “Ahí va el viejo”, se escucha en uno de los intercomunicadores. Alape baja lento, de lado. Explica que está mal de una rodilla. “Pedí cita con el médico y me la dan hasta diciembre”, comenta quejumbroso.
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