Comparando con China
La revuelta reformista de Irán está llena de incógnitas. Le Monde se hacía ayer dos preguntas en primera página: ¿Quién dirige Irán? ¿Quién tiene el poder para resolver la crisis?. Así son las cosas: quienes deberíamos responder a las preguntas nos conformamos con formularlas correctamente. Irán es un enigma en muchos aspectos, entre muchas otras razones, gracias a 30 años de pésimas relaciones con occidente. Ni siquiera los mejores servicios secretos del mundo tienen buena información sobre el país persa. La actual crisis política, aunque termine de mala manera, ha convertido a Irán en un país más próximo y más transparente. Y a pesar de que el régimen esté limitando el acceso de los periodistas extranjeros, la atracción que ejerce el terremoto político iraní actúa como la marea. Además de excelentes corresponsales fijos, que nos proporcionan información diaria con fuentes directas y bien contextualizada, ahí están las crónicas electorales de enviados especiales de primera fila, como el director del New York Times, Bill Keller, o el cronista político de Times, Joe Klein.
Sabemos poco respecto al carácter del movimiento que hay detrás de los pañuelos y brazaletes verdes, pero empieza a intuirse que está más cerca de la Revolución Cultural China que de los sucesos de Tian Anmen, aunque ciertamente tiene algo de lo uno y lo otro. Con la Revolución cultural comparte el hecho cada vez más claro de que hay una lucha por el poder en la cúpula de la República islámica, entre personalidades de la generación fundacional del jomeinismo, en la que se utiliza a la juventud como fuerza de choque para dilucidar las diferencias. De un lado Ali Jamenei y su pupilo Mahmud Ahmadinejad y del otro Rafsanjani, Jatamí y Musaví. No sabemos todavía si hay un Mao en potencia entre todos ellos, es decir, alguien con la ambición y el proyecto de asentar su poder de forma definitiva y si este episodio terminará ahogado en la represión y la sangre como sucedió en China, donde los jóvenes utilizados de fuerza de choque fueron mandados a reeducarse al campo y muchos dirigentes fueron asesinados, purgados y perseguidos.
Con Tian Anmen comparte también el carácter de revuelta generacional pacífica y espontánea. Y su vinculación a la modernidad de comportamientos y de estilo, que en el caso iraní coincide con el uso intenso de las nuevas tecnologías. El grupo de reformistas que apoyaba a Musaví quería conectar precisamente con las nuevas generaciones, y quizás haya sido esto lo que ha hecho saltar la chispa. Se intuye en todo caso que el movimiento desborda ampliamente las ambiciones reformistas, probablemente muy limitadas, de Musaví y sus altos mentores. Será difícil, en todo caso, que el régimen ahogue este movimiento en sangre de la misma forma en cómo lo hizo Deng Xiaoping con Tian Anmen. Allí, además, el movimiento se concretó en la ocupación de la plaza pequinesa, mientras que en Irán el objetivo es repetir las elecciones presidenciales. El ejército desalojó la plaza, pero la reivindicación de unas elecciones que terminen con la dictadura no se disuelve sino que actuará como un corrosivo del régimen mientras no se celebren.
(Enlaces: Le Monde, Bill Keller, Joe Klein y Angeles Espinosa).
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