‘La Rolita’: un modelo de transporte bogotano ambiental, feminista y público
Una nueva operadora de buses eléctricos, creada por la alcaldía de Bogotá, podría mejorar la imagen del desacreditado sistema de buses Transmilenio si un tribunal no tumba la iniciativa
Quien aún crea que las mujeres no saben manejar no conoce a Alexandra Caballero. Esta bogotana de 39 años conduce casi todos los días un enorme bus público del sistema Transmilenio en una ruta al sur de la capital, en la localidad de Ciudad Bolívar, donde las calles son empinadas, estrechas, y muchas veces mal pavimentadas. Ella esquiva cuidadosamente huecos, autos mal estacionados, ladrones, y también los insultos de quienes no toleran ver a una mujer al volante. “No es fácil que a uno le griten bruta”, cuenta esta mujer de pelo rizado, risa contagiosa y brackets en sus dientes. “Una vez, pidiendo que un carro se moviera, siete hombres rodearon el bus, me gritaron que debía irme a lavar calzoncillos, y yo sentía que la tierra me iba a tragar pero seguí, volví al taller, y ahí lloré. Aquí estamos, luchándola”.
Alexandra Caballero es parte de ‘La Rolita’, una nueva operadora de buses —la única pública en Bogotá— en la que casi dos tercios de los conductores son mujeres y todos los buses son eléctricos. “Somos las embajadoras de esto”, dice con orgullo.
La Rolita es un proyecto consentido de la alcaldesa Claudia López, quien dejará su mandato en un año y querrá mostrar los logros de esta nueva empresa pública al final de su cuatrienio. En un momento en que el sistema Transmilenio está muy desprestigiado —el 68% de los usuarios se siente inseguros en este, no solo por los robos o los casos de acoso sexual, sino por las eternas aglomeraciones y los problemas con los horarios— La Rolita es un nuevo brazo del sistema integrado de transporte que tiene la ambición de mostrar una imagen distinta: que el sistema de buses puede ser feminista, ambiental y una empresa pública eficiente.
“La Rolita es de la ciudad y la que va a ganar de ella es la ciudad”, dice con confianza Carolina Martínez, gerente de la nueva empresa. Bogotá no contaba con una operadora pública de transporte desde finales de los años ochenta (después de que la última quebrara por clientelismo e ineficiencia), y los alcaldes anteriores dejaron la operación de los buses Transmilenio a empresas privadas. Pero esta zona empobrecida de Ciudad Bolívar, llamada El Perdomo, no era deseada: ninguna empresa privada la había considerado rentable, y cinco licitaciones para operar allí habían quedado desiertas. Ahora El Perdomo, dice un graffiti dentro del taller de La Rolita, cuenta con “nuevos aires”.
“Creo que a los operadores no les gustaba esta zona porque es de pendientes y eso tiene mayores costos de operación” dice Martínez, la gerente. “¿Por qué debía la alcaldesa seguir ofreciendo una zona que nadie quiere? Los que siguen sufriendo son unos 35 mil usuarios de esta zona”.
La alcaldesa impulsó, en el Plan de Desarrollo de Bogotá, la creación de una operadora pública para suplir el vacío. Pero con un toque personal: se convocaría sobre todo a mujeres conductoras, todos los buses serían de energía limpia, y la flota tendría un nombre que podría generar orgullo entre los rolos —como se le llama a los bogotanos. La Rolita, ese nombre, fue idea de la alcaldesa. (El nombre jurídico es un poco más aburrido: Operadora Distrital de Transporte SAS).
“La alcaldesa ha estado muy pendiente del desarrollo de La Rolita, todas las semanas quiere saber cómo avanza”, cuenta la gerente Martínez desde un enorme patio-taller que una de las conductoras describe como “futurama”: el lugar para administrar 195 buses eléctricos cuyo movimiento es imperceptible al oído. Los enormes buses verdes evitan el estruendoso sonido que hacen los motores de combustión, y varios tienen dibujado un mensaje con su misión ambiental: “Este bus eléctrico equivale a sembrar 2.300 árboles para descontaminar el aire que respiramos”. Una máquina silenciosa que aspira a ser un bosque.
Con la adquisición de estos buses, Bogotá se convirtió en la ciudad de América Latina con la flota eléctrica más grande (junto a Santiago de Chile): 1.485 buses eléctricos repartidos entre La Rolita y otros operadores. “La nuestra es una flota eléctrica 100% porque entre 2030 y 2050 nos comprometimos, como país, a cambiar nuestra forma de transporte y uso de energías fósiles”, dice Martínez. Bogotá ya avanzó en la última década en la adquisición de buses híbridos, buses a gas, y ahora quiere ser pionera en la tecnología eléctrica.
