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Tentaciones

Jean Michel Jarre: "Cuando empecé me veían como un extraterrestre"

El pionero de la electrónica de masas aterriza este viernes en el Sónar de Barcelona presentando 'Electronica', su último trabajo, colaborativo y en formato díptico. Hablamos con el hombre que actuó frente a las pirámides de Egipto y que hasta intentó grabar en el espacio

Jean Michel Jarre en una imagen de 1988 sujetando uno de sus instrumentos.
Jean Michel Jarre en una imagen de 1988 sujetando uno de sus instrumentos.Gettyimages

El hombre que está ante nosotros se ha pasado cuatro décadas intentando anticiparse al futuro, pero ahora mismo está absorto en una reliquia. Lo que le tiene fascinado a Jean Michel Jarre -67 años, 80 millones de discos vendidos, 3 millones y medio de personas congregadas en concierto y un asteroide a su nombre- es una cámara Leica analógica . “A ver... Sí, creo que tenía una igual”, dice justo después de posar en la terraza de un hotel madrileño. El tiempo le ha hecho perder su melena a lo José Luís Rodríguez “El Puma” y las canas han colonizado su cabeza, pero mantiene la energía que le llevó a realizar algunos de los espectáculos al aire libre más descomunales de finales del siglo XX. Tanto es así que, antes incluso de hacer la primera pregunta, ya está hablando del motivo de su visita. “Es uno de los grandes proyectos de mi vida”, dice, mientras da sorbitos a su té verde. Y empieza a expandir su discurso.

Aquello que siente tanta urgencia por contar es un díptico de discos que se inicó el año pasado con un Electronica 1: The Time Machine cuyo tracklist produce impresión: de jóvenes como M83, Fuck Buttons o Boys Noize a veteranos intocables como Laurie Anderson, Pete Townshend (The Who) o John Carpenter, y figuras de los 90 encabezadas por Moby (“el Woody Allen del techno. Mezcla alegría y melancolía”, asegura), 3D de Massive Attack o Air. Lo que podría entenderse como un auto homenaje del hombre que consiguió que la música hecha con máquinas se convirtiese en superventas a mediados de los 70, él lo defiende como una carta de amor a “la familia de la música electrónica”.

Jarre celebrando el éxito de uno de sus conciertos en los años 80.
Jarre celebrando el éxito de uno de sus conciertos en los años 80.Gettyimages

“No tenía la ambición de contar la historia del género”, explica, “pero sí mostrar que, pese a pertenecer a diferentes décadas, todos estos músicos tenemos algo en común. La electrónica tiene un carácter atemporal. Cuando empecé me veían como a una especie de extraterrestre que tocaba unas máquinas extrañas que la gente ni siquiera consideraba instrumentos. Pero yo siempre estuve convencido de que se convertiría en la forma más popular de hacer música, más allá de los géneros. El pop y el rock conquistaron el mundo, pero la música electrónica es universal: es una manera de acercarse a la composición. Una manera de crear”.

En abril de este año, ha publicado una segunda parte, con una mezcla de invitados todavía más heterogénea: Cindy Lauper, la musa del pop vanguardista Julia Holter, el pope del techno Jeff Mills, el exanalista de la NSA -y fugitivo de EE UU- Edward Snowden o, incluso, David Lynch. “Le mandé tres demos y me devolvió un mashup de las tres, muy Carretera perdida, muy oscuro. Me encantó”, explica del director de Terciopelo azul. Todos los colaboradores, insiste durante la charla, dijeron que sí a la primera, algo que lleva con orgullo. Pero, cuando se le pregunta si se considera de alguna manera el padre de músicos como Anthony González (M83), quien le profesa veneración absoluta, elude pronunciarse y se acuerda de su maestro, el pionero de la música concreta Pierre Schaeffer. “Si hay gente que me puede considerar su padre, él es el abuelo de todos nosotros”, cuenta. “Él originó el concepto que revolucionó todo lo que se hizo después: que la música no está hecha solo de notas, sino también de sonidos. Hoy en día, todos los DJs son diseñadores de sonido, incluso sin saberlo. Esa idea fue la que me hizo tomar la dirección que tomé, en lugar de cualquier otra”.

"Los 90 fueron todo excesos, pero ¿cómo dices que no a tocar en las pirámides de Egipto?"

En sus comienzos, el joven Jarre estaba dividido entre la tradición clásica inculcada por su madre (luchadora de la resistencia francesa) y abuelos, las bandas de rock en las que tocaba y las artes plásticas. Su padre, el compositor Maurice Jarre, les abandonó a los cinco años para irse a Estados Unidos, donde crearía bandas sonoras como la de Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago. “Sin hacer psicoanálisis baratos”, cuenta sobre esa figura ausente, “todos sabemos que es mejor tener un conflicto con tu padre que no tener nada en absoluto. La nada es lo más complicado de asumir. Por eso la música para mí era una terapia, y así ha sido durante el resto de mi vida. Probablemente me ha ahorrado mucho dinero en psicólogos”. Ese encuentro con Schaeffer sería fundamental para dar forma al Jarre que conocemos. “Entonces me di cuenta de que la electrónica era como la pintura moderna”, recuerda. “Como Jackson Pollock, manejas texturas con tus manos de una manera muy sensual. Es como cocinar frecuencias. Siempre he pensado que mi trabajo trata de lo invisible, de hacer que el aire vibre. Dependiendo diferencias muy sutiles, puedes provocar que la gente llore, que tenga ganas de sexo o que se muevan hasta que acabe la noche”.

