Las revistas culturales se resisten a morir
El empresario Andrés Hoyos mantiene viva en Colombia la tradicional revista ‘El Malpensante’ a pesar del bajón en la venta de ejemplares
Una sala en el tercer piso de la Librería Merlín, en el centro de Bogotá, es el lugar en el que reviven las revistas culturales que se extinguieron en Colombia. Reposan entre los estantes algunas publicaciones icónicas como Eco, Revista de Indias, Gaceta, Número y El Magazin Dominical de El Espectador. Resalta El Malpensante, la revista que fundó el empresario Andrés Hoyos en 1996. Es la única que aún suma ejemplares nuevos.
Al anochecer, las revistas parecen olvidadas. Hay una iluminación limitada y un aspecto lúgubre. No hay nadie: los clientes ya han escapado por esas horas de una zona que consideran peligrosa. No obstante, el lugar cambia si se va más temprano, cuando sí aparecen algunas personas interesadas en estas revistas viejas. Llama la atención que no solo llegan lectores mayores que conocieron las publicaciones. También asisten estudiantes, sobre todo de comunicación y de diseño.
Dos de las interesadas son Juana Caicedo y Paula Medina, ambas de 20 años. Les atraen los diseños de las revistas antiguas, que ven como más elaborados que los de la actualidad. Vienen a menudo, en busca de recortes para hacer collages. Y explican que El Malpensante ha sido una referente que han utilizado varias veces, aunque no tienen intenciones de suscribirse. “Mi interés se limita al archivo histórico, yo lo que necesito ya lo tengo con una visita a Merlín”, comenta Caicedo.
El Malpensante, sin embargo, lucha por no ser solo un archivo. Mantiene un equipo de alrededor de 15 personas que trabajan en una oficina en Antiguo Country, un barrio del norte de Bogotá. Han tenido que achicarse: hace unos meses se mudaron de una antigua y espaciosa casona de Teusaquillo a un apartamento más pequeño donde aún hay movimiento. Muebles antiguos y libros de su fundador y director, Andrés Hoyos, buscan recrear el ambiente original.
La directora de la fundación propietaria de la revista, la economista Diana Castro, cuenta que recibió críticas de sus amigos cuando hace cinco años aceptó el cargo. El Malpensante estaba “quebrada”, sin el brillo de la época dorada que vivió en los años 90. Pero Castro, que siempre ha mantenido un pie en el sector cultural, tiene la convicción de que la superviviente de las revistas literarias de Colombia vale la pena. Aspira a tornarla sustentable más allá del aporte financiero de Hoyos. Ella y el fundador saben que esta publicación impresa no puede depender eternamente de alguien que ya tiene 69 años.
En la oficina, Castro articula a la redacción editorial y al equipo comercial. Hace malabares para diversificar el financiamiento: desde planificar participaciones en ferias de libros hasta proyectos con la cadena de restaurantes Crepes & Waffles y la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). Reconoce que muchos les reclaman “poner más el dedo en la llaga” respecto a la actualidad política y que los consideran de derechas por la figura de Andrés Hoyos. No obstante, la economista defiende que la publicación mantiene una buena reputación. “Todos nos critican, pero luego quieren que los publiquemos”, dice.
Andrés Hoyos, que también es escritor de novelas y columnista, explica que él ya no tiene la holgura económica de otros tiempos. A veces no puede pagar a los colaboradores el dinero que merecen y ha tenido que reducir el equipo. Pero no acepta que El Malpensante se haya deteriorado o que tenga una visión elitista y arcaica de la cultura. “Una revista tiene que seleccionar, es inevitable. Nadie dice que no publiquen en otra parte”, remarca.
El fundador sabe que es una figura polarizante en la sociedad colombiana. “No soy monedita de oro, algunos me quieren y otros no, siempre fue igual”, comenta. Y es consciente también de que sin él la revista no hubiera podido sobrevivir: “Seguimos de obstinados. Algunos me dicen que por qué no la cierro, si la gente no la quiere, pero yo la mantengo porque hay una minoría que está dispuesta a pagar. No pretendo que me lo agradezcan, pero sí que me lo respeten”.
Castro y el editor actual de la revista, Santiago Erazo, enfatizan que El Malpensante va más allá de su fundador. Y afirman que todavía logran “provocar” desde un lugar más alejado de la actualidad. Señalan como ejemplos una crítica al pensamiento “populista” del reconocido intelectual israelí Yuval Hoah Harari y una crónica sobre personas infames a las que defendía jurídicamente el histórico líder liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Auge y ocaso de ‘El Malpensante’
El Malpensante nació en 1996, unos meses después que la revista Número. Ambas llenaron el vacío que dejó la desaparición de los suplementos culturales de El Tiempo y El Espectador. Pero eran distintas. El periodista cultural Mario Jursich explica que se alejó de Número, formada como una cooperativa, porque estaba demasiado inclinada hacia la militancia de izquierdas. “Yo soy de centro, y no quería la politización”, afirma. Llegó entonces a El Malpensante, una publicación financiada por Andrés Hoyos que se presentaba como apolítica y que decía solo tomar postura por la defensa de la democracia.
