Gracias por no llamarme corrupta
Nadie habla en Francia de malversaciones pese a que Le Pen tiene abiertas varias causas y que Fillon se hundió por nepotismo
François Fillon, el hombre que tenía todas las papeletas para ser presidente de Francia, cayó por corrupto. Marine Le Pen, la neofascista que se disputa el Elíseo en la recta final, tiene abiertas varias causas por malversación y financiación ilegal. La corrupción, sin embargo, es el gran tema que brilla por su ausencia. La explicación es clara: los franceses ya no perdonan los abusos, pero sus dirigentes prefieren no tirar la primera piedra para no acabar lapidados.
A la líder ultraderechista le gusta calificar a su rival Emmanuel Macron de “candidato de los ricos y del sistema” o de “defensor de las finanzas”. Sin embargo, es ella la que tiene una relación más estrecha y enfermiza con el dinero y con el sistema.
Macron se hizo con un buen patrimonio, pero con su trabajo. De banquero, pero con su esfuerzo. Ha montado de la misma manera su candidatura. En cambio, a Le Pen todo le ha venido regalado de cuna. Su padre recibió una gran fortuna de un admirador dedicado a la construcción y ella creció en un palacete con mayordomo en el parque de Saint Cloud, cerca de París. “Es heredera de un apellido, de un partido, de un sistema…”, le recuerda Macron.
Los magistrados la investigan porque su partido se ha repartido ilegalmente cinco millones de euros por empleos ficticios de asistentes en la Eurocámara. Hasta su jefa de gabinete ha sido imputada por cobrar a través de este sistema. A la candidata del pueblo con discurso obrerista le investigan también por vender con sobreprecio todos los kits de campaña a sus candidatos. Y por infravalorar casas y propiedades familiares.
Qué raro que una antisistema como Le Pen no incluya ni palabra en su programa para moralizar y regenerar la clase política
Fillon cayó por nepotismo, por emplear a su mujer e hijos con dinero público, pero Le Pen apunta maneras mucho más depuradas. En el partido están su padre y presidente de honor, su actual pareja como vicepresidente, su sobrina Marion en la cúpula, su hermana, una excuñada… El suyo es un Frente Familiar.
Entonces, ¿por qué se llega hasta el último debate sin hablar de corrupción? Las primarias de la izquierda coincidieron en enero con el estallido del escándalo Fillon. Ningún candidato abordó el tema. Lo comprendimos al descubrir que el 20% de los 577 diputados emplea a esposas e hijos. ¡Y que es legal! Claro que en algunos casos es todo ficticio y los familiares cobran sin trabajar. El mes pasado, tuvo que dimitir el ministro del Interior y exjefe del grupo socialista por emplear ficticiamente a dos hijas.
Como exbanquero y exministro de Economía, a Macron le han investigado hasta la saciedad. Incluso se puso en marcha la deleznable máquina de explorar los recovecos de alcoba. Nada, todo fue inútil. Por eso, es el único candidato que propone una ley para moralizar y dignificar la vida pública. La lanzará en días, en cuanto llegue (esperemos) al Elíseo. Le Pen, en cambio, ha dejado en blanco en su programa ese apartado. Qué raro para una antisistema.
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