Él, además, descubrió una nueva finalidad para esas vibraciones: vender discos como si fuesen pan recién horneado. Después de ser rechazado por distintas discográficas, Oxygène se convirtió en 1976 en un éxito internacional. Todavía hoy es el disco de un artista francés más vendido en todo el mundo, con más de veinte millones de copias, haciendo casi imposible haber crecido en lo 80 sin cruzarse con un casete de ese álbum. A ese éxito le siguió otra faceta que ha acabado por configurarse como la imagen por defecto de Jean Michel Jarre para millones de personas: el creador de faraónicos conciertos en distintos puntos del planeta.

Jarre con melena y uno de sus teclados.
Jarre con melena y uno de sus teclados.

En cuatro ocasiones batió el récord Guinnes del concierto más multitudinario jamás creado, y todavía lo ostenta por su actuación en 1997 en la Plaza Roja de Moscú. En los 80 y 90, parecía querer llegar cada vez más alto, incluso al espacio: el accidente del Challenger frustró su idea de incluir en un disco un solo de saxo grabado por el astronauta Ron Mac Nair. Sin embargo, él niega esa imagen megalómana. “Sé que se me ha asociado mucho con records y cosas así” admite, “pero en música nadie quiere ser el Usain Bolt de nada. En mis comienzos empecé a pensar en cómo llevar la música electrónica al directo y, como siempre he pensado que la música es hacer ondas en el aire, tenía la idea de que la electrónica debía ser tocada al aire libre. Por otro lado, siempre me ha interesado la ópera. Me parecía que se adaptaba muy bien, porque ver a alguien detrás de unos sintetizadores o un ordenador durante dos horas no es lo más interesante del mundo. Así que me decidí a utilizar los avances electrónicos del momento: vídeo, luces, lásers... El primero de estos conciertos, en París, fue un experimento, pero llegaron un millón de personas. Me costó un año recuperarme del shock”.

No solo se recuperó, sino que siguió llegando a lugares a los que ningún otro músico había alcanzado. “El concierto de China no fue una idea mía”, explica sobre los directos que le convirtieron en el primer artista occidental en tocar en la República Popular, en 1982. “Me invitaron a tocar allí, y se convirtió en un acontecimiento enorme. En ese momento allí no sabían quiénes eran The Beatles, Chaplin o Walt Disney. Era como tocar en la luna, como conocer a los habitantes de otro planeta. En esa época, todo en mi vida se volvió enorme, fuera de mi control. Y los 80 y los 90 estuvieron llenos de excesos. Te proponían cosas, y ¿cómo vas a decir que no a tocar en las pirámides de Egipto? Pero, de repente, te veías rodeado de tiburones. Creo que todos caímos en esa trampa. No me arrepiento, pero creo que cosas así fueron el comienzo del declive de la industria discográfica. Mucha gente perdió el norte. Incluso puede que yo también lo perdiese un poco”.

Jean Michel Jarre en una foto actual.
Jean Michel Jarre en una foto actual.

Esos espectáculos acabaron por conformar una imagen futurista de Jarre que todavía pervive. “Si tuviera la oportunidad de viajar en el tiempo, seguro que elegiría viajar hacia el futuro que ir hacia atrás”, asegura. “No me interesa revisitar el pasado” Pero el futuro, en 2015, no es lo que pensábamos. “Cuando el hombre llegó a la luna parecía que todos podríamos viajar a distintas partes del universo, como en 2001: una odisea del espacio. Pensábamos que todo iría a mejor, pero después de 2000 nos volvimos pesimistas. Ahora mismo la visión que tenemos del futuro es muy oscura, nos asusta. Veíamos la tecnología de una forma muy ingenua, y ahora hemos descubierto su parte oscura. El tema que he hecho con 3D de Massive Attack trata sobre eso, de cómo todos nos hemos convertido en espías de los demás a través de Facebook, y la canción con Laurie Anderson trata de la historia de amor entre una persona y su smartphone. Ahora mismo mucha gente toca más a su teléfono móvil que a su pareja. Tenemos que reinventar nuestra idea del futuro, y creo que debemos hacerlo a través del arte y de la música. Ese es nuestro papel”.

“Apuesto a que el punk del futuro se rebelará contra Internet”, anticipa

Llegado este punto, no nos resistimos a preguntar como cree Jarre que será nuestro incierto futuro. “Apuesto a que el punk del futuro se rebelará contra Internet”, anticipa, y que en el futuro se verá a la red como la maquinaría de marketing más enorme de la historia. Me imagino a las generaciones futuras pensando en esta época y diciendo ‘¿puedes creer que nuestros padres y nuestros abuelos se pasaban el tiempo haciendo fotos de sus zapatos, de sus calcetines, de su taza de café, y que lo compartían con todo el mundo?”. Incluso puede que él esté allí para contarlo. ¿Le queda algo por hacer al hombre-máquina? “Sí, una cosa muy concreta”, asegura con semblante serio. “Cumplir mi sueño como músico. Para mí, el proceso creativo es una mezcla de frustración y esperanza. La frustración de no estar contento con lo último que has hecho y la esperanza de que lo siguiente sea mejor. Es una carrera obsesiva hacia el disco ideal, hacia la composición o el concierto que tengo en mente. Avanzas y sigues viéndolo a la misma distancia. Así es el proceso creativo: un espejismo. No sé si lo conseguiré, pero lo seguiré intentando mientras mi cuerpo me lo permita”.

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