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Los candidatos demócratas ponen el punto de mira en la izquierda con medidas progresistas

Clinton y Sanders intentan demostrar que pueden ir más allá de las medidas de Obama

“Llámame dentro de un año y pregúntame otra vez en qué está centrado el debate”. La respuesta de la senadora Elizabeth Warren a un periodista en 2015 fue premonitoria. El reportaje sobre la “aspirante virtual” del Partido Demócrata retrataba el papel de Warren en la campaña electoral sin necesidad de presentarse como candidata a la presidencia de Estados Unidos. Los meses siguientes demostraron su influencia en el giro a la izquierda del partido, con apuestas de aspirantes como Hillary Clinton o Bernie Sanders que ni siquiera había defendido la valiente campaña del cambio de Barack Obama en 2008.

Sanders interviene en Waterloo, Iowa.
Sanders interviene en Waterloo, Iowa.Evan Vucci (AP)

Además de haber cumplido su sueño de acercar a los ciudadanos a un sistema de salud universal, Barack Obama también aprobó presupuestos multimillonarios para becas, perdonó deudas estudiantiles por coste de las matrículas universitarias, convirtió a Estados Unidos en líder mundial de la lucha contra el cambio climático, renunció a la construcción del oleoducto Keystone y reescribió las reglas del juego financiero. El presidente elevó a lo más alto el listón de las medidas progresistas que puede defender un mandatario demócrata, pero la campaña ha demostrado que hay espacio para ir más lejos.

George Packer retrató en ‘El desmoronamiento’ el declive estadounidense que comenzó “de muchas maneras, en muchos momentos” hace más de medio siglo y que ha dejado a millones de ciudadanos “solos en un paisaje sin estructuras, forzados a improvisar sus propios destinos, escribir su propia historia de éxito y salvación”. Los candidatos demócratas a la presidencia aspiran también a ganar el premio del más compasivo con esta nueva realidad del sueño americano. Compiten por demostrar que son los más cercanos a las necesidades de las víctimas de ese “desmoronamiento” que acentuó la última recesión económica.

Los aspirantes han convertido Wall Street en sinónimo de los problemas económicos de los ciudadanos, hablan de impuestos y de negociar el salario mínimo con la comodidad en que antes se argumentaba sobre las guerras y han dado por zanjado el acceso a un seguro médico a todos los estadounidenses. Los republicanos han tachado a Obama de “socialista”, pero Sanders presume hoy del mismo calificativo. Clinton reitera que los ejecutivos de las empresas ganan “300 veces más que el trabajador medio”. El senador de Vermont es el primer candidato desde los años 80 en pedir subidas de impuestos. La ex secretaria de Estado pide igualdad salarial real entre hombres y mujeres. Su rival en la campaña responde que acabará reformas pendientes de la Administración Obama: desde la modificación del sistema penal hasta una reforma de inmigración mucho más ambiciosa de la que nunca pudo defender el presidente.

La extrema derecha ha empujado al Partido Republicano hacia posturas que, llegadas las presidenciales en noviembre, deberán suavizar para convencer al electorado más moderado. Esa es la misma baza que tendrá que negociar el Partido Demócrata, pero acentuando el centrismo del candidato que logre la nominación —ya sea Clinton, Sanders o Martin O’Malley—, una moderación que han cambiado hasta ahora por las propuestas más liberales que se han planteado en los últimos años.

La responsabilidad de ese giro corresponde en parte al trabajo de Warren. Investigó la ley de bancarrota durante más de tres décadas, convirtió esta experiencia en los cimientos de su trabajo en la Administración Obama y después en el Senado representando al Estado de Massachussets. Por el camino, Warren alimentó el fuego de la izquierda de Estados Unidos y hoy los demócratas compiten por esos votos más progresistas. Tras recibir a la senador a en Washington, Clinton reconoció su papel con un artículo en la revista TIME en el que recordó que “Warren nunca duda en poner a los poderosos en su sitio: banqueros, lobistas, miembros del gobierno e incluso a aspirantes a la presidencia”.

El discurso de la senadora, a veces mucho más honesto de lo que se atreve a pronunciar cualquier político en Washington, ha empujado a los candidatos hasta un lugar en que sus palabras apenas difieren de las de los pensadores más progresistas del país. Robert Putnam, politólogo de la Universidad de Harvard y consultor del presidente Obama en repetidas ocasiones, alertó en su trabajo ‘Our Kids: The American Dream in Crisis’ que “El verdadero riesgo es que ignoremos la conexión más profunda entre la desigualdad de oportunidades y la creciente desigualdad económica”.

Las denuncias de Clinton y Sanders sobre la pobreza infantil o la amenaza que supone la desigualdad para la economía parecen sacados de esta obra publicada el año pasado. La serie de recomendaciones con las que concluye Putnam bien podrían haber servido, meses después, para articular el programa de propuestas sociales de los candidatos demócratas: crecimiento económico y la lucha contra la desigualdad, participación en procesos democráticos a través de leyes que protejan el derecho a voto, refuerzo de las estructuras familiares mediante propuestas de conciliación y acceso a un sistema universal de educación infantil, y mejoras en las escuelas públicas para garantizar una educación igualitaria.

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