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Violencia machista
Columna
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El Estado no me cuida

Las autoridades solo reaccionan cuando las víctimas se hacen visibles y la indignación genera reclamos en los medios y las redes. La sociedad se sorprende porque la obligan a ver lo que pasa ante sus ojos sin notarlo

Marcha contra la violencia conta las mujeres en Bogotá
Una marcha convocada con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en Bogotá, el 25 de noviembre de 2020.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

De tanto en tanto en Colombia nos sacudimos con un caso de violación a una mujer o con un feminicidio. Y no es porque ocurran solo de tanto en tanto, es porque la mayor parte del tiempo estos delitos pasan inadvertidos aunque suceden todos los días. Y cuando las víctimas se hacen visibles y la indignación genera gritos, a veces hasta caos, la autoridad aparece como por arte de magia. Se ordenan investigaciones, se hacen capturas, se pone en marcha el aparato de un Estado que suele estar ausente para proteger a las mujeres en la cotidianidad.

Hay un estribillo que se ha convertido en símbolo de las luchas feministas, que pone en evidencia esa falta de protección: “El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas”. En muchas manifestaciones lo corean las mujeres en las calles cuando exigen protección. Esto va más allá de una consigna porque es real esa búsqueda de sororidad para garantizar que todas regresen bien a casa.

Hoy son muy frecuentes las redes de mujeres que se conectan, se escriben mensajes, comparten ubicación, se protegen ante la incertidumbre que representa la calle y a veces el propio hogar en donde se producen muchos feminicidios. No debería ser así, pero lo es porque el Estado no responde. Y a pesar de las redes de protección, cientos, miles de mujeres, no regresan a casa, o vuelven después de haber sido víctimas de abusos, violencia sexual y agresiones de todo tipo.

Paula Andrea Restrepo Parra salió de su casa en Andes, Antioquia, el 4 de noviembre. Fue al colegio y al terminar la jornada debía regresar con su familia, pero nunca llegó. Horas después su cuerpo apareció con signos de tortura y abuso sexual. Tenía 18 años. Estaba a punto de graduarse de bachiller. En un ensayo sobre violencia de género que escribió para una de sus clases, según cuenta el periódico El Colombiano, Paula Andrea se preguntaba “¿Por qué las leyes en nuestro país no nos dan la protección necesaria a nosotras las mujeres?”

El 31 de octubre la joven Hilary Castro de 17 años fue víctima de abuso sexual en una estación de Transmilenio en Bogotá. Cuando intentó poner la denuncia fue obligada a transitar por los vericuetos de una burocracia que la revictimizó. Ella contó su historia en redes sociales y su caso generó una ola de indignación y protestas en las calles. Es ahí cuando entra a operar la justicia: se acelera la investigación y capturan al delincuente quien horas después aparece muerto en la zona de detención de la URI (Unidad de Reacción Inmediata) en donde estaba detenido.

Paula Andrea y Hilary son dos mujeres que padecieron, como miles, la violencia de género presente en todos los rincones de este país y en buena parte del planeta. Ser mujer significa estar en permanente riesgo. Ser mujer significa no tener la certeza del regreso a casa, ser mujer es caminar con el miedo a ser asesinada, abusada, agredida, manoseada. Ser mujer significa no sentirse protegida.

Según información del portal Datos Abiertos del Gobierno colombiano en un compilado de datos desde el año 2010 hasta octubre del año 2022, en Colombia, se han reportado 404.994 mujeres como víctimas en investigaciones por el delito de abuso sexual. La cifra de feminicidios para el mismo período es de 3.734. La violencia acecha de manera permanente, la agresión sexual es tan cotidiana que sorprende lo poco que se avanza en su control. Y si hablamos de feminicidios los delitos ocurren por todas partes. En tiempos de confinamiento, cuando muchas mujeres se vieron obligadas a estar encerradas con el enemigo, se multiplicaron estos hechos.

Muchas de las víctimas no alcanzan a ser visibles en los debates de medios y redes, pero son reales. Luz Amparo García Alvarez, Élida Amanda Pérez, Ana García Pérez, Ana Mercedes Rivas Ramos, Katy Juliana Ariza Macías, Luisa Fernanda Velásquez, Luz Emilda Bernal Benavides, Sandra Patricia Martínez Ríos, Luz Dary Bravo Muñoz, Inés Acuña Rodríguez, Arly Johana Girón González y María Elena López Arboleda, fueron algunas de las víctimas de feminicidio durante el confinamiento. Dejaron hijos, hermanas, madres, familias para quienes la vida se partió en dos. Nunca será lo mismo.

El Estado no cuidó a estas mujeres, el abrazo de sus amigas y sus hermanas no logró protegerlas a pesar de los esfuerzos. Muchos feminicidios son tragedias anunciadas y denunciadas. Muchas agresiones son silenciadas. Los protocolos de protección no alcanzan, las instituciones fallan y por eso no podemos olvidar a ninguna y debemos gritar historias como la de Paula Andrea y ese futuro que no fue y la de Hilary y su resistencia después de la agresión. De tanto en tanto la indignación tiene que sacudir a una sociedad que se sorprende porque la obligan a ver lo que pasa ante sus ojos sin notarlo. Si se sacudiera más, tal vez habría menos violencia para lamentar y habría respuesta para la pregunta que dejó Paula Andrea.

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