_
_
_
_
_
actualidad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Anna Gabriel no apela a nada irreal

Las palabras de la diputada de la CUP han causado gran impacto en las redes y medios de comunicación

La diputada de la CUP, Anna Gabriel.Vídeo: G. Battista / Catalunya Radio

Las palabras de Anna Gabriel han causado gran impacto en las redes y medios de comunicación. Exactamente, la diputada de la CUP dijo ayer miércoles que ve "muy pobre" el modelo de familia nuclear y prefiere "formar parte de un grupo que decidiese tener hijos en colectivo". Y sentenció: “Me satisfaría tener hijos en grupo, en colectivo”. Supongo que a estas alturas ya todos sabréis alguna cosa al respecto. Como siempre que se da una polémica de estas características, todo ello es una oportunidad para hablar de temas clave para la construcción de la sociedad que queremos. Los cuidados deberían estar más a menudo en el centro del debate y nunca hay que desaprovechar la ocasión para hablar de ellos.

La palabra familia en el Occidente capitalista es sinónimo de familia nuclear (madre, padre e hijos biológicos viviendo bajo un mismo techo) y no es ni más ni menos que una construcción histórica y social que, de hecho, tiene pocos siglos de vida. El concepto de familia actual se crea, como tantas otras cosas, a partir de la industrialización. Surgió probablemente a raíz de la llegada masiva de población a las ciudades, la generalización del trabajo en la fábrica y la demanda por parte de los sindicatos de un salario familiar, según el cual un hombre (varón, se entiende) tendría que ganar suficiente dinero para mantener a su familia. Se decidió entonces que como familia se entendería padre, madre e hijos.

El resultado final fue que poco a poco se creó una idea concreta de cómo debía ser una familia, cuál era el modelo deseable y “natural”. Un modelo que ha traspasado clases sociales y fronteras, donde el padre que trabajaba fuera de casa y controlaba desde fuera el trabajo que hacía la mujer en la casa. El jefe de la casa, en pocas palabras. A ella se le reservó el trabajo en el interior del hogar, al cuidado del marido y los hijos. Ella fue el “ángel del hogar”, una figura que sigue dando tremendos coletazos.

Aún así, hoy en día la realidad es bastante más heterogénea. Si nos fijamos en nuestro entorno más inmediato nos cuesta encontrar una familia nuclear en condiciones: madres solteras, parejas con hijos de distintos matrimonios, hijos viviendo casi todo el día con sus abuelos... Si abrimos un poco más el visor aún y nos alejamos más allá de la sociedad Occidental veremos que de hecho somos casi la excepción: tenemos familias polígamas, extensas, otras donde hombres y mujeres viven separados, etc.

En otras palabras, Anna Gabriel no apela a nada irreal. Ni tan solo lejano. Mucha gente está intentando, a duras penas, hacer algo diferente. Opciones hay tantas como grupos humanos. Por poner un ejemplo bastante diferente del nuestro, vemos como en los Na, un grupo cultural cercano a la área tibetana, la familia la constituyen únicamente las mujeres y sus hijos. Significativamente, parece que no existe en su lengua una palabra para referirse al padre.

Si en vez de irnos lejos, viajamos al pasado, descubrimos que, por ejemplo, en nuestra área mediterránea, en época grecoromana, las mujeres y los hombres vivían en espacios totalmente separados y los niños eran criados en las estancias de las mujeres. La comunidad de crianza era, de nuevo, en femenino. Es decir, las posibilidades están ahí, todas ellas con carencias, pero también con posibilidades.

La familia nuclear se construyó como complemento ideal a un modelo económico y cultural lleno de imperfecciones, por decirlo suavemente. Así que me parece lógico y normal que muchos estén intentando buscar alternativas que les hagan más felices. Cualquier demanda en este sentido no solo me parece legítima, sino interesante.

En todo caso, lo que me parece más importante a tener en cuenta es que sea cual sea el modelo, pasa inevitablemente por asumir responsabilidades. No nos engañemos; alguien tendrá que seguir despertándose a las tres de la mañana para calmar un llanto, alguien deberá cambiar el pañal de ese persona mayor. Cuidar a otros, en todas las sociedades, en todos los modelos conocidos, siempre entraña cierto grado de sacrificio y eso sí que es universal.

Es celebre la frase de que “para cuidar un niño hace falta una tribu entera” es importante hacerla nuestra si queremos avanzar, porque no hay otra manera de criar dignamente que en comunidad. Pero la comunidad empieza en cada uno de nosotros. Uno de los grandes problemas de nuestro modelo es que ha destruido las redes de apoyo y nos ha vuelto tremendamente insensibles a las necesidades de la persona que tenemos al lado.

La construcción de esa tribu, de esa red de cuidados, parte en primer lugar por un profundo análisis de nosotros mismos. Debemos pensar en qué estamos haciendo exactamente para descargar de la carga de cuidados excesivos a tanta gente, a tantas mujeres que los asumen porque no les queda otra. Aliento a quién quiera subvertir estos desequilibrios que empiece por pequeños gestos como comprometerse a estar una vez a la semana con su sobrino o a ir a buscar a su abuelo a la residencia los fines de semana para que duerma en casa. O simplemente ir a casa de su amiga recién parida con tuppers para toda la semana. Porque eso también es crianza cooperativa.

Cira Crespo, historiadora y autora de 'Maternalias. De la historia de la maternidad', y coautora de 'Madres en red. Del lavadero a la blogosfera'

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_