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Cada vez los jóvenes son más adictos a las compras

Rebajas, promociones y ofertas exacerban el consumo compulsivo, un modo de llenar el vacío existencial

Un grupo de jóvenes disfrutan de una noche de compras.
Un grupo de jóvenes disfrutan de una noche de compras. Claudio Álvarez

Los estadounidenses lo llaman buying spree, juerga o frenesí por la compra, y en español se le conoce con el nombre de etimología griega oniomanía o locura por el consumo. La compra compulsiva se empezó a estudiar en Estados Unidos (EE UU) en la década de los ochenta y en España unos años más tarde a partir de la publicación de un caso de un psiquiatra burgalés en The British Journal of Psychiatry. Los niveles de los dos neurotransmisores implicados: la serotonina, que genera bienestar, y especialmente la dopamina, que causa una elevada sensación de recompensa, están descendidas en estos pacientes, mayoritariamente mujeres.

Las rebajas, las promociones de los grandes almacenes y las ofertas suponen para los amantes de las compras un duro reto. Los expertos estiman que en España puede haber unos 400.000 adictos a las compras. También, dicho de otro modo, un 40% de españoles compra con exceso y el 17% sufre la patología. Se trata de un síndrome surgido para llenar el vacío existencial en las sociedades ferozmente consumistas. Los clínicos estadounidenses lo relacionan con una sociedad consumista en la que las víctimas, mayoritariamente mujeres en virtud de todos los estudios epidemiológicos, buscan la felicidad por esa vía y llenar ciertos vacíos vitales.

Especialistas de EE UU como Faber y O’Guinn mantenían en 1992 que el problema afectaba al 5,9% de la población de aquel país. En España empezó a tratarse a partir de que en 1984 el doctor Jesús de la Gándara, jefe del servicio de Psiquiatría del hospital General Yagüe, de Burgos, leyó en la revista científica The American Journal un artículo de los psiquiatras Frankenburg y Yungerlun-Todd. En el texto se recogía un caso clínico que presentaba los mismos síntomas que una paciente suya.

“Hasta entonces”, dice el doctor De la Gándara, “no se había debatido en psiquiatría este problema, ni siquiera estaba tipificado ni se había publicado nada al respecto en toda la literatura médica de nuestra especialidad”. El facultativo trató a dos mujeres, de 33 y 21 años, respectivamente, que presentaban el trastorno de adicción a las compras. Publicó entonces un artículo sobre estos dos casos clínicos en The British Journal of Psychiatry. Y se vio sorprendido por decenas de mensajes de otros colegas de países, como Canadá, Irlanda e India, en los que le comunicaban que tenían varias pacientes mujeres con idéntica patología.

Según la doctora Rosa Sender, profesora titular de Psiquiatría de la Universidad de Barcelona, lo que se observa, y se ha ido corroborando con el tiempo y la experiencia clínica, es que este cuadro, que está empezando a aparecer a edades más jóvenes, como la adolescencia y primera juventud, suele acompañar a trastornos de bulimia y depresión: “Se asienta generalmente sobre una personalidad de base neurótica, muy tímida e insegura. En casi todas las pacientes se halla una baja autoestima, un gran sentimiento de culpa y una desfiguración de su imagen corporal. Suelen tener un grado de inteligencia medio-alto y un nivel social más bien elevado. El problema empieza a manifestarse, junto con los otros cuadros, en torno a los 16 años y tarda años en detectarse. Ellas saben que les pasa algo, pero no saben qué y no logran detectarlo, en particular, las compras, con ayuda o sin ella, hasta pasados los 30 años. Además, la mujer suele consultar antes por su bulimia y su depresión, no por las compras”.

Como refleja en su libro Las nuevas adicciones (Tea Ediciones) el catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social, Francisco Alonso-Fernández, la compra adictiva es un proceso todavía no suficientemente reconocido por la población general, muy mal visto socialmente, que suele tildar a las víctimas de “superficiales y frívolas”, olvidando el elevado grado de sufrimiento e incapacidad que provoca en las afectadas.

Tres razones pueden explicar el mayor arraigo en la mujer de esta seria adicción no química: el extendido hábito social de la compra entre las féminas; la superior vulnerabilidad para ciertos trastornos de la personalidad, como baja autoestima, soledad, estado depresivo, y un menor sentimiento que el hombre hacia lo abstracto, ya que este prefiere el dinero y ella lo que puede conseguirse con él”, sostiene el doctor Alonso-Fernández.

