_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Izquierda sin elección

Si no hay alternativa progresista capaz de decirnos qué hay que valorar o por qué luchar, ¿cómo marcar el nuevo rumbo político?

Máriam Martínez-Bascuñán
Angela Merkel y François Hollande el pasado día 18 en Berlin.
Angela Merkel y François Hollande el pasado día 18 en Berlin.Sean Gallup (Getty Images)

Europa parece estar en caída libre. Y mientras sucede, Merkel se presenta como el último baluarte de los valores de Occidente; Fillon como la esperanza blanca para salvar a Francia; Rajoy como un liderazgo referente en la nueva Europa. Visto el panorama: ¿qué pautas marcan el nuevo tiempo político?

Mientras Le Pen prepara su ofensiva hacia el Eliseo para “devolver Francia a los franceses”, el resto de fuerzas plantean una cruzada defensiva para frenar al Frente Nacional. De ahí brota cuan impertérrito jinete el nuevo thatcherismo del valedor Fillon: tibio europeísta, paladín del laicismo integrista y el comunitarismo de Estado, espiritualiza el sentimiento patriótico igual que su rival lepenista. No al burkini y sí al referéndum a la húngara sobre refugiados. Esa objetivación del republicanismo étnico luchará para que la Grande Nation Française logre mantenerse “en su ser”, preservada en lo económico por la vía ultraliberal o la aislacionista. Así será la disputa.

¿Adivinan a quién preferirá el votante de izquierdas? Porque, ¿dónde está la izquierda? Buena parte, presa en el salto del internacionalismo al nacionalismo identitario, del progreso al regreso esencialista, con sus élites y sus masas. Enredada en la defensa del multiculturalismo y la diferencia, su revolución social se diluye en una revolución nacional. La otra se lame las heridas por el “agotamiento de sus energías utópicas” e, incapaz de ser alternativa, encarna como ninguna otra el momento de desorientación política.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Si no hay alternativa progresista capaz de decirnos qué hay que valorar o por qué luchar, ¿cómo marcar el nuevo rumbo político? ¿Cómo dar cuenta del presente o el futuro? Abandonada en esa condición prístina del pasado, la izquierda sigue en su bucle melancólico rumiando sobre lo que perdimos y hemos de recuperar. Ese programa conservacionista pretende ser acción política, pero es ideología consoladora sin promesas de futuro. El declive del liberalismo no solo pasa por nuestra crisis de valores; también por la ausencia de las distinciones clásicas que le daban sentido: sin izquierda no hay pluralismo. @MariamMartinezB

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_