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El arte del rebusque: el ingenio para sobrevivir al desempleo colombiano

Millones de colombianos trabajan en el rebusque, una práctica que trasciende las provincias y crece en el norte de Bogotá. Así se ganan la vida sin nómina ni seguro

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Un vendedor de globos en la plaza Bolívar, en Bogotá, en febrero 2022.Fernando Vergara (AP)

Andrés Ariza, de estatura media, ojos claros y una sonrisa que pocas veces se borra de su rostro, lleva puesto un overol rojo. Tiene su nombre estampado a la altura del pecho, como quien porta un uniforme con orgullo. Todos los días, desde las siete de la mañana, recibe en su negocio a habitantes del barrio Cedritos, en el norte de Bogotá. Los compradores escogen frutas frescas con el placer que esconden sencillas tareas cotidianas. El vendedor, de 32 años, selecciona piñas dulces, manzanas rojas o bananos en el punto ideal de madurez para complacer a sus clientes. Se mueve con agilidad de un lado al otro, como quien da valor a cada minuto. Despacha detrás de una carretilla de madera, cubierta por una sombrilla descolorida que instala sin falta en la misma esquina, desde hace varios meses.

Ariza es uno de tantos colombianos que viven del “rebusque”, la capacidad de ingenio para afrontar el desempleo que afecta a 2,3 millones de personas en todo el país. La jornada de este padre de familia empieza mientras la mayoría aún duerme. “Mi día comienza a las dos de la mañana. Toca ir a comprar y escoger las frutas. Llegar, organizar y mantener limpio el sitio de trabajo. No importa si hace calor o llueve”, relata en un día gris. El clima tampoco perturba su trato amable. Ofrece asistencia a los adultos mayores para aliviar el peso de sus compras con la pericia de un ayudante que se mueve en bicicleta. “Hay que atender a la gente con cariño, aunque hay de todo. Hay gente noble y otra que es brava”, confiesa sonriente.

A pocos metros del puesto de frutas, otro hombre estaciona su bicicleta a las afueras de un banco. Va en busca de dinero, pero no a retirar el pago del mes. Lleva un parlante y una batería que hará sonar a ritmo de jazz, cautivando a su audiencia entre los transeúntes. Descarga los instrumentos con delicadeza, como si fueran niños, y despliega el forro abierto de un tambor sobre el andén para recibir monedas o billetes. Se sienta frente al bombo y los platillos que interpreta mientras los curiosos se aproximan seducidos por la melodía que interrumpe los sonidos de la calle. Gustavo Rueda, un músico profesional de 35 años, con anteojos y pelo hasta los hombros, también dicta clases y se presenta en restaurantes y eventos. “El rebusque tiene mucho que ver con la imposibilidad de abrirse paso en la industria creativa. Hay mucho potencial desaprovechado y eso se ve en las formas de supervivencia ante la falta de empleo formal”, afirma el baterista, padre de una niña de seis años.

Gustavo Rueda toca la batería en las calles de Bogotá.
Gustavo Rueda toca la batería en las calles de Bogotá.Grace Vanegas

El “rebusque” ha dejado de ser una práctica común exclusivamente en las regiones, o en el centro o el sur de Bogotá. Se observa cada vez con más frecuencia en zonas residenciales del norte. Hasta allí, cerca de la esquina donde trabaja Ariza, también llega José Andrés Bastidas, un venezolano de 23 años, quien sabe lo que es vivir un día a la vez. Pasa horas de pie, a la salida de un supermercado donde vende bolsas para la basura a 2.000 pesos (40 centavos de dólar). “Me ha tocado guerrearla de esta forma para pagar habitación diaria. No he pasado hambre ni dormido en la calle gracias a estas bolsitas”, señala Bastidas. Al joven de cejas pobladas y ojos brillantes que se asoman por encima de su tapabocas, siempre lo acompañan Negra y Brandon, dos perros de raza criolla. Quiere aprender a leer y escribir, y sueña con tener casa propia. Su mayor anhelo, dice, es regresar a su país para reencontrarse con sus padres.

Mientras Bastidas continúa de pie, Walter Asprilla, procedente de Quibdó (Chocó), uno de los municipios más vulnerables de Colombia, busca su sustento pedaleando a pocas cuadras. “¡Servicio de bicitaxi!”, grita el hombre alto y moreno que se gana la vida conduciendo hasta 12 horas al día un carruaje amarillo de cuatro puestos que va y vuelve. Transporta pasajeros hacia la estación más cercana del sistema Transmilenio, ubicada a poco más de dos kilómetros de distancia, a cambio de 1.500 pesos por trayecto. “Yo no paro de pedalear. Al principio duelen las piernas, pero ya luego te acostumbras y de ahí sale el sustento para la familia. No son todos los millones del mundo, pero alcanza para pagar arriendo y comida”, cuenta. Asprilla, quien estudió hasta la secundaria, cuestiona la falta de igualdad de oportunidades. Solo la mitad de los bachilleres logra acceder a la educación superior en el país. “Tampoco hay trabajo para los que terminaron la universidad. Hay muchos universitarios trabajando aquí como bicitaxistas”, subraya.

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Walter Asprilla en su bicitaxi, en Bogotá.
Walter Asprilla en su bicitaxi, en Bogotá.Grace Vanegas

Aunque la tasa nacional de desempleo en Colombia descendió al 9,5% el pasado mes de noviembre, volviendo a los niveles previos a la pandemia, el desempleo juvenil alcanza el 17% y la informalidad laboral es del 58%, una de las más altas de la región y del mundo, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). “Hay que trabajar y no hacerle mal a nadie”, sostiene Andrés Ariza, el simpático vendedor de frutas, uno de los pocos “rebuscadores” a quien los peatones reconocen por su nombre, marcado en aquel overol rojo. “La respuesta es echar siempre pa’ lante”, sentencia Asprilla, el bicitaxista.

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