El proyecto vivió su época dorada durante sus primeros años. Andrés Hoyos y Mario Jursich la moldearon acorde a revistas estadounidenses como The New Yorker y The Atlantic. Publicaron reportajes, crónicas, ensayos, cuentos y otros textos largos que no encontraban lugar en los periódicos colombianos. Ayudaron a descubrir y catapultar a grandes escritores que entonces eran menos conocidos, como Leila Guerriero, Juan Gabriel Vásquez y Juan Forn. Y fueron parte de una época en la que el interés por la cultura sobresalía en un país que se desangraba por la violencia.
No obstante, los años dejaron sola a El Malpensante. Las sucesivas crisis económicas, la caída en ingresos por publicidad y el encarecimiento del papel fueron implacables con otras revistas. Gatopardo se mudó a México en 2006, Número cerró en 2011 y Arcadia desapareció intempestivamente en 2020. Esta última estaba más ligada a la coyuntura y ofrecía un contrapunto con El Malpensante: las portadas contra gobiernos como el de Iván Duque contrastaban con la revista de Hoyos, enfocada en una selección de textos más atemporales.
Varios referentes periodísticos consultados explican que el cierre de Arcadia fue un duro golpe para un sector que siempre tuvo un público reducido. Lamentan que los medios colombianos se enfocan cada vez más en secciones de “Entretenimiento”, en vez de “Cultura”. Y cuentan que ahora recurren mayormente a publicaciones extranjeras en versión digital: Radar y Revista Ñ en Argentina; Nexos y Letras Libres en México; y Babelia, el suplemento de EL PAÍS editado en España.
El Malpensante sigue presente, pero muchos ya no la ven como una publicación que influya en la agenda del país. La revista ya no distribuye los 16.000 ejemplares que imprimió alguna vez. Resiste en un sector que es cada vez más complicado: el consumo de revistas de cualquier tipo en Colombia pasó de 52% en 2014 a 44,1% en 2017 y a solo 30,9% en 2020, según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). Para Germán Reyes, profesor de la Universidad Javeriana, es difícil mantener la producción de estos productos “en países que no leen”.
El exdirector de Gatopardo y colaborador de El Malpensante, Felipe Restrepo, señala por teléfono que la caída de las revistas latinoamericanas muestra una “gran paradoja”: “Hay calidad y una gran tradición, pero son un muy mal negocio”.
La segunda vida de las revistas
Mario Jursich es habitué de Merlín, ya que disfruta de visitar “librerías de viejo”. El exdirector de El Malpensante cuenta que “es una oportunidad de entrar en conversación con los muertos”. Para él, existe una “comunidad atemporal” en la que se identifica con editores de otras épocas. Comparte con ellos la labor de detectar nuevos talentos: “Siento que hubiese congeniado con Enrique Uribe White, el editor de la revista Pan en los años 30″.
Sin embargo, Jursich no se considera una persona nostálgica. Mira hacia adelante y opina que el periodismo cultural tiene futuro. No ha desaparecido, sino que está en transformación hacia nuevos formatos. Para él, nada es más claro que lo que sucedió con las cartas inéditas del escritor Andrés Caicedo. Fue una publicación que El Malpensante realizó en 2014, tras muchos años de trabajo para conseguir las autorizaciones pertinentes. Tiempo después, un grupo de jóvenes contactó a Jursich para contar la historia en el podcast Un periódico de ayer. “¿Cómo no me voy a sentir identificado con estos jóvenes? Nos hemos pasado el testigo tras un cuarto de siglo”, remarca.
Mientras, El Malpensante reconoce que su importancia perdurará, aun si algún día deja de imprimirse. Es más atemporal que un periódico y eso tiene valor. Para Diana Castro, es ante todo “un proyecto cultural de la sociedad colombiana”. Por ello, promete que su compromiso se mantendrá si la revista quiebra: “El Malpensante está quebrada desde que nació. La intención es que sobreviva, pero en caso de cerrar quiero que sea con todos los bombos”.
Hacia la politización del periodismo cultural
Varias de las plumas de Arcadia han migrado a Cerosetenta, una revista digital de la Universidad de los Andes. Cubren temas variados que van desde la cooperación con bandas criminales para rodar películas en Medellín hasta la representación afeminada del diablo en un carnaval de Riosucio (Caldas). Para ellos, la cultura es como “unas gafas” para analizar la coyuntura del país.
Cerosetenta marca un contrapunto político con El Malpensante. Hay más énfasis en la inclusión de las minorías y en “indagar al poder”. Manuela Saldarriaga, la editora creativa, explica por videollamada que el periodismo cultural no puede quedarse atrás en fiscalizar al Gobierno. No obstante, reconoce que el cierre de Arcadia mostró la vulnerabilidad de las revistas cuando cuestionan al poder: “Esa es una crisis a discutir, si vamos a depender de estímulos públicos o privados que se conviertan en una camisa de fuerza”.
El ámbito cultural es cada vez más híbrido. Alejandro Gómez, exdirector de Cerosetenta, afirma por teléfono que el periodismo cultural ya no se limita a publicaciones especializadas. “Ahora las noticias culturales se integran en las portadas, al lado de las políticas”, comenta. Sin embargo, reconoce también que El Malpensante mantiene su valor: es “un refugio” de textos largos y reflexivos. “Es un periodismo menos atado a la coyuntura y eso está bien también. Es un repositorio de quienes somos como nación”, concluye.
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