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Lenguaje Inclusivo
Columna
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No se puede hablar

Cuando aceptamos que el activismo encontrara acomodo en el idioma, perdimos el “juicio”. Purgamos ahora una cadena perpetua para la lengua

Gustavo Gómez Córdoba
Lenguaje inclusivo
A pesar de que existe consenso en cuanto a que el lenguaje genera realidad, la cuestión del lenguaje inclusivo sigue teniendo resistencias entre cierta parte de los profesionales de este ámbito.Getty

La humanidad ha superado notables periodos de oscurantismo, en los que se ha perseguido y penado la libertad de expresión y pensamiento, la opinión, el derecho a disentir, la libre elección, la manera de sentir la fe y el avance de la ciencia. Hemos llegado a una etapa en que, si bien no hemos podido superar del todo estos fenómenos, al menos sí logramos evidenciarlos y combatirlos. Pero retrocedimos.

Es la época de las grandes libertades, pero, gran ironía, ya no se puede hablar, porque las palabras son ahora parte de una cadena invisible de minas antipersona que amenaza con detonar a cada intento de salivar.

A nadie se le permite tener perros o gatos; un ser vivo no puede ser dueño de otro, por lo que hay que hablar de “familias interespecie”. Menudo problema si uno ama a los animales, ¡pero no cree que gatos o perros sean hijos!

El humor, que puede ser cuestionado cuando, excediéndose, mortifica u ofende, es ahora objeto de acciones judiciales y escenarios de tribunal. Los humoristas deben llevar en el bolsillo un frasco de crema para hidratar cada palabra, no vaya y sea que terminen irritando pieles, cuando el encanto fundamental de su oficio era precisamente la ampolla.

Referirse a la ceguera, la sordera o la mudez siempre termina mal. Se hace caso omiso del principio de economía lingüística, primo hermano de la Navaja de Ockham (la manera más simple de decir las cosas es la mejor). Dejando de lado esa norma fundamental de hablar con naturalidad y concisión, hoy en día nos referimos a “una persona en situación de discapacidad” visual, auditiva, del habla, física, intelectual, mental…

El ser humano, masculino en el género de la esencia del idioma, está proscrito; no así la humanidad, aunque se anteceda de un femenino gramatical que, ahí sí, no molesta. Navegamos con dificultad en aguas del “todos y todas”; de los “niños, niñas y adolescentes” (¿pronto también adolescentas?); de los “hijes” o “l@s hij@s”; de neologismos tan ajenos a la belleza del idioma como la “matria”, aunque el concepto de madre patria subsiste en las bocas de un puñado de valientes y “valientas”.

La llegada de lo políticamente correcto al idioma hace que los funcionarios se enreden o rebuznen, como en el caso de aquellos uniformados que, temerosos de despertar iras ajenas, hacen alusión a “la femenina” para referirse a una mujer.

Pagamos el precio de vivir en un mundo donde la diversidad exige precisiones que solo una minoría puede manejar con destreza Ciertos conceptos ya requieren de medio abecedario para enunciarse sin generar irascibilidad: L, G, B, T, I, A, K y la reciente adición de símbolos como el +, porque en el homosexualismo y el bisexualismo millones de personas ya no se sienten representadas.

Hace unos años, cuando comenzábamos a sentir la llegada de esa cruzada por la palabra exacta, aun a costa de la lógica o la estructura natural de cada idioma, con términos muy cáusticos, el escritor Héctor Abad Faciolince lo evidenciaba haciendo lo que mejor sabe hacer (¡sí, escribir, que ya tampoco se puede!):

“El género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo. Cuando yo digo, por ejemplo, que ‘las personas tienen estómago’, aunque ‘personas’ tenga género femenino no estoy excluyendo a los hombres. Y aunque ‘estómago’ sea masculino de género, lo llevan por dentro los dos sexos por igual. De hecho, el órgano viril por excelencia suele tener en castellano género femenino y (excúsenme los oídos castos) puedo citar los casos de la verga, la polla, la picha y la mondá, cuatro instrumentos idénticos de género femenino, aunque evidentemente de sexo masculino. Y en España, al menos, pasa lo inverso con la parte correspondiente de la mujer y, por típicamente femenino que sea (en cuanto al sexo) el coño, el género de esta palabra es masculino”.

Perdimos la batalla. Nos libramos del yugo solo para fortalecerlo y dejarlo firmemente ajustado al cuello. Volvimos a ser bueyes. Corrijo: volvimos, todos y todas a ser los/las/buey@s.

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