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Transición energética
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El petróleo y el planeta

Las perspectivas sobre el futuro energético mundial y el papel de los hidrocarburos se deben enmarcar en una transición equilibrada, sensata, rentable y coherente

Refinería en Colombia
Un pozo de extracción petrolera en Barrancabermeja (Colombia), en 2018.Nicolo Filippo Rosso (Bloomberg)

Muchos libros discuten el futuro de la energía y el petróleo a escala mundial. Uno reciente, de Vaclav Smil, Cómo funciona el mundo, una guía científica de nuestro pasado, presente y futuro, es particularmente sensato.

Simil busca responder por qué será difícil reemplazar al petróleo. En 2019 la dependencia de Estados Unidos de los combustibles fósiles (CF) como fuente de energía fue del 80%. En China bajó de 93% en 2000 a 85% en 2019. En Japón, en 1983 el 83% de la energía primaria provenía de CF, y en 2019, post-desastre nuclear de Fukushima, era el 90%. En suma, como los muestran estas grandes potencias económicas, a pesar del mayor uso de energías renovables, los CF aún son la energía primaria del mundo: de 87% a 84% en lo corrido de este siglo a nivel global.

¿Qué sustenta la demanda de hidrocarburos? La demanda mundial anual de carbón fósil son 10.000 millones (mm) de toneladas métricas; denotemos este monto con la letra X. Esto es cinco veces (5X) más que la cosecha de todos los granos que alimentan a la humanidad, y más de dos veces (>2X) la masa del agua consumida por año. Una sustitución rápida es imposible, dadas las realidades ingenieriles y económicas de la economía mundial. La Agencia Internacional de Energía prevé que la participación de CF en la demanda total de energía declinará de 80% en 2019 a 72% en 2040.

Por ende, no es previsible que se logre desplazar y reemplazar esa masa de CF, simplemente por algunas decisiones gubernamentales y por establecer metas para dos o tres décadas hacia delante. Estamos hablando de que la producción mundial tiene una dependencia profunda de CF que no es fácilmente reemplazable.

De 2023 a 2050 las tendencias clave de la economía mundial serán: poblaciones declinantes y envejecimiento en las llamadas economías avanzadas; enorme demanda de infraestructura y aumento en producción en las llamadas economías emergentes (EE). Se calcula que replicar el éxito chino en las EE aumentaría en 30 veces la producción actual de plástico, 15 veces la de acero, 10 veces la de cemento y 2 veces la de amoníaco. Todo eso necesitará cantidades descomunales de energía.

Ese es, entonces, el gran dilema de los hidrocarburos: cómo reemplazarlos y seguirlos usando al mismo tiempo, dado que son la fuente del 80% de la energía actual del planeta, y serán más del 70% de la misma dentro de 20 años?

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En la actualidad las empresas en todos los sectores aceleran inversiones en energías limpias. Hay nuevas tecnologías y economías de escala que reducen costos de la transición. Pero hay consenso sobre el dilema: garantizar la seguridad energética requerirá inversión significativa en petróleo y gas. Particularmente en Latinoamérica, donde energías renovables no convencionales están rezagadas en comparación con el resto del mundo.

Para el CEO de Exxon, la productora privada de petróleo y gas más grande del mundo, este dilema se debe manejar conjugando de manera virtuosa: 1) la adaptación de la empresa al cambio climático, coherente con 2) la seguridad energética nacional (en USA); 3) la capacidad de pago por energía de las personas del común; 4) la confiabilidad de la provisión de energía en el país y el mundo; y 5) la disponibilidad efectiva de energía.

Las empresas de petróleo y gas están trabajando fuertemente en la captura y almacenamiento de carbón y la gestión de emisiones de CO2. Pero “siempre que el petróleo y el gas, el Diesel y la gasolina sean necesarios, queremos ser los mejor posicionados para ofrecerlos con las menores emisiones posibles”, dice el presidente de Exxon.

¿Cómo encontrar el balance correcto entre alimentar la población mundial, ser conscientes de la capacidad de pago de las familias, producir los bienes y servicios que sustentan la vida de más de 8.000 millones de personas y hacer la transición energética? Para hacerlo, debemos dejar la propaganda y usar las matemáticas, la ingeniería y la economía.

Traigamos ahora esta discusión y estos dilemas a Colombia. El estudio más serio que conozco, con modelos sofisticados de la realidad económica y energética en horizontes largos, lo hizo el Centro Regional de Estudios de Energía, CREE, dirigido por el economista Tomás González, Ph.D. en Economía y exministro de Minas y Energía.

El CREE construyó la hoja de ruta y los escenarios para Colombia, y se propuso responder las siguientes preguntas:

Para el CREE hay 10 claves para la meta de carbono-neutralidad en 2050:

  1. Multiplicar por cinco la capacidad de producir energía de bajas emisiones.
  2. Asegurar la disponibilidad del gas natural para la transición.
  3. Adoptar en muchos sectores, en especial transporte, tecnologías eficientes y bajas en carbono.
  4. Financiar inversiones de oferta y demanda de energía.
  5. Construir relaciones de confianza entre comunidades, Gobierno y empresas.
  6. Poner un precio al carbono, consistente con las metas de mitigación; y eliminar los subsidios a los fósiles.
  7. Asegurar la cobertura plena y asequible de energía y su uso eficiente.
  8. Ayudar a los grupos vulnerables que pierden con la transición energética.
  9. Acompasar la transición energética y la fiscal.
  10. Mejorar la investigación e innovación nacionales.

Esta enumeración ilustra que cualquier estrategia balanceada, razonable, económicamente viable, implica esfuerzos acompasados en numerosos frentes. No es para menos. Se trata de adaptar la producción general de un país a una nueva realidad energética. Se trata de incursionar en una senda, o un grupo de sendas posibles, sin saber los precios que se enfrentará por las tecnologías y por las fuentes alternativas de energía. Se trata de pedir a millones de empresas de todos los tamaños y a decenas de millones de familias que cambien sus patrones de consumo de energía y acepten realidades difíciles y costosas. Se trata de producir cantidades de energía alternativa que hoy parecen inalcanzables. Se trata de que poderosos grupos de poder como los departamentos y municipios productores de combustibles fósiles, los conductores de autos, buses, motos y camioneros, los empresarios de transporte, los generadores de carga, los comerciantes y las familias admitan que entrarán en territorios desconocidos, que durarán décadas para llegar a la nueva situación; y que voluntariamente, con desprendimiento, sensatez y buena disposición quieran hacerlo.

Antes de iniciar su trayecto de 40 años, desde Egipto hasta la Tierra Prometida, Moisés debió de sentir algo parecido a la zozobra, el desasosiego y la incertidumbre que se siente ahora con el tema de la transición energética. Los políticos que se reúnen y prometen muchas cosas parecen no entender la complejidad de lo que proponen para sus países.

Los economistas no saben qué pasará con precios y cantidades de energía, bienes y servicios. Los ingenieros no saben la velocidad a la que avanzará la tecnología. Los innovadores e inversionistas que apuestan por desarrollar las nuevas tecnologías que reemplacen al carbón que ha funcionado por 300 años, al petróleo que ha funcionado por 150 y al gas que ha funcionado por 100, sopesan riesgos y rendimientos.

En suma, no se sabe cuándo se dejará de usar el petróleo y sus derivados, pero es prematuro declarar su caducidad en unas pocas décadas. Mientras haya demanda por petróleo y gas, y Ecopetrol pueda encontrar reservas, debe competir para producirlos eficientemente y buscar ojalá ser de las últimas empresas de la industria mundial en terminar esas actividades, al tiempo que migra a una matriz amplia de energía.

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