La vida, la opinión, los hechos y la risa
Reír todo el rato es perjudicial para la salud mental; pero en el mundo de la información se ha puesto de moda
Reír para no llorar es saludable. Pero reír todo el rato es perjudicial para la salud. La tristeza, impostada o verdadera, convierte en solemnes a los que no saben reír, pero hay gente que no puede reír porque no tiene motivos. Pero hay tristes de oficio, a los que atragantó el palo de su importancia.
En España hemos tenido (¡y tenemos!) figuras de la vida más visible, la política y otras artes civiles, que van por el mundo como si se les hubiera cargado de una mochila insoportable. Petudos de sí mismos. Ser importante es un oficio, como ser pesado, o como ser el chistoso del grupo. Todos son oficios abundantes en un país tan de claroscuros. Los importantes hacen daño a la vista y al oído.
Pero, últimamente, en el mundo de la información (de la información televisada, sobre todo) se ha puesto de moda la risa. Se dejó atrás el popular dicterio (“la letra con sangre entra”) y ahora la sangre entra con risa. Le quitas el volumen a los televisores y encuentras que los que debaten sobre hirientes sucesos están muertos de risa; y si subes el volumen advertirás que en efecto se ríen: de lo que dice el otro, mayormente. En el caso de los políticos, que se han contagiado o vienen ya con la risa de casa, es muy notorio: mientras el oponente habla él ya tiene en la cara la respuesta que va a dar: se va a reír de él, puesto que se está riendo desde que empezó a hablar el otro. Escuchar no es un ejercicio neutro de la cara (y de los oídos), pero exige unas normas: exige atención, y ésta no alcanza su mejor punto de cocción en la risa, puesta ésta advierte al espectador de lo que está diciendo otro no es serio. Y eso es grave para la conversación pues la limita o la distrae. En tiempos oprobiosos esto era tan sesudo que la televisión franquista puso en marcha un programa, Sonría, por favor. Una campaña a favor de la sonrisa podría atenuar los efectos perversos de la risa como círculo concéntrico de la burla, que es la clase de risa que se estila ahora.
Juan Cueto tiene una advertencia redonda: es importante tener la mirada divertida. Pero ésta no señala lo risueño, sino lo diverso, lo que nos hace mirar hacia los lados, buscando ideas más suculentas que las ideas propias o las verdades como puños. Es muy común ahora, como pasó cuando el fascismo empezó a morderle los tobillos a este país, que se confunda verdad u opinión con información, de modo que todo vale con tal de que se diga gritando o riendo. Ahora es la risa la que acompaña el argumento: ¿Piensas eso? Jajajá.
Por esa vía de la risa ha resultado que los periodistas preguntan riendo, o riéndose, los informadores se ríen mientras expresan sus análisis unidimensionales y los políticos (y las políticas) ríen a mandíbula batiente (desde Esperanza Aguirre a Irene Montero, por poner dos ejemplos conspicuos, acompañados de la periodista que ríe, la incisiva y risueña Cristina Pardo) mientras el otro, con el que no están de acuerdo, va emitiendo sus juicios, o sus propias verdades como puños.
Controlar la risa ayuda a pensar. Y a debatir, por tanto.
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