El presidente que no se puede caer
Se necesitan muchos años para la recuperación de la institucionalidad democrática de un país que tumba presidentes
Todo el mundo estuvo de acuerdo en que la declaración de un excoronel despistado en la manifestación de mayo organizada por los militares retirados, en el sentido de apoyar un imposible golpe de Estado (defenestrar) al presidente Petro, fue una burrada. Pues bien, con motivo de las dificultades que afectan a la imagen del presidente y en general al Gobierno, han regresado los rumores de un golpe, ya no blando sino de cuartel a la legitimidad. Otra burrada aparatosa. Una cosa es oposición y otra, muy diferente, la conspiración. La primera debilita al gobernante, la segunda lo fortalece. Colombia no es tierra fértil para tumbar presidentes.
En la historia democrática de nuestro país solo ha habido dos golpes de Estado. El del Gobierno del presidente José María Obando, víctima de una conspiración ―golpe de Estado― propiciada por el general José María Melo en 1854, que tantos honores ha merecido últimamente. En esa época todos los personajes se llamaban de la misma manera: José María.
El otro golpe de Estado fue el del 13 de junio de 1953, mediante el cual se desterró del país (pena inexistente) al presidente legítimo, Laureano Gómez. Ese fue el día en que Colombia tuvo tres presidentes: Roberto Urdaneta Arbeláez, presidente encargado hasta las 12 del día; Laureano Gómez, presidente titular hasta las seis de la tarde, y el general Gustavo Rojas Pinilla, usurpador, hasta el diez de mayo de 1957. Los golpistas fracasaron en sus gobiernos. La opinión pública los castigó. Ambos cayeron con el rabo entre las piernas. No está claro a cuál de los dos generales le fue peor. Melo, asesinado en México, y Obando, en el campo de batalla en un enfrentamiento con las tropas legitimistas del presidente Mariano Ospina Rodríguez.
El presidente Alfonso López Michelsen, experto en temas constitucionales, sostuvo que al general Rojas Pinilla lo han debido someter a un juicio penal militar y en ningún caso a un juzgamiento por el Senado, ya que nunca ejerció el cargo de presidente legítimo. Su caso ―el de Rojas― lo equiparó con el del coronel Diógenes Gil, autor del fallido golpe de Estado de 1944 contra su padre, el también presidente Alfonso López Pumarejo.
El otro episodio que conmocionó al país fue la crisis que agobió a la presidencia de Ernesto Samper Pizano por cuenta de unos casetes que aparecieron después de las elecciones de 1994. Tres periodistas, Mauricio Vargas, Jorge Lesmes y Edgar Téllez, dejaron un libro con todos los pormenores del caso. El mandatario de entonces se sometió a las reglas del juego y salió avante en su defensa.
El presidente Petro debe terminar su periodo constitucional de cuatro años como lo establece la regla constitucional y la oposición haciendo lo suyo. Quienes intenten jugar a los conspis, como denominó Samper a unos amigos suyos que lo criticaban y que no tenían capacidad ni para matar una mosca, constituiría un error imperdonable. Como decía Hernando Santos, director del periódico más importante de la época: el presidente que se caiga se cae encima de todos. Nadie sale ganando. Es muy costoso. Se necesitan muchos años para la recuperación de la institucionalidad democrática de un país que tumba presidentes.
El periódico EL PAÍS publicó la denuncia de la izquierda internacional de un golpe blando contra Petro, llamando la atención sobre el fenómeno mediante el cual, mientras las encuestas no muestran favorabilidad para el gobierno, 35 líderes sindicales de izquierda de la mano de intelectuales y políticos ofrecen su apoyo al presidente colombiano. 370 firmas de las más distintas latitudes suscriben el documento. Es una muestra clarísima de los nubarrones que se asoman al conflicto nacional.
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