Existen varios exponentes literarios que han retratado esta realidad desde el siglo XIX. Quizá el más conocido se encuentra en 1857 en la gran novela francesa Madame Bovary. El escritor Gustave Flaubert convirtió a Emma Bovary en un fascinante personaje atormentado en busca del verdadero amor, que no cesaba de adquirir vestuario personal de lujo mediante una gestión secreta a base de préstamos hasta llevar a su familia a la bancarrota. Unos años después, en 1883, el también escritor francés Émile Zola describe en El paraíso de las damas cómo las mujeres se extasiaban al contemplar las galerías de una gran tienda de París, inspirada en la gran superficie de ventas creada en Francia en 1810.

Actualmente, numerosas mujeres occidentales, cada vez más jóvenes, cuando sufren un contratiempo y un disgusto (problema con la pareja, mala nota en un examen, discusión con los padres, desengaño amoroso), buscan la compensación a ese malestar mediante el acto compulsivo de comprar, según todos los expertos consultados. El psicoanalista alemán Erich Fromm (s. XX) sostiene que los deseos de compra, que encubren la búsqueda de la felicidad, provienen más del exterior que del interior, “impulsados por la publicidad, que ha transformado el sistema de ventas a partir de una sociedad tecnificada ya en el siglo XIX”.

En los hombres aparece, en una proporción infinitamente menor, en la fase maníaca del trastorno bipolar o enfermedad maníaco-depresiva. Así lo confesaba a su médico un alto y exitoso ejecutivo británico de 45 años, cuya identidad prefiere preservar: “En un solo día adquirí un coche BMW y un reloj Rolex. Me están ayudando a pagar el crédito mis padres, pues, a pesar de mi elevado sueldo, no puedo hacer frente a los gastos porque soy incapaz de ahorrar”.

Cada vez que alguien tiene el impulso adictivo se iluminaban ciertas regiones del cerebro ligadas a los circuitos de recompensa, según han demostrado modernas técnicas de neuroimagen. Cuando se satisface la compra, el cerebro libera dopamina, el neurotransmisor por excelencia de la recompensa y se observa que se iluminan todos los circuitos implicados. Varios estudios han revelado este complejo entramado, como algunos del prestigioso Massachusetts Institute of Tecnology (MIT), de Estados Unidos, publicados en Science. Por ello se infiere que cuando las personas se vuelcan en las compras convulsivas suelen tener bajos los niveles de dopamina.

Los expertos consideran que para que exista una verdadera adicción a las compras, al acto compulsivo y placentero de la adquisición del producto que se desea, debe seguirle, en un plazo más o menos largo, un gran sentimiento de culpabilidad y un enorme sufrimiento, al ser conscientes de que “se han pasado”, “han gastado demasiado dinero”, “han comprado cosas innecesarias”, “han adquirido ropa u objetos muy caros”. Los niveles de los dos neurotransmisores implicados: la serotonina, que genera bienestar, y especialmente la dopamina, que causa una elevada sensación de recompensa, empiezan a descender. Los especialistas aconsejan no llevar tarjetas de crédito ni de débito ni tampoco cantidades altas de dinero como forma de autoayuda. “También es necesario el tratamiento farmacológico por un psiquiatra, que contribuirá a regular los niveles de los neutransmisores y a controlar el impulso adictivo, además de psicoterapia”, añade el profesor Alonso-Fernández.

Estas personas, que se debaten en una enfermedad silenciosay tan incomprendida por los demás, que se las considerassuperficiales y caprichosas”, suelen tener preferencia por las marcas, las firmas y los productos caros. Adquieren cosas que jamás llegarán a estrenar, ni a usar ni a regalar y que quedarán acumuladas y escondidas. Si pueden, las devuelven una y mil veces. “No obstante, con la crisis, algunas se han visto obligadas a bajar el precio de sus adquisiciones, lo que en un principio no resulta tan satisfactorio e incluso a veces les puede conducir a ciertas acciones de robo o ratería, que asimismo les genera un inmenso estado de ansiedad, hasta que se han visto libres de no ser pilladas. Y, cuando lo son, su victimismo les genera sentimientos insoportables de vergüenza, culpa y sufrimiento”, explica el presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social.

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