Pero La Rolita empezó a rodar en medio de un lío jurídico. El artículo 91 del Plan de Desarrollo, que permitía su creación, fue demandado argumentando que no había un estudio que demostrara la necesidad de crear un operador público. Si un juez de segunda instancia falla en contra de este, La Rolita quedaría frenada.
“Están apostando a que todo salga a favor y el riesgo es alto”, ha dicho la concejal Lucía Bastidas, del Partido Verde (el mismo de la alcaldesa), una de las opositoras a la creación de este operador público. “De acuerdo con el informe de ejecución presupuestal, con corte a julio, el operador público ya presenta gastos por $9.673 millones ¿qué pasará con esta inversión si se confirma el fallo y este artículo queda anulado?”
Efectivamente Martínez, la gerente, está muy optimista. “Creemos, con todos los estudios jurídicos que hemos hecho, que no es viable la nulidad y ya llevamos dos meses de operación con la tranquilidad de que se fallará a favor nuestro. Todo se ha soportado técnicamente y jurídicamente, y el contrato funciona: estamos cumpliendo en pasajeros, en kilómetros, etcétera”. La inversión total para que exista La Rolita fue de 10 mil millones de pesos, y la empresa espera pasar a ser una empresa mixta, con la ciudad como socio mayoritario más un socio estratégico privado que esperan anunciar próximamente. “No puedo aún revelar quién, pero pronto”, dice la gerente. La alcaldesa, además, ha dicho que espera que La Rolita crezca para operar otras zonas de la capital más allá de El Perdomo, y dice que ya expansión cuenta con el apoyo del Ministro de Transporte.
La nueva operadora, al tiempo, busca darle un tono feminista a lo que significa manejar buses en Bogotá. “El sector del transporte, que genera mucho empleo, ha sido masculinizado, y este es un terreno como muchos otros que estamos conquistando las mujeres”, dijo la alcaldesa en un evento de rendición de cuentas. “No nos queda nada grande en esta vida, nada”, añadió.
Para la gerente de La Rolita feminizar el transporte implica terminar de diseñar una sala de lactancia para las conductoras en el taller, o garantizar que las madres cabeza de familia tengan un lugar seguro donde dejar a sus hijos antes de trabajar. Para las conductoras eso significa sobre todo acabar con estereotipos de género sobre lo que puede o no hacer una mujer, o una madre cabeza de familia, frente a un volante.
“Chévere que nosotras podamos mover la ciudad de otra manera y quitarle velocidad, porque esa actitud de los hombres de arrasar con todo, yo creo, hace que todos vivamos acelerados por culpa de ellos”, dice Caballero, la conductora, que quisiera que a ella y a sus compañeras se les reconociera como profesionales—para obtener su licencia de conducir, tomaron cursos de finanzas, economía y servicio al cliente. “Queremos un diploma”, dice.
A su lado, en la sala de almuerzos, se sientan dos amigas, Liliana Castro y Paola Pérez, dos conductoras que también hablan de querer derrumbar estereotipos de género. Castro cuenta que varias personas de su familia no creían que ella pudiera ser conductora, y entonces se agarró de una publicación de Facebook “en la que Claudia nos decía que nosotras también podemos, y mírenos, a nosotras incluso nos tocó lo más duro de Bogotá, nos tocaron las montañas”. Aquellas colinas que no quería manejar el sector privado. Pérez, por su lado, cuenta que parte del entrenamiento incluyó talleres sobre maltrato hacia la mujer, para que las conductoras pudieran alertar en caso de presenciar esta violencia en los buses. “Uno hace esto por gusto, porque la gente no es muy empática con uno, te responde horrible muchas veces. Yo creo que en los colegios deberían dar alguna clase que se llame ‘Seguridad Vial y Cultura Ciudadana’.”, opina.
Han pasado solo dos meses y La Rolita ya tiene funcionando 7 de las 11 rutas que planea abrir. Aún así, para Caballero, Pérez y Castro, ya algo cambió. Cuando se ponen el uniforme gris que usan las conductoras, se sienten embajadoras de una nueva cultura vial. “Incluso mi hija me dice que, si voy a recogerla al colegio, que no se me ocurra quitarme el uniforme”, dice sonriendo Castro. “Ella ya quiere que las amigas vean que su mamá es conductora de Transmilenio. Me dice: ‘yo nunca pensé que usted fuera a manejar un carro tan grande, mami, usted mueve muchos botones. Mami, estoy orgullosa de usted’”.
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